Por Carlos de Bustamante
(La rendición de Breda, óleo de Diego Velázquez, 1635)
En esta larga serie que finaliza con el sabor agridulce de Breda, Fernando Martínez Laínez nos da una lección magistral de los medios para el combate teniendo muy en cuenta el terreno donde se desarrolla. Al tiempo que lo detalla minuciosamente, deja muy claro cómo la eficacia de las armas en gran medida la condiciona, lo hemos dicho, el terreno.
No sólo es evidente en los diques, ríos y canales de los Países Bajos, sino por citar otro que nos incumbe directamente: la guerra de guerrillas contra Napoleón por la escarpada orografía de nuestras sierras. Amén del impresionante arrojo de los defensores en pueblos villas y ciudades.
A partir de mediados del siglo XVI las técnicas de asedio experimentaron un desarrollo muy rápido. El cambio fundamental se basó en la construcción de fortificaciones muy compactas y de perfil bajo, con el propósito de conseguir que resultasen un blanco difícil para la artillería, con muros de argamasa lo bastante gruesos como para absorber los impactos de los proyectiles. En suma: reducción de altura y aumento de anchura de las defensas principales, con el añadido de bastiones angulares, revellines y escarpas, y empleo de aristas que evitaran los tiros frontales enemigos y permitieran al mismo tiempo efectuar tiros de apoyo sobre distintos ángulos. También se reforzaron las obras exteriores de los sistemas defensivos con glacis, caminos cubiertos y fosos más amplios. Además, a las murallas se agregaron bastiones, redientes y hornabeques, con el fin de aumentar el campo de visión sobre el enemigo y concentrar los tiros. Este modelo de fortificación recibió el nombre de «traza italiana», por ser en Italia donde surgió y ser italianos sus primeros teóricos y arquitectos. El resultado se concretó en fortalezas «abaluartadas», prácticamente inexpugnables para la infantería sin apoyo.
LA ESCUELA HOLANDESA
En este contexto, las defensas holandesas eran particularmente poderosas por estar fuertemente artilladas, bien provistas de abastecimientos y situadas en un territorio densamente poblado, repleto de canales y ríos con fácil acceso al mar y a puertos de gran riqueza comercial. En su mayoría estaban rodeadas de corrientes de agua, lo que hacía más difícil los asaltos y el mantenimiento del cerco. También el agua almacenada y contenida por diques, una constante del paisaje holandés, proporcionaba en ocasiones una excelente ayuda a los sitiados. Tales peculiaridades permiten hablar de una escuela de fortificación propia de los Países Bajos, un territorio descrito por un viajero inglés como «la gran ciénaga de Europa». Además del uso del agua como elemento defensivo, los neerlandeses ingeniaron nuevas obras defensivas exteriores que no formaban parte del conjunto abaluartado, pero contribuían a reforzarlo y complementarlo. La escuela holandesa introdujo también otras variantes en la traza italiana, como la acumulación de tierra de los fosos hacia el exterior para formar el glacis. Protegido por el glacis y junto al foso, rodeando la fortaleza, existía un «camino cubierto» por el fuego propio a mayor altura desde los baluartes, lo que permitía patrullar sin exponerse a los disparos enemigos. El camino cubierto se ensanchaba en algunos trechos formando «plazas de armas», que servían para concentrar tropas en los momentos de efectuar una salida, acudir a taponar brechas o reforzar la defensa de puntos en peligro.
El sitio de una plaza fuerte incluía al menos cuatro operaciones
fundamentales:
— El cerco o acordonamiento, que implicaba aislar la plaza del exterior e impedir la llegada de socorros o abastecimientos.
— La eliminación de los medios defensivos de la plaza, casi siempre mediante el fuego artillero o el minado.
— La aproximación a cubierto (aproches).
— El asalto y penetración final en la plaza tras abrir brecha en la muralla.
Dicho cuanto antecede a modo de prolegómeno, en el próximo, si Dios es servido, entraré en `materia´ para mis amigos.