Giorgio y Judith, una pareja insólita

Giorgio y Judith, una pareja insólita

Un pintor obsesionado y una fotógrafa errante. El señor Morandi y miss Ross juntos pero no revueltos. Una sorpresa excelente para el otoño cultural madrileño

La Fundación Mapfre redobla su inicio de temporada con dos exposiciones simultáneas, ‘Morandi. Resonancia infinita’ y ‘Judith Joy Ross’. Un inclasificable y solitario pintor italiano del siglo pasado y una empática fotógrafa estadounidense de nuestros días. Dos miradas a la vida diferentes, intelectual una, emocional la otra. Fabricadas, aquella a base de pequeños y repetitivos cuadros sobre misteriosos y evanescentes objetos cotidianos; esta, sobre una galaxia de retratos de seres humanos a más diversos, más conectados con ese sentimiento huidizo y vergonzante en nuestros días que es la ternura.

Nadia Arroyo, directora de cultura de la Fundación se las ve y se las desea para justificar esta conexión que quizás sea fortuita, simple problema de agenda, o quizás deliberada sofisticación más allá de la rutina expositiva: ‘Nos encontramos ante la obra de dos artistas que a simple vista no tendrían ninguna vinculación, pero que visiblemente evocan una misma aproximación al arte. Morandi toma como recurso los objetos de su estudio, para llevar una profunda reflexión en torno a lo real y a la propia pintura, y Ross se centra por completo en la persona para reflexionar sobre cuestiones morales, cívicas o existenciales. El resultado en ambos casos es una obra poética, silenciosa y profunda’.

Morandi y sus resonancias

Empecemos por este recorrido retrospectivo por la obra de Giorgio Morandi, uno de los artistas más significativos e inclasificables del siglo XX, que llega muy bien acompañado de una selección de obras de artistas contemporáneos posteriores que en fotografía, pintura, escultura y cerámica han captado en sus obras ecos suyos. Interesante idea con notable resultado. Los admiradores introducen impactos de variedad en la monotonía ‘morandiana’ sin los que la sucesión de las obras del pintor italiano se haría por sí sola más ardua.

Morandi (Bolonia, 1890-1964) permaneció casi toda su vida en su casa-taller tratando de captar el misterio que solo él veía tras la apariencia de unos cuantos objetos, acercándose a la realidad de la manera más fiel posible a través de una poética de susurros flotantes que construye por medio de la luz, el color y los valores volumétricos. En este camino trabaja en obras en las que parece no haber nada más que lo que la pintura muestra: formas básicas y puras, lo que confiere una fuerte sensación de irrealidad a sus composiciones.

La exposición, que nos llega tras ‘Una mirada atrás. Morandi y los maestros antiguos’ que el Museo Guggenheim de Bilbao puso en pie en 2019, y la antológica que veinte años antes construyera el Museo Thyssen-Bornemisza, realiza un amplio recorrido por la producción morandiana a través de siete secciones en las que se abordan los temas queridos por el artista, fundamentalmente naturalezas muertas, paisajes y jarrones con flores. Al inicio del discurso que desgrana la muestra destacan Autorretrato (1925) y Bañistas (1915), dos de los escasos ejemplos de la representación de la figura humana en su producción.

A lo largo de los años Morandi ha sido reconocido internacionalmente como una figura importante en el desarrollo del arte contemporáneo. Sorprendentemente, añadiríamos contemplando sus humildes telas, sus repetitivos temas, su resumida técnica y su falta de planteamientos rupturistasa. Por este motivo, en el itinerario de la exposición se ha incluido esa selección de otros artistas ‘simpatizantes’ que desde distintos medios (fotografía, pintura, escultura y cerámica principalmente), han sabido establecer un diálogo con el lenguaje del pintor italiano. Entre ellos destacan Tony Cragg, Tacita Dean, Joel Meyerowitz, Luigi Ontani, Rachel Whiteread, Edmund de Waal, Alfredo Alcaín, Dis Berlín o Gerardo Rueda.

La renovación de los géneros tradicionales por parte del impresionismo y en concreto de Cézanne, interpretados a partir de una simplificación geométrica de forma y espacio, se convirtió en una de las constantes del arte de Morandi. Al finalizar la Primera Guerra Mundial, Morandi se interesó por la «pintura metafísica». Tras compartir unos meses en Ravenna con Giorgio de Chirico y Carlo Carrà, su obra se pobló de maniquíes, esferas y elementos geométricos propios del nuevo estilo. Pero mientras estos se centran en la magia que destilan objetos aparentemente discordes colocados unos junto a otros, sin una lógica aparente, Morandi dirá que sus cuadros de este período son «puras naturalezas muertas y nunca pretenden sugerir consideraciones metafísicas, surrealistas, psicológicas o literarias. Mis maniquíes nunca los elegí para que sugirieran representaciones simbólicas de seres humanos, o caracteres legendarios o mitológicos. Los títulos que daba a esos cuadros eran convencionales, como, por ejemplo, Naturaleza muerta, Flores o Paisaje; títulos sin implicación alguna de extrañeza o irrealidad fantástica».

Junto con sus ‘naturalezas muertas’ a base de cerámicas decorativas, cajas y jarrones de flores, el paisaje será el otro género que más practique pero nunca llegará con él al mismo nivel de destilación inteelctual y formal. También realizó realizó unos ciento treinta grabados. Su proceso de aprendizaje fue lento, seguramente a través de manuales, pero tras diez años de práctica consiguió transcribir las sensaciones de los colores a las gradaciones de los blancos y los negros del grabado. Sus estampas, aunque puedan parecer sencillas, son resultado de un complejo y meticuloso proceso.

