Juan Pablo II estaba más afincado en lo tradicional, este Papa es más abierto
(José Manuel Vidal).- Javier Monserrat es jesuita, doctor y profesor en la Universidad Autónoma de Madrid. Es, al mismo tiempo, riguroso en sus investigaciones y un poco soñador. Eso se desprende, al menos, de su último libro Hacia un nuevo Concilio, el paradigma de la modernidad en la era de la ciencia, que acaba de publicar con la editorial San Pablo. Un libro que pretende nada menos que un cambio de paradigma en la Iglesia.
El Vaticano II se ha convertido en una especie de piedra de toque, de escándalo. ¿Separa, divide, une? ¿Marca las dos grandes sensibilidades, aún en la Iglesia actual?
Yo creo que el Vaticano II en su momento histórico representó una apuesta carismática de un gran profeta que fue, sin duda, Juan XXIII. Permitió que la Iglesia estudiara y, en consecuencia, explicara el cristianismo de siempre, el mensaje de Jesús, pero de una manera apropiada a nuestra época. Esta gran pretensión que tuvo, a mi modo de ver, Juan XXIII, comenzó a diseñarse en el Concilio. Sin embargo, si nosotros vemos lo que de hecho hizo el Vaticano II, hay cosas muy interesantes y de gran calidad, como la Constitución sobre la Revelación. Pero, en conjunto, el Vaticano II no llegó a realizar el programa que el mismo Concilio abrió para la Iglesia. De ahí que, una vez que el Concilio terminó, en el fondo, quedó planteado en la Iglesia el gran quehacer, la gran tarea de cómo presentar el cristianismo en nuestra época.
¿O sea que el Vaticano II fue una especie de primer paso hacia un aggiornamento que no se produjo, al menos en su totalidad?
Eso es lo que yo entiendo. Que el aggiornamento que de alguna manera estableció como horizonte el Vaticano II, no pudo, en todos sus detalles y contenidos, ser formulado por el mismo Concilio. Pero lo principal, a mi modo de ver, fue que el Concilio dejó abierta una inquietud para el futuro. Una tarea que, después, se fue intentando realizar. Por eso surgieron también tensiones, diferentes modos de entender.
¿Las tensiones del post-concilio?
Eso es. Después del Concilio hubo quienes pensaron que para estudiar o exponer el carisma cristiano en nuestra época había que hacer tal cosa. En cambio, otros pensaron otra cosa. Hubo una diversidad de opiniones que produjo tensiones en la Iglesia.
¿Diversidad de fondo, o de forma? ¿Diversidad en cuanto a la aplicación de los instrumentos, o de interpretación radical? ¿No apuesta la sensibilidad más de derechas por una ruptura o desactivación del Vaticano II?
Yo pienso que la diversidad de opiniones que dio origen a diversas corrientes dentro de la Iglesia (todas ellas con una voluntad cristiana fantástica) pretendían la realización del programa del Vaticano II. No eran sólo cuestión de forma, tenían una visión más profunda del cristianismo. No digo visiones irreconciliables, porque creo que en el cristianismo todo es reconciliable. Pero sí eran posiciones divergentes que creaban tensión. Una manera de pensar más bien conservadora tendía a decir que el programa del Vaticano II se había hecho profundizando en lo que siempre se había dicho (en la tradición antigua de las hermenéuticas, que son cuestionables y discutibles, y pueden evolucionar). El que las hermenéuticas se transformen con la historia forma parte de la teología católica de más raigambre. Eso es obvio. Por tanto, no es que se produjera una diversidad muy radical en la interpretación de los grandes principios del cristianismo, sino en los modos de presentar esto ante el tiempo. Y una de las posiciones fue la que pretendía seguir entendiendo y exponiendo el cristianismo más o menos como siempre se había hecho, dentro de los cauces de la filosofía de la escolástica, o las tendencias que había en ese momento en la Iglesia, hacia un tipo de teología kerigmática (sobre las grandes verdades de la fe). Y prescindiendo, en parte, de su interpretación dentro del tiempo. Precisamente, una de las características de esta corriente kerigmática (que nació de la nouvelle teologie, en el curso del siglo XX) suponía una desconfianza de las hermenéuticas al uso dentro del mundo cristiano. Y por esa desconfianza (pensemos las críticas que se hicieron a la escolástica en aquellos tiempos) se tendía a una teología que fuer apura exposición de lo que podríamos llamar la Palabra de Dios o el lenguaje cristiano. Prescindiendo de las interpretaciones que habían sido habituales, y que se tenía la intuición de que no servían. Esto se siguió cultivando también después del Vaticano II.
