Hubo una época, no tan lejana, en la que Demi Moore era considerada la mujer más poderosa de Hollywood. Cobraba más que cualquier otra actriz y tenía fama de diva caprichosa e insufrible. De hecho, durante un tiempo la industria comenzó a llamarla ‘Gimme More’ [un juego de palabras entre el nombre de la actriz y la traducción al español ‘dame más’] y empezaron a correr rumores de que había pedido en varios rodajes que pusieran a su disposición aviones privados para poder moverse de forma más rápida y cómoda con sus amigos y familiares, según recoge Álex Ander en 20minutos y comparte Francisco Lorenson para Periodista Digital.
Corrían los años noventa y la otrora sex symbol —que acaba de cumplir 57 años— aún estaba en pleno apogeo de su carrera. Solo unos años después, sin embargo, el teléfono empezaría a sonar cada vez menos y la actriz terminaría amargada y recurriendo —como ya hiciera en otras ocasiones antes— al alcohol y las drogas para superar la mala racha. Un bache del que la estadounidense habla largo y tendido en su libro de memorias Inside Out —a la venta desde finales de septiembre—.
La actriz se ha abierto en canal para contar en él las miserias de su vida porque, según señala, “ya no hay nada que tenga que esconder o proteger”. Por eso, no escatima en detalles sobre su traumática infancia en Nuevo México. Una etapa marcada por la ausencia de su padre biológico —un cocainómano texano que abandonó a su madre cuando ella ni había nacido—, los problemas con el alcohol y la justicia de su progenitora —a la que arrestaron en varias ocasiones por conducir ebria y a quien llegó a salvar en una ocasión con sus propias manos de un intento de suicidio— y la poca estabilidad que les dio durante años supadrastro —un vendedor ambulante que les hacía cambiar de residencia a cada instante y que, además, terminó suicidándose cuando ella era una adolescente—.
La de Roswell se consideró siempre el patito feo de la clase y tuvo que enfrentarse siendo niña a varias operaciones en su ojo izquierdo, lo que le obligó a tener que llevar un parche durante años. Pero lo peor vino cuando con quince años sufrió una terrible violación a manos de un conocido de su inestable madre. “Si llevas un pozo de vergüenza y trauma no resuelto dentro de ti, ninguna cantidad de dinero, medida de éxito o celebridad puede llenarlo”, cuenta ahora la actriz.
Como fue consciente enseguida de que la vida era un camina o revienta, acabó abandonando el instituto de Hollywood donde estudiaba y se marchó de casa de su madre a los dieciséis años recién cumplidos. Dos años después, con cuestionables patrones relacionales como referencia, la chica se enamoró y se casó con el cantante de rock Freddy Moore, un tipo bastante mayor que ella del que se separaría poco tiempo después y de quien tomaría su apellido poco antes de debutar en el cine —de la mano de Silvio Narizzano, con un papel protagonista en el drama Choices (1981)— y la televisión —con un papelito en la exitosa Hospital General—.
Pero la jovencísima Moore —que empezó su carrera artística currando como modelo, posando en varias de las revistas masculinas de referencia de la época— no tenía muy claro cómo gestionar su ingreso en el selvático mundo del show business y terminó dejándose atrapar por las fiestas salvajes, las drogas y el alcohol —es más, en esos años tuvo que ingresar en un centro para rehabilitarse de sus múltiples adicciones—. La cosa se puso tan seria que en una ocasión, durante el rodaje de St. Elmo, punto de encuentro (1993), el director de la película la llegó a echar del set después de que la actriz se presentase allí colocada. “’St. Elmo’ siempre será la película que cambió mi vida. Si no hubiera ido a rehabilitación para hacer esa película, realmente me pregunto si aún estaría viva”, reflexiona en el libro.
Su vida cambió por completo el día que se topó por primera vez con el actor de moda en ese momento. Moore y Bruce Willis se casaron en Las Vegas en noviembre de 1987, tuvieron tres hijas juntos y fueron felices y comieron perdices. Al menos, durante un tiempo. “Me dieron la oportunidad de redirigir el curso de mi vida antes de que destruyera todo. Claramente ellos vieron más de mí que yo misma”, apunta la actriz en su libro.
El punto culmen de su carrera profesional llegó también en esa época, cuando le ofrecieron protagonizar la emblemática Ghost. Más allá del amor (1990), por la que llegó a estar nominada al Globo de Oro. A partir de ahí, Moore encadenó un éxito comercial tras otro —participando en algunas de las cintas más emblemáticas de los noventa como Algunos hombres buenos (1992), Una proposición indecente (1993) o Acoso (1994)—, y llegó a convertirse en la actriz mejor pagada de Hollywood —al embolsarse doce millones de dólares por su trabajo en la provocativa Striptease (1996)—.
A pesar de su escaso talento interpretativo, los noventa le valieron a Moore para forrarse y, de paso, para erigirse en icono del cine comercial. Es cierto que algunos la ponían entonces a parir por sus exigencias y elevado caché, pero ella se pasó las críticas por el forro y se convirtió, sin saberlo ni pretenderlo, en una pionera en la lucha contra la brecha salarial entre mujeres y hombres.
