La Hora de la Verdad

Miguel Ángel Malavia

Bendita debilidad de Benedicto XVI

Cuando murió Juan Pablo II, dije que había muerto “mi Papa”. Y era así, aunque solo fuera por el hecho de que, al nacer en 1982, no había conocido a ningún otro al frente de la barca de Pedro. Pero lo era por muchas cosas más: con Wojtyla, coincidió la época de mi vida de fe que podría definir como de “nacimiento y juventud”. Hasta 2005, cuando murió, conocí lo que era la Iglesia y viví una fe como la que representaba el Papa polaco: militante, activa y de defensa apasionada. Ahora, en estos casi ocho años de Benedicto XVI, puedo decir que “mi Papa” también es él. Y lo afirmo en un sentido íntimo, pues en esta etapa de mi existencia he profundizado mucho más en lo que es la Iglesia en toda su dimensión, también en sus aspectos más oscuros, hasta el punto de que considero que, a nivel espiritual, estoy en un momento de “búsqueda y madurez”. En este periodo, nadie como Joseph Ratzinger para tener un baño de realismo y humildad.

En estos ochos años, por distintos avatares (en gran parte, por mi profesión como periodista dedicado a la información religiosa), he sufrido grandes desilusiones por haber comprobado de primera mano comportamientos y hechos ciertamente antitestimoniales en el seno de la Iglesia (hablo de corrupción, hipocresía, enfrentamiento, odio, maldad). Como también he tenido la oportunidad de conocer enormes y muy diferentes testimonios de bondad, compromiso sin límites y derroche de amor en cristianos de toda condición. En definitiva, y desde la conciencia de lo mucho que aún me queda por recorrer, creo discernir con mayor clarividencia qué es la Iglesia y con qué personas de carne y hueso está compuesta.

Por eso, me ha reconfortado especialmente este complejo pontificado, en el que, rodeado muchas veces de “lobos”, Benedicto XVI ha tenido que hacer frente a desgarradores problemas heredados. Somos muchos los que, más allá de las grandes palabras y los teóricos lazos de unidad (este Papa ha tenido incontables gestos de entendimiento con todos, incluidos miembros de otras confesiones cristianas y de otras religiones, o los alejados y ateos), necesitamos gestos concretos, verificables.

Tras el histórico anuncio de su retirada en vida, hay quien acusa al Papa de traidor por bajarse de la Cruz, cuando lo que ha hecho ha sido agacharse para hacer llegar a todos los hombres un gesto de autenticidad. Para mí, no hay mejor testimonio en el representante de una fe basada en el amor al hombre por Dios que el de mostrarse entrañablemente humano. Eso es ser un Papa cercano y abierto al mundo. El Papa, a sus 85 años, no duda en evidenciar que él no es Dios, sino un representante más de Dios. ¿Se ha humillado por ello? Pues bendita sea la debilidad de Benedicto XVI. Para los que estamos en constante búsqueda y vivimos la fe como un camino larguísimo y difícil, su paso fatigado y tembloroso puede ser el más adecuado.

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA

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Autor

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

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