Últimamente se habla mucho de la hermenéutica de la continuidad y de la discontinuidad. ¿Se está jugando ahí el sentido de la Iglesia presente y futura?
Cuando hablamos de perspectiva de futuro, nos estamos saliendo claramente de lo que estrictamente fue el Vaticano II. Apuntando al futuro, yo pienso que en el cristianismo hay, por una parte, una perspectiva de continuidad que el mismo Juan XXIII señaló. Él era consciente de que se necesitaba una nueva exposición del cristianismo para la época. Pero también dijo en sus discursos que el cristianismo está vinculado esencialmente a Jesús de Nazaret. Lo que el cristianismo, como Iglesia y como religión siempre ha pretendido, no es inventar cosas, sino presentar en la sociedad lo que es el mensaje de Jesús. Esto constituye claramente su carisma, y no es transformable. Es la esencia del cristianismo. Ahora bien, esto no significa que nosotros no podamos, en cada época histórica, interpretar este kerigma. Tenemos que exponer la profundidad cristiana, es la misión que Jesús ha dado a la Iglesia. Pero debemos hacerlo desde el logos de cada época. Entenderlo desde ahí. Por lo tanto, la continuidad está, naturalmente, en el kerigma, que está en el espíritu de todos los cristianos. Pero a la vez, la discontinuidad va a afectar (y debería afectar) en nuestro tiempo a lo que es la hermenéutica y la interpretación de este kerigma. Ahí es donde, a mi modo de ver, la Iglesia de ha mantenido en unas líneas de interpretación del pasado, que tienen unas características determinadas que la historia nos obliga a rehacer. Debemos entrar en una nueva época, aunque no tiene por qué implicar una discontinuidad hermenéutica total, porque puede haber aspectos del pasado que sean también hoy perfectamente asumibles. Pero en conjunto, sí debe darse una discontinuidad, porque (como expongo ampliamente en mi libro) el cristianismo se ha movido dentro de una hermenéutica grecorromana, que comenzó a configurarse en los primeros siglos. Si somos sensatos, es evidente que hoy en día el pensamiento ha cambiado muchísimo. ¿Cómo vamos a comparar el mundo de los siglos I y II, de los neoplatonismos y de las filosofías estoicas, con lo que hoy en día es la ciencia, la imagen del mundo, del hombre, de la vida, del cosmos, de la materia…? Eso lo ha producido la ciencia con todo rigor.
¿O sea que la Iglesia tiene que cambiar de paradigma?
Eso pienso. Tiene que transitar al paradigma de la Modernidad, aunque esto vaya a suponer una cierta discontinuidad. En el fondo, el entendimiento del cristianismo depende de dos factores: uno es la voz del Dios de la Creación, que se nos ha dado en Jesús y constituye el kerigma cristiano. Dios ha creado el mundo, nos ha hecho a nosotros tal como somos, y ha producido el cosmos. Por lo tanto, si nosotros queremos comprender la voz de Dios, debemos hacerlos desde nuestra experiencia humana, porque es al hombre real al que va dirigido el mensaje de Jesús, y naturalmente (y esto es la clave) debemos persuadirnos de que el mundo real no es tal como se describió en el paradigma grecorromano. El mundo creado por Dios no es como se describió en el paradigma antiguo. Debemos aceptar que el mundo creado por Dios es tal y como nos lo describe hoy en día la ciencia.
¿Ni tampoco es el paradigma que se aplica en el Concilio Vaticano II?
