Desde el Atlántico

Carlos Ruiz

Terrorismo islamista y servicios de inteligencia: el efecto «bumerang»

El problema de crear un monstruo es que la criatura monstruosa se puede volver contra su creador. Algo parecido ocurre cuando las criaturas monstruosas (grupos terroristas) se vuelven contra sus creadores (servicios secretos). Un penetrante analista argelino, Mustafá Hammush, lo llama efecto «bumerang».

En el diario argelino «Liberté» (el diario francófono más leído de ese país) publica Mustafá Hammush sus análisis, siempre interesantes. Si en España de verdad hubiera interés por el norte de África, sus artículos serían traducidos y publicados por los más prestigiosos diarios españoles. Pero lo que hay en España no es un interés auténtico en conocer la verdad de esa región vecina. Las plañideras que se quejan de que conocemos poco esa región son precisamente quienes con más empeño transmiten una imagen prefabricada para consumo occidental.

Mustafá Hammush ha publicado el lunes 19 de octubre, en el diario Liberté un artículo que coincide con muchas de las ideas que he expresado en este blog sobre la relación del terrorismo y los servicios de inteligencia. Por su interés, lo traduzco íntegramente.

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Boomerang

Por: Mustafá Hammush

Mientras en Pakistán el poder se resigna por fin a emprender una guerra ofensiva contra la fortaleza inexpugnable de los talibanes, Irán sufre, por segunda vez en un año, un atentado de gran envergadura. Por la calidad política de las víctimas, es uno de los ataques terroristas más mortíferos que la república islámica ha sufrido desde su establecimiento.
Más al sur, una guerra hace furor entre el Ejército regular y las tribus chiitas afiliadas al régimen de Teherán en la región de Saada.
Arabia Saudí debe soportar regularmente atentados de Al Qaida, uno de los cuales, el 27 de agosto último, se dirigió contra su ministro adjunto de interior.

Todos estos países tienen la responsabilidad de haber iniciado el terrorismo islamista antes de alimentarlo, ideológica, financiera y militarmente.

Al inundar el mundo musulmán de núcleos wahabitas, Arabia Saudía creía extender, gracias a esa red, un ambiente doctrinal que legitimaría sobre una base panislámica su régimen despótico y arcaico.
Irán, después de la revolución islámica, se ha dedicado a exportar su modelo en tierras islámicas para extender su influencia a expensas de los regímenes y las ideologías wahabita y baasista.

Puede decirse, a grandes trazos, que todos los regímenes arabes, quizá exceptuado Túnez, han intentado integrar el islamismo en la formulación de su identidad política. De esta forma, todos los déspotas creían haber dado suficientes señas de religiosidad como para estar a salvo de la revolución islámica. Pero, en caso necesario, siempre estaban dispuestos a añadir una capa más. La manera en la que el partido argelino FLN, ciertamente opuesto históricamente a la laicidad y desviado de su «yihad anticolonial» para conseguir objetivos de poder local, se ha transformado en barbudo a los primeros síntomas de hegemonía y a las primeras manifestaciones de la brutalidad del FIS, ilustra la disponibilidad del régimen argelino, por ejemplo, a abrazar la nueva religión política.

Lo anterior equivale al recibimiento cuasi triunfal y el efecto de amplificación del que se ha beneficiado el integrismo por parte de los poderes existentes en el norte de África y en el Oriente Medio.
Argelia, políticamente desprovista de toda base doctrinal, y cuyos dirigentes no han estado animados sino por el deseo de poder, constituye el punto débil del sistema geopolítico del mundo musulmán: fue naturalmente elegida para ser probar en ella la primera revolución islámica armada. Y continúa pagando el encarnizamiento del proyecto oscurantista, ampliamente sostenido desde el interior, pero igualmente combatido eficazmente por la resistencia civil republicana.

A pesar de sus divisiones, sus contradicciones y sus alianzas desafortunadas, el islamismo ha golpeado en casi todo el mundo. Hoy vuelve militarmente a sus puntos de partida. Sus bases (los confines irano-pakistaníes, la frontera pakistano-afgana y las montañas de Yemen) se han convertido, como por un efecto bumerang, en campos de batalla.

Después de dos decenios de terrorismo islamista, se puede enunciar esta verdad: sea quien sea quien lo haya podido suscitar, apoyar u orientar, nadie puede pretender quedar libre de él. Incluido aquel que lo suscita, lo apoya o lo orienta.

M. H.
[email protected]

POST-SCRIPTUM
Publicado este texto leo un artículo de Jean-Louis Dufour, interesante, como todos los suyos, que trata sobre Pakistán, donde se sostiene la tesis de Hammush acerca de la complicidad de ciertos Estados (a través de sus servicios secretos) con las organizaciones terroristas:

la política de exportación de la subversión parece haber fracasado definitivamente. Los militantes y milicianos islamistas que durante mucho tiemo Pakistán ha apoyado, alimentado y encuadrado, ahora intentan destruir la coherencia política de Pakistán.

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Autor

Carlos Ruiz Miguel

Catedrático de Derecho Constitucional Director del Centro de Estudios sobre el Sahara Occidental Universidad de Santiago de Compostela

Carlos Ruiz Miguel

Catedrático de Derecho Constitucional
Director del Centro de Estudios sobre el Sahara Occidental
Universidad de Santiago de Compostela

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