Ruta del incendio de Valladolid de 1561. I

Por José María Arévalo

( Incendio de Valladolid. Mosaico en el Palacio de Pimentel) (*)

El pasado mes de mayo, la “visita guiada” que organiza la asociación de jubilados a la que pertenezco, Amsafa, se realizó sobre la Ruta del incendio de Valladolid, en el actual centro de la ciudad, con recorrido completo e información sobre lo que queda de aquella época y sobre todo la historia del incendio y de la reconstrucción que siguió, tan interesante. Yo creo que el más ilustrado en temas históricos de nuestros compañeros es Fernando Escudero, que ha publicado un estupendo artículo en la revista de la asociación, El Mirador, que me justifica no tener que hacer personalmente la reseña de la visita. Lo titula “Ruta del incendio de Valladolid de 1561 (historia y curiosidades)”, y es tan completo que obliga a reproducirlo en dos artículos; modifico un poco el orden de los temas tratados para centrar en el primero el incendio y la reconstrucción, para dedicar el segundo a la información que proporciona sobre la política de la época, en torno al Rey Felipe II, y los rincones actuales de la zona incendiada que recuerdan la reconstrucción.

Para centrar el asunto reproduzco primero la parte en que recoge incendio y reconstrucción en la historia de la ciudad representada en el zaguán del Palacio Pimentel. En este “hoy sede de la Diputación de Valladolid –explica Fernando Escudero-, se puede ver en su zócalo dos azulejos, de los doce existentes, con escenas de historias de nuestra ciudad, sobre los hechos narrados:

1.- Incendio de la ciudad: representación del mismo en la Plaza Mayor y,

2.- Reunión de Felipe II con su séquito, en donde expide la Célula Real ordenando se reconstruyera la parte incendiada de la ciudad.

( Felipe II ordena la reconstrucción de Valladolid. Mosaico en el Palacio de Pimentel) (*)

Ambos, como el resto, son obra del talaverano Juan Ruiz de Luna, realizada en 1939.

La destrucción –continúa Fernando Escudero- que produjo el incendio de 1561 ofrecía una buena oportunidad para modernizar el trazado urbanístico de la ciudad todavía medieval. Las calles se trazan ahora a cordel y se hacen más anchas y con soportales. Este hecho, posiblemente, al margen de historiadores, cronistas, profesores universitarios….ha sido objeto de no pocos estudios de muy variada índole. En el ámbito popular la tradición oral ha mantenido vivo el recuerdo, fundamentalmente a través de dos hechos: la fiesta de San Mateo y el escudo de la ciudad.

El día de San Mateo porque fue la fecha en la que se produjo el incendio y el escudo porque en él aparecen lo que se piensa que representan las señas del incendio: cinco lenguas amarillas horizontales, a modo de vivas llamas.

Esto es lo que cuenta la tradición. Pero lo cierto es que ni las fiestas tuvieron su origen a raíz de lo acontecido el 21.09.1561, ni el escudo es su representación simbólica dado que su existencia se remonta a épocas precedentes.

En ”Historia de las fiestas de Valladolid” de Altés Melgar y Calleja Gago (1995) se desmitifica claramente la festividad de San Mateo, ya que la vinculación del santo con la celebración de las fiestas de la ciudad data de 1939, y aunque éstas hayan acabado erigiendo a San Mateo como Patrón, no hay que perder de vista que el Santo Patrón de la ciudad es San Pedro Regalado, cuya celebración tiene lugar el 13 de mayo. Otro dato que no conviene olvidar es que, en ningún ceremonial religioso aparece San Mateo como patrón de Valladolid. Por el contrario, figura como Patrono de la ciudad de Cuenca, al haberla conquistado y liberado del asedio sarraceno el rey D.Alonso de Castilla en el día del santo (1176).