A mi humilde modo de ver, el Vaticano II es un concilio que estableció una apertura de horizontes, un proyecto. Esto se ve en el espíritu de Juan XXIII. Lo que quería era la exposición del cristianismo en la cultura de nuestro tiempo. Pero el Concilio no llegó a realizar todo esto.
¿Tantos pecados cometimos en la aplicación del Concilio, para que se acuse al sector moderado, o progresista, de todos los males de la Iglesia actual?
Bueno, yo pienso que todas las facciones que se han dado en la Iglesia han actuado en la Iglesia dentro de un gran espíritu de sensibilidad cristiana. Por tanto, ni unos ni otros tienen la culpa (si hay culpa de la desorientación en la que estamos, de las luchas internas, el caos de que nadie sepa exactamente lo que tiene que pensar…la situación de desconcierto que se da en la Iglesia). De esto no somos responsables ni unos ni otros. El verdadero responsable de que en la Iglesia no hayamos encontrado todavía un camino para realizar el Vaticano II es el sistema. Esto se ve en cualquier grupo humano: cuando se debe producir un cambio y hay que ir hacia algo nuevo, se tiene que vislumbrar una alternativa. Y tiene que ser una alternativa bien construida. Y en estos años no se llegó a una alternativa. Había una gran diversidad de opiniones. Yo, lo que he intentado hacer en mi libro, como la propuesta de un intelectual, es proponer a la Iglesia (desde un espíritu de comunión con ella) que, después de toda la evolución de la Iglesia en los últimos siglos, y el desfase que se produjo entre ella y la Modernidad a partir de los siglos XVI y XVII, que aproveche la nueva situación que se da de convergencia de ideas, para comenzar a vislumbrar cuál puede ser la alternativa. La interpretación paradigmática alternativa.
¿Una alternativa que podría recuperar lo que llamábamos «el espíritu del Vaticano II»?
Eso es. Porque, si tiene que dar un nuevo Concilio, en el fondo será la continuación del Vaticano II. Y debería ser el Concilio en el cual el programa del Vaticano II llegara a su cumplimiento. No definitivo, porque en la historia no hay nada definitivo. Pero sí que se cerraría un ciclo histórico.
¿Y con esa alternativa también se podría recuperar la ilusión pastoral que sí hubo durante una determinada época del post-concilio?
También. Si la Iglesia entra en un proceso de convergencia y armonía es sobre todo porque se va viendo que existe una alternativa. Y esta alternativa no va en contra del kerigma cristiano, al revés: permite una profundización sorprendente. Si vamos viendo que la alternativa no es algo que abandona la tradición, sino que la integra, veremos que todas las corrientes progresistas que ha habido en los últimos tiempos también pueden encontrar su acomodo en esta nueva perspectiva que se va abriendo. Por tanto, yo creo si esta perspectiva va abriéndose un sitio en la Iglesia, no se van a producir más tensiones.
¿O sea que usted propone una alternativa de síntesis?
Sí. Es la propuesta de un intelectual que tiene todo el derecho a decir: «Pienso que en la Iglesia hoy deberíamos hacer esto». Y soy consciente de que al proponerlo no estoy contraviniendo, negando, ni planteando cuestiones que no sean asumibles por el kerigma cristiano.
¿Pero es una alternativa factible? ¿Es plausible en estos momentos en que las distintas sensibilidades están radicalmente enfrentadas?
Bueno, no soy tan ingenuo como para pensar que la alternativa va a abrirse camino ahora, en este momento. Difícilmente una propuesta como la que yo hago va a tener eco inmediato, es lógico. Porque muchas personas están en otra manera de pensar. En la Iglesia se tiene que dar todo un proceso de transformación de las ideas, maduración de la manera de pensar de la gente, de los teólogos, los filósofos cristianos…
¿Arriba y abajo?
Claro. Yo pienso que en primer lugar se tiene que dar un proceso de transformación en la base. Pero cuando se produzca el momento de cambio clave en una institución como es la Iglesia, tendrá que aparecer otro nuevo Juan XXIII. Un hombre carismático que se haya dado cuenta de lo que hay y por dónde van las cosas. Que vea la situación de la Iglesia y vea que no estamos bien. Y que, consideradas todas estas cosas, se sienta movido por el Espíritu para decir que la Iglesia tiene que afrontar en nuestros tiempos la gran tarea pendiente desde hace siglos. Lo que decía Juan XXIII: «La tarea de estudiarse y explorarse a sí mismo y al kerigma cristiano en cada época».