Pero ese no sería el único hito histórico que protagonizaría la actriz. En 1991, embarazada de ocho meses de su segunda hija, accedió a ser fotografiada totalmente desnuda para la fotógrafa Annie Leibovitz y a aparecer de esa guisa en la portada de Vanity Fair. Volvieron a lloverle las críticas, pero Moore logró demostrar que estar preñada y lucir sexy no eran cosas incompatibles y, de paso, superó muchos de sus miedos e inseguridades personales. “Ayudar a las mujeres a amarse a sí mismas y a sus formas naturales es algo notable y gratificante de lograr, particularmente para alguien como yo que pasó años luchando con su cuerpo“, escribe ahora la actriz.
Pero lo bueno siempre acaba, y hacia finales de los noventa Moore empezó a perder su estatus de estrella superreclamada. Ni la meca del cine se la rifaba ya tanto como antes, ni los productores parecían dispuestos a pagarle lo que ella pidiera. Así que después de rodar La teniente O’Neil (1997), cambió el orden de prioridades y se mudó a Idaho para centrarse en la crianza de sus hijas. “Cuando me di cuenta de que necesitaba estar con mis hijas en un lugar durante una determinada cantidad de tiempo, no sentí ningún riesgo en términos de mi carrera. Era solo que mis hijas eran importantes para mí”, contaba la estadounidense en una entrevista reciente.
En esa época, Willis y ella seguían levantando las envidias de (casi) todos, pero lo cierto es que su matrimonio hacía ya aguas por todos lados. El aparente miedo al compromiso de él y la nula intención de Moore de renunciar definitivamente a su carrera para convertirse en ama de casa a tiempo completo e indefinido —como parece que pretendía su esposo— hicieron que la relación se fuera al garete en el año 2000. “Simplemente no compré la idea de ‘eres el rey’ a la que se había acostumbrado”, confesaba Moore.
La actriz, que en poco tiempo se tuvo que enfrentar a la muerte de su madre debido a un cáncer, a su separación de Willis y al fracaso comercial de la última película que había rodado —un drama romántico llamado Passion of Mind (2000)—, reconoce que vivió en esos años una de las peores etapas de su vida. Con ese percal, decidió dedicarse a cuidar de sus hijas y no volvió a rodar una película hasta que le ofrecieron un papel en Los ángeles de Charlie: Al límite (2003). “Fui producto de padres divorciados que no estuvieron presentes para mí. Me di cuenta de que si no estaba presente para ellas, tendría problemas más grandes con ellas más tarde”, señalaba Moore en una entrevista.
Tres años después de dejarlo con Willis, Moore inició una bonita (y mediática) historia de amor con el atractivo Ashton Kutcher, con quien se acabaría casando en una ceremonia privada celebrada en 2005. “Yo tenía cuarenta años y una gran vida. Y la vida adulta de Ashton apenas comenzaba. No vi todo eso porque estaba dentro de ello. Me sentía como una niña de quince años con la esperanza de que le gustara a alguien”, reconocía.
La actriz empezó a acudir entonces a centros de reproducción asistida y logró quedarse embarazada —a los 42 años— de una niña a la que pensaba llamar Chaplin Ray —y a quien acabó perdiendo cuando su embarazo estaba ya bastante avanzado—. Y ella, que había recaído en la bebida y se había vuelto adicta a la Vicodina, se culpó siempre de aquella pérdida. La pareja siguió recurriendo a tratamientos de fertilidad con la esperanza de que la actriz se quedase embarazada de nuevo, pero las cosas no salieron como ambos esperaban y en 2011 se les rompió el amor de tanto usarlo —o quizás de usarlo poco, porque la razón que dio ella fue la de que Ashton le había sido infiel—.
De lo que no cabe duda es de que aquella ruptura dejó a Moore bastante tocada. De hecho, pocos meses después de la separación la actriz tocó fondo al tener que ser ingresada de urgencia en el hospital a causa de una sobredosis por consumir cannabis sintético e inhalar óxido nitroso en una fiesta en la que se encontraba también su hija Rumer —“me estaba desmoronando. Ya no tenía carrera. Ni una relación”, cuenta en sus memorias—. A raíz de aquel episodio, las hijas de Moore se distanciaron de su madre y la intérprete acabó pasando otra temporada en una clínica de desintoxicación.
Hoy día, la estadounidense parece haber logrado salir al fin de aquella espiral de autodestrucción. El séptimo arte parece haber pasado a un segundo plano para una mujer que cada vez actúa menos —sus últimos trabajos en cine han sido en papeles de poco calado, aunque acaba de rodar una nueva serie titulada Brave New World— y que lleva años sobria —después de acudir a un intenso programa de rehabilitación por trauma, codependencia y abuso de sustancias—. Moore prefiere ahora disfrutar de sí misma, del amor y compañía de sus hijas —con quienes ha retomado la buena relación que tuvieron en su día— y de su pasión por aficiones como la psicología espiritual. De eso y de promocionar un libro con el que ha logrado desnudarse emocionalmente y que sin duda va a seguir dando que hablar en los próximos meses. O quizás años.