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¿Por qué mi hijo no es capaz de tolerar la frustración?

La mala noticia es que usted tiene parte de responsabilidad, pero la buena es que también está en su mano reconducir esta situación y ayudar a que su hijo construya una mejor versión de sí mismo.

¿Por qué mi hijo no es capaz de tolerar la frustración?

Como en casi todo lo que respecta a la educación de tus hijos, tengo una mala y una buena noticia que darle.

La primera es que, por mucha rabia que esto le cause, cierta responsabilidad sí que tiene usted a la hora de explicar las dificultades de sus hijos en determinados ámbitos.

La segunda es que todo aquello en lo que haya podido equivocarse es solucionable y reconducible, pues ni era usted consciente de las consecuencias de algunas de sus actitudes ni mucho mejor tenía ninguna mala intención.

Y porque, además, no hay nada como tomar conciencia de ciertas realidades encubiertas para poder hacerles frente de manera más adaptativa.

¿Cuál es el principal error de los padres que – sin quererlo ni saberlo, por supuesto – crían hijos impulsivos, caprichosos e incapaces de hacerle frente a la frustración?

Si a su hijo le cuesta resistir la frustración y tolerar la incertidumbre es muy propale que a ti usted le haya sido muy difícil exponerle ante ese tipo de escenarios. El principal error de los padres es precisamente el de no tolerar en ninguna medida el sufrimiento del niño. Igual que todos entendemos que la fiebre o el dolor físico son necesarios como síntoma de que algo no funciona bien en el organismo, el dolor emocional es también una señal de alarma que debemos saber identificar y atender, y con lo que debemos convivir; pues nos indica que algo de nuestra esfera cognitiva, social, emocional o conductual no está funcionando de la mejor manera posible y merece nuestra atención para ser abordada de una manera distinta, alternativa a la que hasta el momento se ha venido empleando hasta el momento. A lo largo de todo nuestro desarrollo vital, para cualquier conducta o actitud que deseemos cambiar, para cualquier mejora personal que deseemos lograr y, en definitiva, para evolucionar hacia mejor a cualquier nivel, no podemos obviar que el dolor forma parte de la vida.

No es fácil ver sentarse a ver como uno de nuestros hijos lo pasa mal, pero sin duda debemos permitir que los niños conecten a veces con el dolor, con la rabia, con la culpa o con la frustración para que aprendan también cual es su función, para que desplieguen mecanismos adecuados para su resolución, para que rectifiquen su manera de conducirse en la vida y, por supuesto, para que aprendan cómo enfrentarse a las emociones y a los conflictos de la mejor manera posible, es decir, con cuantas más herramientas mejor.

Los padres antes que padres de sus hijos son seres humanos, personas imperfectas que se mueven en contextos cambiantes que a ellos también les plantean retos y para cuyo afrontamiento pueden tener dificultades. Por ello es necesario que los padres no se fusionen con los hijos y les dejen ensayar sus propias estrategias y desplegar sus propias respuestas: ni todos los éxitos del hijo sin atribuibles al padre ni todos los fracasos o sufrimientos lo son tampoco. Las figuras de referencia deben estar siempre disponibles y accesibles siempre dispuestas a ofrecer la mejor guaita posible, pero sin asumir por parte de sus hijos lo que solo a ellos les compete resolver.

Y, en otro orden de asuntos, tampoco nos vendría nada mal a los adultos hacer cierto auto análisis y reflexionar un poco acerca de cómo nosotros mismos manejamos nuestras propias emociones ante situaciones frustrantes. ¿Somos siempre los adultos el mejor ejemplo de conducta flexible y tolerante con la frustarción? Rotundamente, no. Y todos, padres o no, somos de alguna manera modelo para los más pequeños que nos rodean. Si dirigimos la mirada al mundo de los adultos no hay más que observar cómo nos compartamos a veces al volante, en la cola del supermercado, en una comida familiar o ante una disputa en pareja: perdiendo las formas, dejándonos llevar por la ira e incapaces de aceptar que las cosas no son siempre como creemos que deberían serlo. Pensemos que la forma en la reaccionamos antes muchas situaciones conflictivas no siempre es la más adecuada, y que por lo tanto esas situaciones en las que humanamente mostramos nuestras debilidades deben ser también afrontadas con los hijos con humildad. Debemos ser capaces de reconocer nuestros errores y de educar tanto gracias a ellos como a pesar de ellos, aceptando que no siempre representamos el mejor ejemplo pero que no por ello son justificables actitudes parecidas en esos que dependen de nosotros y que aún están en el proceso de aprender a ser personas.

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Autor

Ana Villarrubia

Ana Villarrubia es Psicóloga Sanitaria, directora del centro sanitario 'Aprende a Escucharte', docente en la rama clínica de la psicología, escritora y colaboradora en múltiples medios de comunicación.

Experto
Ana VillarrubiaPsicología

Ana Villarrubia Mendiola es Psicóloga Sanitaria, Experta en el tratamiento de trastornos de personalidad, Experta en terapia de pareja, Especialista en Psicoterapia y Psicodrama, docente en diversos másteres de psicología clínica y terapia cognitivo-conductual, y divulgadora en múltiples medios de comunicación, directora del Centro de Psicología ‘Aprende a Escucharte’, en Madrid, y autora del libro ‘Borrón y cuenta nueva: 12 pasos para una vida mejor’.

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