O sea que, una vez que las bases están preparadas para ese cambio de paradigma, ¿no se producirá si en la cúpula (en Roma, en el Vaticano) no hay un Papa profético, digamos?
En la Iglesia católica el que toma las decisiones y la conduce es el Papa. Entonces, en contra del Papa o al margen del Papa difícilmente se podría producir un cambio en la Iglesia. Yo comprendo perfectamente que la Iglesia es una institución de mucha historia, y que las jerarquías y los obispos tienen la preocupación de que no se les vaya de las manos el mensaje de Jesús. Entonces, tienen una prudencia, que es a la que estamos acostumbrados en el Vaticano. Pero claro, llega un momento en que este no decir conduce a una desorientación general. Hay mucha gente que defiende posiciones conservadoras, y que está persuadida de que desde estas posiciones conservadoras defiende a la Iglesia, sin darse cuenta de que quizá es al revés. Es decir, que defender la Iglesia en nuestro tiempo no es retrotraerla a la época grecorromana.
No sólo piensan defienden a la Iglesia, sino que, para hacerlo, excomulgan a las otras sensibilidades
Claro. Y en la Iglesia lo hermenéutico está abierto. Yo, por ejemplo, como filósofo y teólogo, propongo una hermenéutica de cristianismo basada en la idea de la Modernidad de qué es el cosmos, la vida, el hombre, la historia. Yo creo que desde esta perspectiva se puede abordar una nueva interpretación del cristianismo.
¿Qué plazos prevé, tanto en las bases como en la cúpula, para conseguir este cambio?
No lo sé. Yo lo único que puedo hacer es escribir cosas. La idea que tenía en principio era escribir algo legible para todo el mundo. Pero, cuando comencé a escribir, me di cuenta de que, o las cosas las dices bien, o te van a decir que no entiendes, que no sabes, que no has tenido en cuenta… Por eso mi libro es un ensayo de alto nivel. Todo lo que digo lo razono a fondo. Explico, por ejemplo, lo que es el paradigma grecorromano, y expongo cómo está perdurando en la Iglesia.
El libro lleva ya unos meses en el mercado. ¿Qué reacciones ha recibido hasta ahora?
Por parte de la jerarquía, reacción oficial (naturalmente) no he tenido ninguna. Guardan una discreción que comprendo, porque podrían meterse en una situación embarazosa. Pero, a nivel personal (y aunque no puedo dar información), la posición no ha sido de exclusión, sino de ánimo y estímulo.
¿O sea que la jerarquía estaría abierta a la posibilidad de ese cambio de paradigma?
La jerarquía son muchos obispos, yo no hablo en general, sino de los contactos que yo, personal y sectorialmente, he tenido. La sensación no es de rechazo, sino de reconocimiento de que es un libro de servicio a la Iglesia. Yo pienso que si el libro se estudia en profundidad, se ve que difícilmente se sale de la ortodoxia católica. Y si alguno dice que se sale de la ortodoxia católica, lo que puede mostrar es su desconocimiento de la ortodoxia católica. Y las posibles descalificaciones, en un teólogo de categoría, no son apropiadas. Esas efusividades no son propias de un intelectual católico. Todo el mundo tiene derecho a decir lo que quiera, pero dentro de una argumentación.
¿Cómo han respondido sus colegas, los teólogos?
Con los que yo he hablado, la percepción es positiva. Han salido muchas recensiones, y sólo una, a los 15 días de publicarse el libro, que es mejor dejar entre paréntesis, porque es muestra de la falta de dignidad intelectual de su autor. Pero, en general, la actitud es positiva. Esto no significa que yo no sea consciente de que el mundo de la teología es también un mundo de personalismos, y alguno se pueden sentir ofendidos porque a un jesuita profesor de teología se le haya ocurrido escribir un libro de estas aspiraciones. Supongo que algunos se han sentido molestos, pero la emotividad de cada uno es lo que es. Yo lo que hago en el libro es una propuesta, porque creo que ha llegado el momento en que la Iglesia pueda clarificarse a sí misma en la historia, y pienso que esto tendría unas repercusiones inmensas.
