Sobre las ocho de esta mañana mi vehículo se ha despeñado conmigo al volante por un alto acantilado en las proximidades de Barcelona. Verosímilmente he perecido en el accidente. No lo sé a ciencia cierta. En la carretera una señal ponía «Faro».

Lo cierto es que se me nubla mi memoria en el mismo momento en que me salgo del carril, me agito y me despierto de la pesadilla. No sé por tanto el guión que mi subconsciente había preparado para ese mal sueño tan tardío, a una hora en que yo pensaba que las pesadillas mismas ya están durmiendo, cumplida su jornada laboral.

He pasado hoy un domingo razonablemente agradable. Temperatura suave, lindo sol y aire limpio en Barcelona. Interesante la exposición Tyssen en el Caixafórum. En mi memoria paladeaba alguna escena salvable del film que vi el sábado, el popular «La-la-land», un musical bastante inferior a lo que yo esperaba.

Grato café con leche en el «Sandwichez» de Gran Vía/Vilamarí, acompañado de la prensa dominical.

Luego el desazón del empate del Barça (lamentablemente apático) en el campo del Betis.

Llega la noche y disfruto leyendo en sueco sobre la vida del director de cine Ingmar Bergaman, obsesionado por la muerte, los sueños, la incomunicación, Dios y el alma humana. Leo interesantes detalles sobre su film «Un verano con Mónica», que a mí tanto me cautivó. Y un impresionante detalle final precede mi regreso al lecho: leo que el difunto director sueco cultivaba la soledad en la casa que mandó construirse -con sala de cine privada incluida- en una isla sueca donde ahora descansan su restos mortales. Al norte de Gotland. La isla se llama Fårö.