( Plaza Mayor. 4º día de fiesta de la Cofradía de la Vera Cruz. 1656. Felipe Gil de Mena) (*)

Volviendo al incendio, ciertamente dio lugar a la renovación de las trazas de Valladolid lo que ocurrió al poco tiempo, seguida de un modo muy directo por el propio Felipe II, quién cambió radicalmente el aspecto de la Villa que convirtiría más tarde en Ciudad (1596). Pero si bien la reedificación puede seguirse día a día, dada la abundancia de material que se conserva en archivos y bibliotecas, no cabe decir lo mismo del incendio en sí. Se conservan abundantes noticias históricas redactadas en cuanto se concluyeron los trabajos de extinción de las llamas. Sin embargo son prácticamente inexistentes otros tipos de relatos de época que sin duda debieron existir a tenor de la magnitud del acontecimiento.

Justo en el inicio del otoño de 1561, se produce el mayor desastre que parece haber contado nunca jamás la historia de Pincia: La magnitud del incendio desbordó todos los recursos para combatirlo, de modo que a las seis horas, las llamas ya se habían extendido desde la zona de la Costanilla (Platerías) hasta las calles y plazas colindantes: Cantarranas (actual Macías Picavea), la Trapería (Bajada de la Libertad), la Frenería o plaza de la Gallinería (plaza de Fuente Dorada), la Especería y Cebadería, llegando a la Rinconada. En esta plaza, de forma aparatosa, se derribaron algunas casas con la intención de establecer un pretendido cortafuegos, pero fue inútil, las llamas alcanzaron el Sitio de Juan Morillo (plaza del Corrillo) y las pequeñas calles limítrofes, Roperos, Jubeteros y Sombrereros (hoy inexistentes), hasta Lencería. Un pavoroso incendio justo en el centro geográfico de la actividad comercial. El otro brazo del incendio crecía por la Plaza Mayor, alcanzando por un lado las paredes del convento de San Francisco (actual Teatro Zorrilla y sito en lo que aún se denomina “acera de San Francisco”, en los soportales de la Plaza Mayor). y por el otro al Consistorio, reduciendo a cenizas la Panadería Vieja, los soportales de Mantería y la calle de Jerez (hoy calle de Jesús), siendo detenidas las llamas, al cabo de más de treinta y seis horas de haberse iniciado, en uno de los lados de la calle Empedrada (frente al palacio El Caballo de Troya, en la actual calle de Correos), cuando ya habían consumido buena parte de la Plaza Mayor y del barrio mercantil.

( Auto de fe en la Plaza Mayor. Grabado flamenco del siglo XVII) (*)

El resultado de toda esta catástrofe que se inició en la madrugada del domingo día 21 de septiembre, festividad de San Mateo, hacia las 2 de la mañana, en casa del platero Juan de Granada, que tenía su taller en la calle de la Costanilla (actual Platerías) próxima a la esquina de Cantarranas, según coinciden casi todos los cronistas y que se concluyó definitivamente el miércoles 23, según relatan las Actas del Regimiento, arrojó unas cifras desoladoras: 670 casas asoladas, lo que suponía el 10% del total de viviendas de la Villa, con una población de 1.300 vecinos que quedaban desde ese momento despojados de sus pertenencias; y, lo más importante, se había quemado el núcleo de la actividad mercantil vallisoletana.

¡Qué había pasado verdaderamente? ¿Cómo explicar la enorme propagación del fuego? ¿Porqué tardó tanto en atajarse? Parte de las respuestas tienen fácil explicación, los mismos cronistas locales señalan que la voracidad del incendio se debió a un doble motivo:

Primero a los débiles materiales de las casas (en su mayoría de adobe y madera), y segundo al aire cierzo (fuerte viento de componente NO) que provocó que las llamas saltaran por los tejados de unas casas a otras ya que las distancias entre edificios eran más cortas que las actuales. Por otra parte, no se contaba por aquella época con un equipo de bomberos; a la tarea de extinción se dedicaron alrededor de 3.000 personas entre lugareños y gentes llegadas apresuradamente de aldeas vecinas, provistos de cubos, jeringas, etc., en definitiva artefactos rudimentarios.