Pero, si existe ese diálogo teológico entre ustedes, ¿por qué no sale a la luz pública?
Bueno, en parte sí lo hay. Yo en el libro he hecho una especie de reconstrucción de la historia, hasta llegar al futuro que se nos presenta. Es decir, qué interpretación del cristianismo la Iglesia nos está obligando a hacer. Me he referido a las grandes escuelas del pensamiento cristiano, pero es cierto que no me he dedicado a dialogar con tal teólogo de España o de Alemania. No me interesa entrar en diálogo artificialmente.
Ante una propuesta de este calado, ¿no debería salir otros colegas, quizá con otras propuestas o con otros ensayos?
Claro, buscando el camino que la Iglesia necesita. Si uno piensa otra cosa o se plantea la misma problemática, lógicamente tendrá que ponderar las cartas que yo he puesto sobre la mesa. Los temas se han puesto sobre el tapete, pero yo cambiaría mi opinión si viera una crítica que me convenciese. Así es el mundo de los intelectuales.
Usted propone un Vaticano III, pero algunos sectores dicen que sería contraproducente, porque piensan que un episcopado de tendencia mayoritariamente conservadora nos retrotraería a Trento.
Yo no pienso igual. Creo que la Iglesia católica, actualmente, está en una situación post-conciliar de cierto desconcierto, con posiciones poco armonizables, y donde las cosas están todavía muy oscuras. La Iglesia es depositaria, y por eso yo comprendo que los obispos tienen que tomar una garantía de que esto no es un desmadre. Por tanto, yo creo que los obispos están donde están dado el contexto. Pero desde la base de la Iglesia (de la que participarían muchos obispos, porque hay muchos obispos que son intelectuales), se pueden ponderar las cosas perfectamente. Igual que yo me he colocado con honestidad ante la historia, y he visto que hay una serie de cosas que se nos imponen. Los obispos también pueden formar parte de este proceso de reflexión que se tiene que ir dando. Y, desde el momento en que los obispos vieran que por parte de las directrices de la Iglesia, de las cabezas, comienzan a variar las cosas, ellos mismos cambiarían en dos días. La masa conservadora se puede transformar en un momento.
Eso lo vimos ya en el cambio de Pío XII a Juan XXIII, con el mismo episcopado.
Exactamente. El episcopado de entonces era mucho más conservador que ahora, y Juan XXIII rompió moldes, desorientó a la gente con un acto carismático. Por eso, en gran parte, tuvieron que improvisar. Pero en la Iglesia se hizo una reflexión en profundidad, que hizo que surgieran nuevos documentos, redactados desde una nueva mentalidad.
Ahí estaba ya el profesor Ratzinger. ¿Dónde se encuentra ahora el Papa Benedicto XVI, respecto a esta problemática?
Por lo que he entendido, el cardenal Ratzinger formaba parte en aquella época de esta corriente de teología kerigmática. No era escolástico, sino de la nouvelle theologie. Y creo que siempre se ha mantenido en esta perspectiva, con influencias agustinianas, pero dentro de una teología que tiende a ser la exposición de la Palabra de Dios. En contacto con las Escrituras y en contacto con la tradición, pero haciendo que resalte sobre todo esta exposición de los grandes principios del kerigma cristiano. Los libros que el Papa escribe siguen yendo en esta línea de siempre. Juan Pablo II estaba más afincado en lo tradicional, este Papa es más abierto. Benedicto XVI goza de mi aprecio en muchas cosas. Es un intelectual.
¿O sea que no se puede decir que el Papa actual sea el «tapón» que está evitando que este paradigma llegue a plasmarse?
