La afición 'premió' a dos políticos allí presentes, Albert Rivera, de Ciudadanos, y Rafael Luna, del Partido Popular su defensa de la tauromaquia en el Parlament. Y los sacaron en hombros también
La Fiesta taurina de la Mercé, rebautizada este año como de la Libertad, vivió anoche un glorioso epílogo en la plaza Monumental de Barcelona. No sólo por el resultado artístico, pues el torero de la tierra, Serafín Marín, indultó a un toro de la ganadería de Jandilla y abrió la Puerta Grande junto a sus compañeros de cartel Manuel Jesús El Cid y Francisco Rivera Paquirri, sino por los instantes tan emotivos que se vivieron después.
Pocas veces se habrá visto una plaza tan volcada con lo que acontecía en el ruedo. El coso barcelonés registró una gran entrada -unos tres cuartos de su aforo, rezan las crónicas- que puso de manifiesto el apoyo que hay en esta comunidad a la fiesta de los toros. Y algo inaudito. La afición ‘premió’ a dos políticos allí presentes, Albert Rivera, de Ciudadanos, y Rafael Luna, del Partido Popular su defensa de la tauromaquia en el Parlament. Y los sacaron en hombros también. Primero una vuelta al ruedo junto a los triunfadores del festejo y después por la Puerta Grande.
Serafín Marín vivió una tarde muy emotiva. Triunfó en su tierra, ante los suyos y a lo grande. Si cuando la ILP abolicionista el diestro era la viva imagen de la desolación–«Los diputados me quitan mi trabajo y encima tengo que pagar sus sueldos con mis impuestos«–este domingo se dio un baño de masas en toda regla. Los aficionados no sólo le sacaron en hombros, sino que además lo pasearon por las calles de Barcelona entre gritos de «Libertad,libertad» y «Cataluña es taurina», llegando incluso a cortar el tráfico. El día anterior lo mismo había ocurrido con otro matador, José Antonio Morante de la Puebla.
El de este domingo fue el último festejo de la temporada en Barcelona en el año en el que el Parlament sacó adelante una ILP abolicionista que daba la puntilla a las corridas de los toros mientras que esos mismos diputados protegían los «correbous», que quedaron blindados en el mismo escenario. Mediante la misma las corridas firmaban su sentencia de muerte pero lo vivido ayer supone un balón de oxigeno para la tauromaquia, que volvió a vivir días gloriosos en una ciudad con una gran tradición taurina.