La de marrones y marroncetes que debe silenciar toda persona que mande. Qué angelical se nos muestra el mundo interior de los vestuarios futbolísticos cuando el éxito acompaña. (Si Pep Guardiola y su compañero de fatigas -a veces intrigas- Manuel Estiarte hablasen…)

Todo es un monumental relato en base a los intereses creados. La relación de Guardiola con Messi tuvo episodios francamente turbulentos. Lo saben ellos y sus entornos inmediatos. Pero había que fingir y seguir adelante en aras del beneficio común: obtener títulos.

No se lleve el lector la idea de que el mundo del fútbol sea radicalmente distinto y peor a otros ámbitos. Es puramente la vida misma: juegos de poder. Y tiene un montón de entresijos que a menudo no trascienden, por mucha prensa que revolotee y aparentemente investigue. Quedan en secreto. Y en buena parte son entresijos de obligado secreto para muchos de sus protagonistas. Les conviene.

Aquellos que alardean de lo fácil que es dirigir un equipo de cracks de fútbol debieran revisar sus postulados. La técnica futbolística no lo es todo. La gestión de los egos (incluido el de aquel que dirige) es un trabajo titánico, ímprobo. Pone a prueba al más capacitado. Es una prueba muy difícil de superar. De ahí que cuanto Pep Guardiola hizo al frente del Barcelona tiene un mérito enorme. Un actuación no exenta de errores, imposturas o de momentos poco dignos. Pero en su conjunto un trabajo de altísimo nivel.

Todo eso ya es historia. Pero las lecciones que aprendimos de aquella época debieran mantenerse vivas, máxime ahora en que tras la destitución de Zubizarreta como director técnico y el enconado enfrentamiento entre Lionel Messi y el entrenador Luís Enrique la caja de Pandora azulgrana se ha abierto y toda la institución tiembla como era habitual hace dos décadas.

Cuánto cuesta aprender de los errores para no repetirlos.