( Así se vería la portada de san Francisco en la plaza Mayor si se hubiera conservado. Reconstrucción de Juan Carlos Urueña en su libro “Rincones con fantasma. Un paseo por el Valladolid desaparecido”) (*)

También lo hicieran los frailes de San Benito, que abandonaron provisionalmente la clausura y trabajaron sin descanso con los precarios medios de su huerta. Gran parte de la tarea de todas las personas se centró en el derribo de casas contiguas a las ya incendiadas, a fin de evitar que de las brasas y rescoldos resurgieran nuevos brotes de fuego. Por otra parte llama la atención el escasísimo número de víctimas: mortales solo llegan a contarse entre 1 y 6 (sobre este dato no existe más testimonio que el de los cronistas de la época, pero podemos decir que la cifra no fue muy elevada para la magnitud de la catástrofe). En todo caso se trata de un reducidísimo número, lo que nos lleva a apreciar ya una contradicción entre los testimonios: éstos insisten en la rapidez con la que el fuego se extendía y por otra parte, éste se inició de madrugada, esto es, con toda la vecindad durmiendo. Realmente resulta milagroso pensar que la gente tuviese tiempo suficiente de levantarse, intentar salvar parte de las mercaderías ó enseres que tuvieran a mano (como ocurriera tiempo atrás en Pompeya, algunos nobles se apresuraron a depositar sus riquezas en conventos alejados del centro, mientras los plateros arrojaban el oro, la plata y las piedras preciosas a los pozos de sus casas), y salir ilesos. Mientras que las pérdidas de productos, especialmente vino y productos artesanos, fueron muy elevadas, evaluadas por el Corregidor don Luis de Osorio en 600.000 ducados.

El Ayuntamiento convocó una reunión extraordinaria el 24 de septiembre. Tras declarar la tragedia como un castigo de Dios por los pecados de los ciudadanos, acordó recordar el suceso anualmente con una procesión solemne. Esta declaración puede resultar incomprensible en nuestro tiempo, pero hay que recordar que aquella era una sociedad sacralizada.

En este sentido, téngase en cuenta las palabras utilizadas hasta hace pocos años en el “Sagrado Novenario” dedicado a la patrona de Valladolid, Nuestra Señora de San Lorenzo, en donde se invoca a la protección de esta Santísima Madre contra la actividad del arrasador fuego. Y siguiendo esta lógica, no resulta extraña la reacción que todos tuvieron al ver crecer el fuego: improvisar un altar en la Plaza del Ochavo desde donde pudieran decirse misas; llevar en procesión la venerada imagen de Ntra. Sra. de San Lorenzo, patrona de la Villa, hasta ese altar para suplicarle que el fuego cesara y, finalmente, traer también en procesión, desde la iglesia de San Francisco, al Santísimo Sacramento, para colocarlo también en el altar; éste tuvo que trasladarse a la calle Teresa Gil cuando empezaron a caer sobre él polvo, humo y algún cisco.

En otro orden de cosas, y siguiendo con los “agujeros negros” que, han abordado cronistas e historiadores, del incendio: ¿cuál fue en realidad su origen?.

CAUSAS DEL INCENDIO

1.- Provocado? No faltaron sospechas de que se tratase de un atentado, así lo manifestó el Corregidor en una carta dirigida a Felipe II, después de apresar a unos extranjeros que andaban por la ciudad (tres franceses, otros dicen que flamencos) a uno de los cuales se torturó para que confesara a fin de averiguar las causas del fuego. No se consiguió provecho alguno.

2.- Provocado? Esta idea fue avalada por don Tello de Sandoval, presidente de la Chancillería, que tras las investigaciones declaró haberse encontrado pólvora en algunos lugares siniestrados. Concretamente, se encontró un barril de pólvora menguado entre unas peñas a la puerta de la calle Teresa Gil.

