EL HIJO MÁS DÍSCOLO, CON EL DISCO RAYADO

Hace dos años largos, ni mamá ni papá estuvieron dispuestos (quiero decir que no se avinieron) a “negociar” un nuevo statu quo con uno de sus hijos, el más díscolo. Bueno, pues éste, con el disco rayado, ha vuelto a amenazar con volver por sus desaforados fueros.

Imagínese usted, desocupado lector (le prometo que no será excesivo el desgaste neuronal que deberá hacer), una familia supernumerosa, con tantos hijos como Comunidades Autónomas hay en España o Tribunales Superiores de Justicia en la susodicha piel de toro puesta a secar al sol son. Bueno, pues uno de sus hijos, el más desobediente, se desplazó hace un bienio, irreverentemente, a la casa de sus padres para decirles que ya no los tenía ni tomaba por tales y que nunca más vendría a felicitarles los cumpleaños ni a cenar el día de Nochebuena con ellos y el resto de su parentela, que rompía con todo y con todos, o sea.

Los padres, que le concedieron la autonomía in illo témpore, hace la tira de años, le vinieron a decir que ellos no podían dejar de ser quienes eran, sus padres, ni él de pertenecer a su familia, por mucho que quisiera o dejara de querer(les). Estoy por asegurar que los progenitores van a echar mano del mismo argumento que usaron entonces. Ya veremos si salen airosos los padres o es el hijo el que lo hace por peteneras. Y es que lo que no puede ser es que lo que ha sido haya dejado, por arte de birlibirloque, o por la sinrazón del porque sí, de ser. ¿Lo comprenderá quien lo tiene que entender? Veremos. Ahí están los remos. A ver si rema.

Ángel Sáez García
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