Desde que el Teatro Real estrenara ‘Die Meistersinger von Nürnberg’ el pasado 24 de abril, hay dos mil artículos comentando la obra en nuestras redes sociales, así que poco más podría añadir esta modesta reseña cuando solo queda una función. Una gran coproducción para la ópera más larga del repertorio, un magno esfuerzo con 112 cantantes y 95 músicos que exige otro tanto del que se atreva con sus cinco horas y cuarto de duración total.
Es bien sabido que el compositor alemán interrumpió el ciclo del Anillo entre 1857 y 1864 para componer esta obra a continuación de la sin par Tristán e Isolda. ‘Los maestros cantores de Núremberg’, estrenada en Múnich en 1868, es una obra singular en la producción de Richard Wagner (1813-1883), la única un tanto mundana, con solo otras dos alejadas de esoterismos sobrenaturales, el décimo título de su catálogo operístico. La trama transcurre en ese ciudad durante la víspera y el día de San Juan en el siglo XVI, y se inspira en un personaje real el zapatero poeta y músico Hans Sachs (1494-1576), su indiscutible protagonista por encima de la pareja enamorada, el forastero caballero Walter y Eva, la hija del orfebre Veit Pogner que dirige a los doce ‘meistersinger’, una asociación de maestros artesanos de los distintos gremios burgueses, que compaginan sus oficios con el arte de crear canciones bajo reglas muy estrictas y minuciosas. La llegada de Walter, quien para ganar el concurso cuyo premio es el matrimonio con Eva, se presenta con una arrebatadora e inspirada canción fuera de todos los cánones establecidos, genera entre los maestros cantores un encendido debate estético y filosófico entre lo transgresor y lo normativo en la creación artística, que va creciendo en complejidad a lo largo de toda la ópera, evocando las grandes corrientes de pensamiento del Romanticismo centroeuropeo.
Wagner creó el libreto tras un sesudo trabajo de documentación para dar alas a sus reflexiones filosóficas enfrentando a los conservadores maestros, cuya feroz caricatura es uno de ellos, el funcionario Sixtus Beckmesser, con ese joven inspirado con el que se identifica. Entre ambos, tesis y antitesis hegelianas, surge la síntesis, la figura conciliadora del zapatero Sachs, que aboga por un arte libre y sincero, aunque fiel n la tradición y la cultura del pueblo alemán. Su monólogo final sirvió de sustento ideológico y cultural al III Reich que convirtió esta ópera en símbolo de la superioridad alemana y de su proyecto de reconstruir el sacro imperio germánico, una entelequia mítica fabricada por la historiografía. Wagner, para contrastar quizás la visión negativa de ese puñado de burgueses reaccionarios, al final presenta un alegato casi panfletario en defensa no solo de la herencia cultural y artística que dicen conservar, sino también de la forma cicatera y obtusa en que lo hacen. Con lo cual el argumento de la obra resulta contradictorio, y la dialéctica hegeliana (y marxista) no funciona, pues Walter, una vez que ha triunfado, sigue rechazando a la autoridad competente, y Sachs termina haciendo una defensa cerrada de la ley y el orden establecidos.
La portentosa música de Wagner despliega un riquísimo lenguaje formal y armónico que potencia el perfil de los personajes, las situaciones dramatúrgicas y las intervenciones de los protagonistas, articulando con pericia y fluidez los himnos luteranos con marchas, canciones de trabajo, melodías populares, bailes y evocaciones del mundo sonoro de la ciudad. La brillante orquestación, muy articulada a la trama y sin los vuelos armónicos de sus óperas anteriores, critica, parodia, se mofa y se divierte con los personajes.
El director de escena Laurent Pelly potencia el enfoque burlesco del gremio de los artesanos convirtiéndolo en el principal atractivo del espectáculo. Presenta un escenario desvencijado, metáfora de un mundo inestable, con una imponente escenografía de Caroline Ginet: resulta insulso en el primer acto, brillante en el segundo -cuando reproduce el taller del zapatero-, y sugerente en el tercero con esa rampas al proscenio y un marco gigante para recuadrar con énfasis a los muy maestros cantores. El recurso de representar la ciudad con casitas de cartón apiñadas pretende sugerir ‘una vida estructurada que se tambalea y se derrumba, abriéndose a un nuevo mundo más libre y verdadero a través de la sublimación del arte’, pero no termina de resultar convincente. La iluminación de Urs Schönebaum es absolutamente soberbia y colabora a realzar la trama con excelentes enfoques sobre los personajes y especialmente en el tono ceniciento de los doce extravagantes maestros.
