Son las caras del horror.
El 7 de octubre de 2023 marcó un antes y un después en Oriente Próximo.
El horror y la tortura padecidos por las víctimas del 7-O, cuando los terroristas de Hamás -armados por Irán y financiados por los emiratos petroleros árabes y la ONU– en kibutz judíos y en un festival de música pacifista, son indescriptibles: masacres brutales con ejecuciones sumarias, violaciones sistemáticas, mutilaciones y secuestros de civiles, incluidos niños y ancianos.
251 sufrieron un espanto inimaginable al ser arrastrados a Gaza.
Especialmente los rehenes retenidos en túneles subterráneos y casas palestinas enfrentaron condiciones infernales de aislamiento prolongado, inanición con raciones mínimas de comida mohosa, falta de higiene extrema, torturas físicas y sexuales, amenazas constantes de muerte y abusos psicológicos.
Los testimonios de los liberados describen golpes, vejaciones y privación de aire en galerías infestadas de moho.
Hoy, tras intercambios parciales y una guerra devastadora, 48 nombres siguen figurando en la lista de desaparecidos.
Según el gobierno israelí, solo la mitad podría seguir viva.
Las familias claman por respuestas y por la recuperación de los cuerpos.
La presión internacional aumenta, pero el tiempo apremia.
La lista es un retrato humano diverso: hay ancianos fundadores de kibutz, soldados caídos cuyos restos aún no han sido repatriados, estudiantes nepaleses que llegaron a Israel para trabajar en el campo y jóvenes que solo querían disfrutar en la rave Supernova.
Sus historias individuales reflejan el drama colectivo que se vive.
Mientras tanto, el tablero geopolítico se mueve: tras la demanda de Donald Trump para detener los bombardeos luego de que Hamás aceptara parcialmente su plan de paz, Benjamin Netanyahu instruyó a las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF) a suspender las operaciones ofensivas en Gaza y adoptar una postura defensiva, preparándose para implementar la primera fase del acuerdo.
Un secuestro masivo que marcó una generación
El ataque del 7-O no fue solo una masacre; fue una operación de secuestro masivo sin precedentes en la historia reciente israelí.
Hamás cruzó la frontera tomando rehenes en kibutzim, bases militares y durante el festival Supernova.
El objetivo declarado era intercambiarlos por prisioneros palestinos encarcelados en Israel. En los meses siguientes, más de un centenar fueron liberados gracias a intercambios escalonados.
Sin embargo, 48 permanecen cautivos en Gaza. Sus familias viven atrapadas entre la esperanza y la desesperación.
Entre los retenidos hay casos emblemáticos:
- Ancianos: Amiram Cooper (85), fundador del kibutz Nir Oz, fue secuestrado en su hogar y asesinado durante su cautiverio; su cuerpo sigue sin ser devuelto. Arie Zalmanowicz (85), otro fundador del mismo kibutz, murió por falta de atención médica; su familia aún aguarda recuperar sus restos.
- Soldados: Asaf Hamami (41), coronel que falleció en combate, fue capturado ya sin vida. Hadar Goldin, teniente muerto en 2014, todavía no ha sido repatriado; su madre lidera una campaña incansable por su regreso.
- Nepalíes: Bipin Joshi (24) forma parte del grupo de estudiantes agrícolas nepaleses secuestrados mientras trabajaban cerca de la frontera.
- ‘Ravers’ del Supernova: Bar Abraham Kupershtein (23), vigilante y técnico de sonido en el festival; Maxim Herkin (36), ruso-israelí que asistió por casualidad y fue dado por muerto.
- Otros perfiles: Alon Ohel (23) y Guy Gilboa-Dalal (23), jóvenes atrapados desde el primer día; Evyatar David (24), cuya extrema delgadez fue exhibida en vídeos propagandísticos; Ariel Cunio (27), argentino-israelí secuestrado junto a su pareja (quien fue liberada posteriormente).
La mayoría son civiles.
Algunos han aparecido en vídeos difundidos por Hamás meses o incluso años después del secuestro. Otros llevan más de 700 días sin dar señales de vida. El gobierno israelí sospecha que al menos la mitad han fallecido durante su cautiverio.
La respuesta militar y el coste humano
La respuesta israelí al secuestro fue inmediata y feroz. Una ofensiva aérea y terrestre devastó Gaza, causando según las autoridades locales más de 66.000 muertes palestinas. La ONU investiga acusaciones de genocidio contra Israel. La Franja quedó hecha trizas. Pero los rehenes no regresaron a casa.
El proceso para lograr su liberación ha sido lento y desarticulado:
- A finales de 2023 se liberaron más de 100 rehenes: 78 israelíes a través de un intercambio y 27 extranjeros fuera del acuerdo.
- Durante una tregua en enero se devolvieron dos rehenes retenidos casi una década junto con los cadáveres de otros ocho.
- Israel liberó a cerca de 2.000 prisioneros palestinos a cambio solamente de 25 rehenes israelíes.
Las negociaciones son complicadas. Hamás exige altos precios por cada vida rescatada mientras Israel opera bajo una intensa presión interna y externa. Las familias protestan semanalmente frente a la residencia del primer ministro.
El giro político: Trump, Netanyahu y el alto el fuego
El contexto internacional dio un giro esta semana cuando Donald Trump pidió a Israel cesar los bombardeos tras el anuncio por parte de Hamás sobre su aceptación parcial del plan de paz propuesto. Netanyahu ordenó suspender las operaciones ofensivas; las IDF pasaron a una posición defensiva mientras se preparaban para poner en marcha la primera fase del plan.
No está claro si este alto el fuego será duradero o si facilitará finalmente la liberación total de los rehenes. Un alto cargo hamasista declaró hace poco que liberar a todos los cautivos “en 72 horas es irrealista y teórico”. La desconfianza entre ambas partes sigue siendo abrumadora.
El impacto local y global
El secuestro masivo del 7-O no solo dejó huellas profundas en Israel; también alteró el equilibrio regional existente. El conflicto adquirió dimensiones internacionales: países occidentales presionan por la liberación de sus ciudadanos; organismos multilaterales debaten sobre posibles sanciones; mientras tanto, la opinión pública global oscila entre empatizar con las víctimas y rechazar la violencia israelí sobre Gaza.
En Israel, la sociedad está dividida entre quienes piden mano dura contra Hamas y quienes abogan porque se priorice la vida de los rehenes sobre cualquier otro objetivo militar o político. El gobierno enfrenta críticas por no haber prevenido el ataque ni asegurado una rápida liberación.
En Gaza, es la población civil quien paga el precio más elevado: desplazamientos masivos, hambre extrema, enfermedades e inusitada destrucción desde 1948.
Futuro incierto
Dos años después del asalto inicial, nadie puede prever cómo concluirá esta crisis humanitaria. Las negociaciones avanzan con dificultad; cada día cuenta para aquellos que siguen cautivos o para sus familias ansiando noticias.
Lo único cierto es que el secuestro masivo del 7-O dejó una herida profunda que ni bombardeos ni acuerdos parciales logran sanar. La exigencia moral por una liberación total —de vivos y muertos— persiste como un imperativo para Israel y como un desafío decisivo para Hamás ante la comunidad internacional.
Mientras tanto, los nombres —ancianos, soldados, nepalíes, ‘ravers’— permanecen en una lista que nadie desea ver crecer ni olvidar.
