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Ya sabemos que el ser humano se debate entre su natural tendencia, siempre insatisfecha, hacia la acumulación de bienes o de poder y un mundo siempre dispuesto a satisfacer esa tendencia a cambio de algo.
Educar al niño en la austeridad tiene como principal efecto equilibrar este conflicto permanente.
Las cosas, los objetos o los servicios tienen un valor dinerario relativo o incluso a veces despreciable.
En cambio, el principio que tenemos que transmitir a los niños consiste en que todos los bienes y servicios representan un consumo de energía, tanto de las personas como del propio planeta, lo que en realidad representa su mayor valor intrínseco.
Considerando cada caso en particular –pero desde luego ocurre en la mayoría–, ese consumo de energía o recursos debe merecer un respeto.
En base a lo dicho, la austeridad discurre por disponer de lo necesario pero exigiendo al niño que atienda a su normal cuidado y respeto, optando hacia la escasez en los bienes que consideremos adquirir y aprovechando para que obtener algunos de ellos con- lleve un esfuerzo personal por parte del niño.
Lo que se consigue con esfuerzo, inteligencia y dedicación se integra más adaptativamente en la vida del niño.