Bueno, es que hay que ir por pasos. Para que este paradigma llegue a realizarse, hay un proceso anterior que no se ha dado. Yo no conozco ningún libro en el mundo, con este nivel de argumentación, que haga un análisis de lo que debería ser la hermenéutica de la Iglesia. Hay autores con los que coincido, pero no hay un libro de estas características. Todas las ideas del libro, antes de llegar al Papa, tienen que ser discutidas y conocidas por mucha gente. Tiene que haber un proceso previo de conformación del pensamiento en la Iglesia.
Yo pienso en mi situación como intelectual, y me pregunto cómo puede el cristianismo presentar su sentido y significación en el mundo contemporáneo. Llevo años pensando en esto.
¿Lo que está claro es que la Iglesia está perdiendo capacidad de oferta de sentido?
Exacto. Yo me planteo con toda honestidad cristiana qué puedo hacer para la misión que Jesús confió a la Iglesia, que es hacerla inteligible en cada momento y en cada época. Y yo soy tan responsable de eso como los obispos.
¿Implica eso estar muy atento al mundo, a la gente?
Claro. Mi humilde aportación son los libros de este estilo. No soy periodista, y no tengo el carisma de la divulgación, pero pienso que otras personas se sienten interpeladas, como yo por la cuestión de hacer visible al cristianismo en nuestro tiempo. Hacer una reflexión serena sobre lo que ha sido la Iglesia en el pasado, o sobre los problemas que tenemos hoy. Uno no se compromete y sigue en su teología profesional corporativa, metido en su mundo, sin plantearse estas grandes cuestiones.
Porque, a pesar de hacer un ensayo muy serio, usted se ha mojado.
Sí. Y otras personas tienen que mojarse. Si esto tiene que prosperar históricamente, si éste es el camino que lleva a la renovación de la Iglesia, como soy creyente, pienso que contará con el impulso del Espíritu. Por tanto, tiene que impulsar a otras personas. Si alguien siente esa responsabilidad y no se compromete, eso ya es cosa suya. Yo mantendré mi compromiso de defender estas ideas hasta que vea que se pueden defender. Si uno va dejándose llevar por el discurso de nuestro tiempo, con espíritu abierto, entonces se irá produciendo una transformación, y así se irá creando en la Iglesia un humus. Muchos de los obispos pueden formar parte de este compromiso vital. Tienen que responder ante su conciencia, esto tiene que presionarles. Si todo esto se tomara en serio, y la Iglesia entrara en un proceso de repensamiento, en un intento de reformulación de su propia visión del mundo, esto repercutiría en un beneficio inmenso para toda la sociedad cristiana. Crearía unas ideas y unos esquemas que para la libertad humana, porque el cristianismo nos habla del Dios que ha creado la libertad.
Esta renovación de la Iglesia, por tanto, no la proponemos para intentar volver al teocratismo o al teocentrismo antiguo, sino para que el discurso que la Iglesia tenga en nuestro tiempo, sea inteligible. Que no parezca ridículo, acientífico, que no conecta con la realidad. Porque el hombre moderno, por la razón, se siente repelido por esto. Queremos dar a la libertad humana la posibilidad de decantarse hacia la oferta de Jesús.
¿Hacer creíble racional y testimonialmente el mensaje de Jesús?
Exacto.
¿La crisis social está influyendo en la crisis de la Iglesia, y viceversa? ¿Tienen algo que ver?
Una de las grandes inquietudes del cristianismo han sido siempre (y sobre todo en los últimos tiempos) las corrientes progresistas que se han dado en el seno de la Iglesia. Desde el Vaticano II, son corrientes que han estado muy influidas por el pensamiento de que el cristianismo tiene que contribuir a la fe y a la justicia. Como decimos los jesuitas, y como dice la Doctrina de la Iglesia hoy. Muchos grupos sociales tienen la necesidad de que la Iglesia se comprometa con la justicia. Lo que nosotros vemos es que el mundo que constituye el panorama internacional de las naciones, del consenso y del concierto, es una estructura sociopolítica nacida de la Modernidad. Y cuando la Modernidad se fusionó con el liberalismo, dio lugar también a la Modernidad liberal. Y, a mi modo de ver, la crisis financiera que se ha producido muestra clarísimamente que las reglas del funcionamiento económico de la sociedad en la que nos encontramos estaban mal diseñadas, y daban lugar a una corrupción inmensa, a especulación, a una economía de burbujas mal diseñada. Y esto al final ha terminado repercutiendo sobre la masa social, produciendo pobreza. Esto es un episodio de la necesidad y el deseo que muchas personas tenemos de que en el mundo se produzca un cambio hacia un nuevo orden internacional.
