Estoy desolado por la muerte de mi amigo del alma Emilio Sol Bartolomé. Falleció ayer en el transcurso de una cacería. Le falló el corazón, henchido de intervenciones. Emilio tenía 57 años y muriendo él yo también muero un poco.

Nos conocimos en el patio de la Escuela Molina en la calle San Eusebio de Barcelona a los 3 años de edad. Formamos camarilla con Fernando Sánchez y José Luis Coderch. Durante un tiempo coincidimos Emilio y yo en el Instituto Menéndez y Pelayo de la Vía Augusta, hasta que su familia marchó al norte, a Galicia.

Unos años más tarde, hacia el 2000, reencontré a Emilio casualmente en Santiago de Compostela, cuando empecé mi singladura como profesor visitante del Centro Superior de Hostelería de Galicia. Localicé vía teléfonica a su hermana Mariona, quien me dio la pista de Emilio. Justo ella me ha dado hoy-con voz trémula- noticia de su muerte cuando intentaba la caza de un enésimo ciervo. (Ambos vimos la película «Bambi» de niños pero con efectos claramente dispares en nuestras vidas).

Emilio era un superviviente: diabético, enfermo del corazón, repleto de achaques…Era, sin embargo, consciente de que su vida sería breve y por ello la vivía a tope. Me telefoneaba quincenalmente y ponía siempre a mi disposición su don de gentes y saberes enciclopédicos.

En los últimos tiempos me había facilitado los baremos de precios de las clínicas dentales gallegas en materia de implantes, tema que ahora me ocupa y preocupa ante una fractura reciente que he padecido.

Ha sido un privilegio tener a Emilio como amigo del alma. Encontraré a faltar sus llamadas y su verbo vigoroso a pesar de su salud quebradiza. Y sus elogios del entrenador Luis Enrique y sus monotemáticas andanadas contra el independentismo catalán.

Yo quería mucho a Emilio. De él aprendí mucho. Yo hoy también he muerto un poco.