Sitio de Breda (1624-1625). Y 7

Por Carlos de Bustamante

(La rendición de Breda, óleo de Diego Velázquez, 1635)

Un  poco de historia: Se denomina Países Bajos Españoles a los territorios de los actuales países de Países Bajos, Luxemburgo y sobre todo Bélgica, así como a pequeñas partes de las actuales Francia y Alemania fronterizas con estos, pertenecientes o gobernados por un monarca español. Este período y el de la Casa de Austria se consideran dentro del periodo denominado Países Bajos de los Habsburgo.

Generalmente se suele fechar este período entre 1555, cuando el emperador Carlos V como duque de Borgoña cedió estos territorios a su hijo Felipe, entonces príncipe, y 1714 cuando tras el Tratado de Rastatt el emperador Carlos VI obtuvo el control de los Países Bajos. Hay que señalar que también se pone como inicio de este período la fecha de la independencia de las Provincias

RENDICIÓN HONROSA

La toma de Breda, tras rendirse la guarnición holandesa el 5 de junio de 1625, supuso un momento glorioso para las tropas de la Monarquía Católica, que habían soportado un duro invierno ante los muros de la fortificada ciudad.

El historiador y profesor Rubén Sáez Abad considera que la clave de la expugnación de Breda estuvo en las primeras fases del sitio, cuando las líneas de circunvalación de los sitiadores no estaban totalmente asentadas y le hubiera sido posible a Mauricio de Nassau prestar auxilio a los defensores. Pero el jefe neerlandés se demoró demasiado y el asedio se consolidó. A partir de ahí, todos los intentos de socorrer la ciudad, salvo el último del estatúder Federico Enrique, carecieron de la envergadura y firmeza necesarias y abocaron en fracaso. La noticia de la rendición de Breda desató una oleada de euforia en Madrid, y el papa Urbano VIII felicitó a Spínola con palabras altisonantes: «Irá por todos los siglos la memoria del cerco de Breda —le escribió—, y de ella aprenderán los capitanes de la posteridad las artes de la guerra y los ejemplos de la fortaleza». El jefe del ejército vencedor pidió «usar modestamente de la victoria» y prohibió vejar o burlarse de los vencidos con palabras muy acordes con el espíritu que refleja el famoso cuadro velazqueño de Las lanzas, que se guarda en el Museo del Prado, en el que el general victorioso y Justino de Nassau parecen saludarse más como viejos compañeros de armas que como enemigos. Un modelo de caballerosidad bélica que el arte ha hecho perdurar en el tiempo. Así lo cuenta Hugo Hermann: Defendió el Marqués [Spínola], que ni aun burlándose, como suelen los soldados, se dijese algo a alguno de los que saliesen, juzgando que debía usar modestamente de la Victoria […]. Cada coronel y capitán iba delante de su regimiento y compañía. Llevaban las banderas tendidas, tocaban las cajas, juntáronse al pie de tres mil infantes, porque a los enfermos traían en las barcas. Gentil tropa en verdad, ahora se considerasen las personas o las armas, que resplandecían más que las de los nuestros, porque estuvieron mejor y más largamente alojados y a mejor fuego, y no les había faltado pan hasta el día que salieron. El marqués, acompañado de la nobleza ilustre, vivía victorioso la pompa honrosísima de su triunfo, saludando cortésmente a cada uno de los capitanes que pasaban, y en particular al gobernador Nassau, venerable por sus canas, a su mujer e hijos volviendo ellos a saludarle con semblante y palabras que declaraban su constancia, inclinaron modestamente las banderas. No se oyó ninguna voz afrentosa de parte a parte, callados se sonreían.

Justino de Nassau y su familia salieron acompañados de dos hijos de Mauricio de Nassau y, después de ser saludados por Spínola, que se hallaba acompañado de sus principales oficiales, prosiguieron marcha hacia Geertruidenberg sin ser molestados.