Con el paso de los años, la pintura de Morandi fue tendiendo a la sublimación, a una
progresiva reducción de los temas y depuración técnica a la que contribuyeron las
gradaciones tonales casi inefables, y una pincelada suave que comenzó a desmaterializarse hacia 1950. Las obras de este período son de una extrema simplificación y una disolución creciente, hasta el punto de que los motivos dejan de distinguirse claramente y devienen casi abstractos. En 1955, durante una entrevista para Voice of America, Morandi, preguntado sobre este asunto, contestó: «Creo que no hay nada más surrealista, nada más abstracto que lo real».

En este sentido, el color blanco es fundamental en su poética. Por paradójico que pueda parecer, este «no color» adquiere en sus composiciones un variadísimo valor cromático, con sus matices de ocre, marfil, rosado o grisáceo. En las acuarelas, el blanco del papel actúa de manera evidente como un color más, en contraste con las zonas pintadas. Una práctica que también había llevado a cabo Cézanne y que Morandi aplica además a su obra grabada.

Contemplar las naturalezas muertas de Morandi suscita la emoción de estar en un tiempo suspendido, casi eterno, imposible de alcanzar. El artista, una vez alejado definitivamente de las modas y de los movimientos que se suceden en el arte europeo durante las primeras décadas del siglo XX, aborda, con dedicación, el silencio de los objetos cotidianos y domésticos que encuentra en su taller. Era capaz de pintar un lienzo en un par de horas, pero dedicaba muchísimo tiempo previo a pensar y estudiar la composición de los objetos, la relación de estos en el espacio, la posible incidencia de la luz y la gradación tonal. Sus botellas, cajas, jarrones, ya sea que se coloquen formando una barrera compacta o en una composición más suelta, siempre siguen una disposición controlada en la que no hay nada casual. La atmósfera polvorienta de algunas de sus obras la obtiene mediante gradaciones tonales, con una paleta que tiende casi a lo monocromático pero que descubre, tras una segunda mirada, una variación de tonos muchísimo más rica de lo que a simple vista se pudiera pensar.

Es como si para Morandi hubiera infinitas posibilidades en la orquestación de los objetos en el espacio; de hecho, algunos críticos han utilizado metáforas musicales para explicar su pintura. La muestra se acompaña de un catálogo dividido en dos volúmenes: el primero centrado en la obra de Giorgio Morandi propiamente dicha y el segundo dedicado a los ecos del italiano en el arte contemporáneo. Ambos reproducen la totalidad de las obras expuestas.

Los retratos de Judith Joy Ross

Al lado y en diálogo difícil pero sugerente, Judith Joy Ross presenta una selección de su archivo fotográfico desarrollado durante cuarenta años centrado exclusivamente en el retrato. En 1966 comenzó a fotografiar a sus conciudadanos del estado de Pensilvania Quería conocer a las personas por dentro mirando solo su aspecto. No, solo su aspecto, no: su aura, diríamos para escándalo de los racionalistas. A partir de 1976, tras distintos viajes a Europa, Ross adquiere una cámara de 8 x 10 pulgadas con el fin de retratar a “gente corriente” en lugares públicos.

Trabaja en base a un cierto impulso personal hacia los desconocidos que la motivan, y rápidamente establece una relación con ellos, una atmósfera de confianza y quizás complicidad que es su arma secreta. Sus retratos suelen enmarcarse en el contexto de un tema previamente escogido: Eurana Park, los visitantes del Monumento a la Guerra de Vietnam, los miembros del Congreso durante el escándalo Irán-Contra (Irangate), los niños de las escuelas de Hazleton y lugares concretos como Easton, donde nació, se crio y donde aún hoy vive.

El recorrido, compuesto por 200 fotografías y algún material documental, se desarrolla a través de nueve secciones que, en sentido cronológico, muestran un amplio panorama de los principales proyectos de la artista. Es esta la mayor retrospectiva de su trabajo realizada hasta la fecha. Judith Joy Ross nace en 1946 en Hazleton, una pequeña ciudad minera de Pensilvania y en 1970 obtendrá un máster en fotografía en el Institute of Design de Chicago. En 1981 empieza a utilizar una cámara de 8 × 10 pulgadas y en 1984 conocerá afortunadamente a John Szarkowski, director del departamento de Fotografía del MoMA de Nueva York, que pronto adquirirá obra de la artista para las colecciones del museo. Un año después obtiene una beca Guggenheim y ya en 1993 sus fotografías se presentan en una exposición individual en el San Francisco Museum of Modern Art y son incluidas en exposiciones colectivas fuera de Estados Unidos. Se celebra su primera retrospectiva en 2011 en Colonia.

¿Puede uno emocionarse mirando fotos de desconocidos? Hagan la prueba.

Aproximación a las exposiciones (del 1 al 10)
Interés: 8
Despliegues: 7
Comisariados: 8
Catálogos: 9

Fundación MAPFRE Sala Recoletos
(Paseo de Recoletos, 23. Madrid)

MORANDI
RESONANCIA INFINITA
Del 24 de septiembre de 2021 al 9 de enero de 2022
Comisarias: Daniela Ferrari y Beatrice Avanzi, conservadoras del Museo di Arte Moderna
e Contemporanea di Trento e Rovereto (MART).
Asesora científica selección arte contemporáneo: Alessia Masi, conservadora del
Museo Morandi de Bolonia.
Exposición organizada por Fundación MAPFRE y Fundació Catalunya La Pedrera
Dirección: Paseo de Recoletos, 23. Madrid.

JUDITH JOY ROSS
Del 24 de septiembre de 2021 al 9 de enero de 2022
Comisario: Joshua Chuang
Producción: Fundación MAPFRE.

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Autor

José Catalán Deus

Editor de Guía Cultural de Periodista Digital, donde publica habitualmente sus críticas de arte, ópera, danza y teatro.

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