La dirección musical de Pablo Heras–Casado resultó en la función de este martes grandiosa, si se permite una opinión inexperta. Volcado últimamente en la difícil asignatura del repertorio wagneriano, este es su sexto título en el Real después de El holandés errante (2017) y la Tetralogía –El oro del Rin (2019), La valquiria (2020), Siegfried (2021) y El ocaso de los dioses (2022)–. Inauguró con éxito la pasada edición del Festival de Bayreuth con un Parsifal que volverá a interpretar este año, y va a dirigir una nueva producción de El anillo del nibelungo en la Ópera de París.
Del reparto solo se pueden decir elogios. El bajo barítono canadiense Gerald Finley es un perfecto Hans Sachs, bien secundado por Sebastian Kohlhepp en el papel de su aprendiz David; brillantes los enamorados, el tenor croata-alemán Tomislav Mužek como Walther von Stolzing y la soprano estadounidense Nicole Chevalier como Eva, mientras su aya Magdalena está a cargo de la mezzo ucranio-alemana Anna Lapkovskaja. Y el bajo coreano Jongmin Park como el anciano Veit Pogner y el barítono británico Leigh Melrose como el mefistofélico Sixtus Beckmesser encabezan a unos maestros cantores que forman uno de los mejores colectivos posible, con cuatro buenas presencias españolas -José Antonio López, Albert Casals, Jorge Rodríguez Norton y Valeriano Lanchas. La dirección actoral es lo realmente impresionante del trabajo de Pelly y hasta el sereno -que también los había en aquellos tiempos y latitudes- clava sus dos intervenciones gracias al bajo ucraniano Alexander Tsymbalyuk. Los movimientos de tan extenso reparto, del grupo de aprendices y del coro son siempre adecuados, y el despliegue de vestuario del mismo Pelly, ayudado por Jean-Jacques Delmotte, incluye más de 300 atuendos.
Los maestros cantores han vuelto al Teatro Real después 23 años, ya que desde su reapertura se han ofrecido solamente tres funciones de esta ópera, en junio de 2001, con el Coro y Orquesta de la Staatsoper de Berlín, bajo la dirección de Daniel Barenboim. Una ópera singular, cargada de reflexiones filosóficas entre escenas grotescas, que encarna las enormes diferencias culturales que aún nos separan. y que si durara una menos sería una obra maestra. Wagner tenía mucho que decir y le salía a borbotones casi inaccesibles para el común mortal aún hoy, siglo y medio después. Imposible entrar en detalles de la enorme partitura, imposible decir nada más mientras nos recuperamos del impacto.
Aproximación al espectáculo (valoración del 1 al 10)
Interés: 8
Música: 9
Libreto: 7
Dirección artística: 9
Dirección musical: 9
Reparto: 8
Orquesta: 8
Coro: 9
Puesta en escena: 8
Producción: 9
Programa de mano: 9
Documentación a los medios: 9
Teatro Real
LOS MAESTROS CANTORES DE NÚREMBERG
Die Meistersinger von Nürnberg
Ópera en tres actos
Música y libreto de Richard Wagner (1813-1883)
Estrenada en el Teatro de la Corte de Múnich el 21 de junio de 1868
Estrenada en el Teatro Real el 18 de marzo de 1893
Nueva producción del Teatro Real, en coproducción con la Royal Danish Opera de Copenhague y el National Theatre de Brno
24, 28 de abril y 2, 6, 10, 14, 18, 21, 25 de mayo de 2024
Dirección musical Pablo Heras-Casado
Dirección de escena y vestuario Laurent Pelly
Orquesta y Coro Titulares del Teatro Real
Escenografía Caroline Ginet
Iluminación Urs Schönebaum
Dirección del coro José Luis Basso
Reparto
Hans Sachs – Gerald Finley
Veit Pogner – Jongmin Park
Kunz Vogelgesang – Paul Schweinester
Konrad Nachtigal – Barnaby Rea
Sixtus Beckmesser – Leigh Melrose
Fritz Kothner – José Antonio López
Balthasar Zorn – Albert Casals
Ulrich Eisslinger – Kyle van Schoonhoven
Augustin Moser – Jorge Rodríguez Norton
Hermann Ortel – Bjørn Waag
Hans Schwarz – Valeriano Lanchas
Hans Foltz – Frederic Jost
Walther von Stolzing – Tomislav Mužek
David – Sebastian Kohlhepp
Eva – Nicole Chevalier
Magdalene – Anna Lapkovskaja
Sereno – Alexander Tsymbalyuk
Un aprendiz Pilar Belaval (24 abr; 2, 10, 18, 25 may) y Carolina Bardas (28 abr; 6, 14, 21 may)
Una vecina Irene Garrido (24 abr; 2, 10, 18, 25 may) y Sonia Suárez (28 abr; 6, 14, 21 may)
Duración aproximada 5 horas y 15 minutos
Acto I: 1 hora y 25 minutos
Pausa de 25 minutos
Acto II: 1 hora
Pausa de 25 minutos
Acto III: 2 horas.