Una persona que no haya visto torear a la verónica a Morante de la Puebla no entenderá jamás por qué los aficionados a las corridas de toros hablamos del Arte del Toreo
El escritor, periodista y novelista Francisco López Barrios escribe una columna de opinión en El País, a tenor de la muerte del torero Víctor Barrio, y la gran cantidad de vejaciones e insultos que tanto él como su familia han recibido a posteriori, titulada: ‘Animalismo, nazismo, izquierda’ que arranca así–Salvaje enganchada de Carlos Herrera con una concejala podemita que escribió que la muerte de Víctor Barrio tenía «aspectos positivos»–:
Más del 90% de los llamados «animalistas» no ha visto nunca una corrida de toros. Tampoco los nazis habían leído los libros que lanzaban a la hoguera. Y era más que improbable que las brujas que quemaban los inquisidores fueran propietarias de flipantes escobas voladoras. Por eso se puede afirmar que una de las características de los individuos sectarios es su agresividad y otra su desconocimiento–Nestlé se carga al ‘youtuber’ que era imagen de los helados Maxibon por sus bestiales comentarios contra el torero Víctor Barrio–.
Dice López Barrios que por tanto un militante del animalismo más radical jamás podrá emocionarse, como lo hacen miles y miles de aficionados taurinos, cuando ven a un torero arriesgar su vida delante del toro–Carlos Herrera llama «hijos de puta» a todos aquellos que vejaron a los familiares del torero Víctor Barrio–:
Una persona que no haya visto torear a la verónica a Morante de la Puebla no entenderá jamás por qué los aficionados a las corridas de toros hablamos del Arte del Toreo. Y lo más probable es que un animalista del común ignore que Adolf Hitler y su lugarteniente Himmler publicaron las primeras leyes animalistas del continente europeo.
Continúa de esta manera:
Pero aquí se trata de buscar culpables para encender de nuevo las hogueras inquisitoriales. Por eso, la conexión nazistoide encuentra también enchufes de alto voltaje en nuestros días.
Argumenta que:
Hoy, los intereses de las multinacionales del espectáculo, de la alimentación, de los accesorios para las llamadas mascotas, lideran un negocio mundial que mueve más de 20.000 millones de dolares al año.
A su servicio, una potente penetración cultural centroeuropea, germánica y anglosajona, ha colapsado la conciencia analítica y crítica de muchos ciudadanos del Sur de Europa. Transformándolos en adolescentes emocionales y haciendo del animalismo uno de los abalorios sentimentales que movilizan con más éxito el histerismo colectivo.
Y finaliza:
Las plazas de toros se convierten en espacios para la especulación urbanística (caso de la de Barcelona) mientras el espectáculo taurino, pura creación popular, revolucionario, dramático, veraz, de fusión entre música, ballet, plástica, ética y estética, se ve acosado sin que la izquierda española mueva un dedo en su favor.
Una izquierda que desconoce el origen de la fiesta taurina como victoria popular de los mozos que auxiliaban a los aristocrátas en su deporte de alancear toros desde sus caballos.
Ellos, los mozos del pueblo, desarrollaron frente al toro estrategias creativas que entusiasmaron a los públicos. Y rompieron las normas que encorsetaban a las clases populares, utilizando el oro, la plata, y la seda, en sus vestimentas, materiales prohibidos al pueblo llano, además, por ejemplo, de hacer el paseíllo sin destocarse aunque el Rey estuviera presente en la plaza.
¡Ojalá la muerte de Victor Barrio sirva para iluminar el mérito extraordinario de quienes, como los toreros, arriesgan su vida para levantar esculturas efímeras frente al toro, y apuestas radicales sobre el doble valor, humano y humanista, de la existencia…!