¿Esa es la voz que tendría que subrayar la Iglesia?
La Iglesia durante mucho tiempo ha expuesto ideas fecundas desde su Doctrina Social, de las cuales, si muchas se hubieran aplicado, quizá ahora no tendríamos los mismos problemas. Pero es un hecho que la Iglesia apenas ha tenido influencia con su Doctrina, en lo que es el mundo real. El Papa publica encíclicas, pero esto es una evidencia. Ahora estamos viviendo tiempos excepcionales, porque no sólo las ideas pueden cambiar: algo tan importante como es la religión en la historia, puede llegar a un nuevo paradigma. Y la búsqueda de la justicia también está entrando en tiempos excepcionales, que tienen que ver con la movilización de la sociedad civil, que puede ser el gran protagonista del siglo XXI. Pero para poder llegar a sus objetivos, la sociedad civil tiene que organizarse mediante diseños intelectuales técnicamente bien construidos. La promoción de este mundo más justo y de este nuevo orden internacional, que en cierta manera hiciera inviables las crisis como la que estamos atravesando, puede ser impulsado por la sociedad civil. Porque estamos asistiendo a un proceso de protagonismo creciente de la sociedad civil en la transformación de la historia, donde todas las religiones podrían jugar un papel decisivo. Hoy en día la sociedad civil puede transformar el mundo. Tiene los elementos para conseguir muchos de los grandes ideales que hasta ahora nos han frustrado. Ahora el poder está en manos de la sociedad civil, lo que falta es que la sociedad civil se sepa organizar. En los últimos tiempos han surgido ONGs, movimientos de acción ciudadana…cada vez hay más conciencia de que la sociedad civil puede hacer algo. En cierto modo, ya está cansada de la política. Yo no pienso que la sociedad civil deba convertirse en un partido político, pero sí puede convertirse en un factor de presión que oriente la historia. Y en todo este proceso los grupos cristianos podrían jugar un papel muy importante.
Algunos titulares:
El Vaticano II en su momento histórico representó una apuesta carismática de un gran profeta que fue, sin duda, Juan XXIII
El Vaticano II no llegó a realizar su propio programa
Lo principal, del Concilio fue que dejó abierta una inquietud para el futuro
No veo visiones irreconciliables en la Iglesia, porque creo que en el cristianismo todo es reconciliable
La Iglesia tiene que transitar al paradigma de la Modernidad, aunque esto vaya a suponer una cierta discontinuidad
El verdadero responsable de que en la Iglesia no hayamos encontrado todavía un camino para realizar el Vaticano II es el sistema
Debemos aceptar que el mundo creado por Dios es tal y como nos lo describe hoy en día la ciencia
Para que se produzca el cambio clave que la Iglesia necesita, tendrá que aparecer un nuevo Juan XXIII
En contra del Papa o al margen del Papa difícilmente se podría producir un cambio en la Iglesia
Juan Pablo II estaba más afincado en lo tradicional, este Papa es más abierto
Hay mucha gente que defiende posiciones conservadoras, y que está persuadida de que desde estas posiciones conservadoras defiende a la Iglesia
Defender a la Iglesia no es retrotraerla a la época grecorromana
Si alguno dice que este libro se sale de la ortodoxia católica, lo que puede mostrar es su desconocimiento de la ortodoxia católica
La misión que Jesús confió a la Iglesia es hacerla inteligible en cada momento y en cada época
El cristianismo nos habla del Dios que ha creado la libertad
El discurso de la Iglesia no puede parecer ridículo, acientífico, o ininteligible para nuestro tiempo
La Doctrina Social de la Iglesia apenas ha tenido influencia en el mundo real
Todas las religiones podrían jugar un papel decisivo en la movilización de la sociedad civil