El 1 de junio, un capitán de la guardia del príncipe de Orange llevó a Spínola dos copias del acuerdo, y los de Breda pidieron 120 carromatos y 60 barcos para salir de la plaza con los enfermos, los muebles y el equipaje. Todo se les concedió con creces y se intercambiaron los rehenes. Felipe IV, que se había mostrado reticente al sitio por considerarlo una acción muy arriesgada, recompensó con cicatería a Spínola, que murió en Madrid, postergado en la corte por el conde-duque de Olivares, cuatro años después. Además del gran cuadro de Las lanzas que Velázquez terminó en 1634, muchos escritores y artistas celebraron tan sonada victoria en sus obras. Uno de ellos fue Calderón de la Barca, quien, en su comedia El sitio de Breda, dejó escritos estos versos en boca del personaje Spínola que reflejan la exaltación por el sufrido triunfo:

¡Oh españoles! ¡oh leal

Vasallos, cuanto atrevidos!

Para la guerra sujetos,

Para la paz obedientes,

Cuanto sujetos, valientes,

Y en todo extremo perfetos.

De la gentilidad dudo,

Que por Dios hubiesen dado

Altares a Marte armado,

Y no a un español desnudo.

ADAGIO

Por desgracia para España, el éxito de Breda duró poco. Los holandeses la recuperaron en 1637, dos años después de que Francia entrara en la guerra de los Treinta Años y desnivelara la contienda a favor de los enemigos de la Corona hispana y la Casa de Austria. El príncipe de Orange decidió el asedio de la plaza y sus generales rodearon la ciudad, mientras los barcos holandeses bloqueaban la salida al mar abierto.El alto mando español en Bruselas había dispuesto que dos regimientos de infantería y 500 jinetes que guarnecían Breda marcharan hacia la costa para prevenir un ataque holandés desde el norte, pero el príncipe de Orange, Federico Enrique, nuevo estatúder de las Provincias Unidas, se adelantó a los acontecimientos y puso cerco a la ciudad-fortaleza antes de que pudiera recibir refuerzos, después de fracasar en el intento de atacar Dunkerque con una gran flota debido al prolongado temporal. En total, los sitiadores tenían unos 25.000 hombres, y los defensores, unos 3.000, bajo el mando del gobernador de la ciudad, Omer Fourdin. El asedio comenzó el 23 de julio y el ejército holandés, con tropas inglesas, escocesas, suizas, alemanas y francesas, rodeó la ciudad con varios cinturones de trinchera, conforme a las normas de asedio clásicas, y una línea de fortificaciones de treinta y cuatro kilómetros reforzada con fortines y túneles minados. Una vez los holandeses consolidaron el sitio tras remover más de 750.000 metros cúbicos de tierra, la suerte de Breda dependía del socorro que pudiera recibir del ejército español mandado por el cardenal infante don Fernando de Austria, que en esos momentos se hallaba desplegado en la frontera francesa y no disponía de fuerza bastante para atender simultáneamente a ese frente y liberar Breda. En la elección, Fernando de Austria decidió recuperar una serie de plazas del sur de Flandes, pero a cambio tuvo que dejar Breda abandonada a su suerte.

Tras varias salidas a la desesperada de los defensores, a partir del 18 de agosto el cerco se recrudeció. Los sitiadores lanzaron contra la ciudad 23.000 proyectiles, una cifra impresionante para la época, además de machacar los baluartes con minas, pero la guarnición española siguió resistiendo bravamente y rechazó repetidas veces a los atacantes. Los continuos asaltos de los sitiadores terminaron abriendo brechas. Los defensores, faltos de munición y consumidos por las enfermedades, se rindieron el 6 de octubre de 1637. Fourdin propuso salir con honor de la plaza, conservando armas y bagajes, lo que le fue concedido, y el 10 de octubre, a tambor batiente y con las banderas desplegadas, el ejército de España abandonó Breda para siempre.

 

 

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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