3.- Según la documentación conservada, el Cabildo hizo constar en acta que, según algunos rumores, la desgracia había sido provocada por una posible conjuración de los luteranos que había entonces en ésta ciudad.

4.- No se sabe a ciencia cierta el origen del incendio, aunque algunos dicen que ciertos pícaros hicieron una gran hoguera con muchas astillas, de una fábrica de madera, para calentarse o abrigarse: el cierzo (viento) avivó y extendió el fuego.

5.- Otra posible causa, basada en los mismos autores, es que la hoguera se hizo para asar un gato.

6.- El contenido político de estas acusaciones fue acallado, dándose por buena la explicación oficial de que el fuego se había producido accidentalmente por una hoguera mal apagada, que había sido encendida por un grupo de muchachos en el patio del platero Juan de Granada.

CONCLUSIÓN

A pesar de las promesas hechas al Rey de continuar con las pesquisas acerca de los promotores o culpables de este incendio, hasta la fecha no se sabe nada más.

¿Porqué se acabó desestimando esta probabilidad cuando parecía tan cierta? ¿Habría actuado el propio Rey censurando el resto de información para frenar los ataques que parecía dirigírsele, y así evitar la inestabilidad y la inseguridad ciudadana al verse asaltado por fuerzas enemigas? ¿Pero quiénes eran los enemigos? El historiador Rebollo Matías (1989) apunta a esta última posibilidad; según el hecho de haber encontrado franceses entre los detenidos “implica la sospecha en los enemigos potenciales del exterior, en concreto en Francia, con la crisis político-religiosa y la tensión entre católicos y hugonotes (protestantes franceses de doctrina calvinista) que desembocará en las guerras de religión a partir de 1562”. Y concluye, “hay miedo de que el mal protestante corrompa la Península y las fronteras permanezcan cerradas al exterior”.

Mª Antonia Fernández Hoyo, en sus “Cuadernos Vallisoletanos”(1988), señala la posibilidad de dos versiones: la oficial y definitiva decidió que el fuego se ocasionó de modo fortuito (el aire que corría hizo el resto derramándose la lumbre que hizo el estrago contado); la hipótesis de un incendio provocado que contaba con muchos partidarios (fuerzas vivas de la ciudad), terminó por no prosperar, añadiendo que “quizás por razones políticas no convenía profundizar en ellas”.

Se tratara bien de un suceso casual, bien de un asunto bien pensado, las proporciones que alcanzó hicieron que muy pronto se actuara para acudir en primer lugar en socorro de las víctimas del infortunio: acomodar a aquellos que habían perdido su vivienda y de establecer talleres y tiendas provisionales para artesanos y comerciantes donde poder ejercer sus oficios y proceder, lo antes posible, a levantar lo arruinado. En este sentido, el Ayuntamiento recurrió suplicante al Rey en busca de ayuda, esperando una concesión especial por su condición de vallisoletano de nacimiento, hecho ocurrido el 21 de mayo de 1527. Efectivamente, Felipe II, informado de inmediato, y apenado de ver su tierra natal desolada, reaccionó favorablemente y procedió a poner sus mejores esfuerzos para que la reconstrucción mejorara en mucho la traza anterior, y no escatimó medio alguno para conseguirlo, llegando a dictar 63 cédulas y provisiones para la reconstrucción del centro de Valladolid, hecho que algunos historiadores han interpretado como una forma de compensar su mala conciencia, tras haber trasladado la Corte desde su ciudad natal a Madrid. Lo cierto es que el monarca controló personalmente todos los detalles del proyecto: valoraciones, expropiaciones, indemnizaciones, proyectos y financiación de las obras. Enseguida el proyecto fue encomendado al maestro de obras Francisco de Salamanca, ejerciendo la supervisión los arquitectos reales.


(*) Para ver las fotos que ilustran este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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