El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Acaso aquí, lector/a, halle el remedio

ACASO AQUÍ, LECTOR/A, HALLE EL REMEDIO

   Los seres humanos, considerados individualmente, somos tan diferentes, tan variopintos, que (no siento un ápice o una pizca de temor a la hora de alegar este aserto) a nadie le extrañó oír lo que a uno de ellos se le ocurrió decir y adujo por vez primera, que no a todas las personas les sirven idénticos argumentos, mismas ideas o parecidas recetas.

   Quien hizo el denodado esfuerzo de pulsar las opiniones de dos centenas de congéneres o semejantes, aun reconociendo que su sondeo carecía de los mínimos criterios exigibles a las garantías científicas, llegó, entre otras conclusiones, a esta, que lo que a uno le cae estupendamente (por fuera o por dentro, una camisa o un antibiótico, verbigracia), como alianza en el dedo anular, le puede sentar a otro bien o mal, y viceversa; o sea, que la única ley general que cabe deducir o extraer de todo esto es que no hay leyes generales; es decir, que a todos no nos sientan los mismos medicamentos de la misma manera. De ahí que en los prospectos que los acompañan aparezcan indicados o reseñados los efectos adversos o indeseados que algunos conejillos de Indias que los experimentaron o pacientes que los tomaron comunicaron o refirieron.

   Seguramente, lo que acabo de señalar sobre los seres humanos, considerados de manera singular, pueda extrapolarse a lo que quepa observar en ellos de manera plural, coral o colectiva.

   Pondré un ejemplo. En una comunidad de vecinos, que visité recientemente, en la pared izquierda del ascensor (según se accedía a él) leí las líneas azules que había escrito en un folio una niña (colegí, por varias razones de peso, incontrovertibles) con ocasión de la Navidad y la mejor intención (lo adornó de manera naíf, infantil, connatural a la edad de su hacedora). El texto lo había titulado “A los vecinos con mascota” y en él venía a decir que sus dueños debían controlarlas para que no hicieran tanto ruido y así el resto de los vecinos pudieran descansar y dormir. Como colofón, con rotulador rosa había escrito en letras mayores a las usadas arriba: “Si tienes mascota, lee esto”. Aparecía sin firma. Debajo, una mujer adulta había agregado y colocado medio folio escrito con bolígrafo negro y letras mayúsculas, igualmente de forma anónima, en el que decía, poco más o menos, esto:

   “Como propietaria de mascota y aludida, al no saber quién firma la queja y, por tanto, no poder decírselo en persona, le pido disculpas aquí por escrito.

   “Reconozco que muchas veces me resulta complicado controlar a mi can, que anda libre por toda la casa y salta cuando está contento. Asumo que es notoriamente imposible que no haga el mínimo ruido. Aun así, intentaré controlarlo.

   “Sin embargo, el ser humano sí que puede controlar los gritos que da, los cantes, los portazos, las músicas altas que pone, etc.

   “Nosotros también necesitamos descansar y dormir. Disculpen las molestias. Feliz Navidad”.

   Dice la sabiduría popular que se cazan más moscas con una cucharada sopera de miel que con un barril repleto de vinagre, o sea, que se consiguen sumar más partidarios para una causa con formas blandas y suaves que con maneras duras y ásperas.

   Desconozco si todos los vecinos del mencionado edificio leyeron esos dos textos. Ignoro, asimismo, si quienes pasaron su vista por ellos se concienciaron al momento del problema existente, pero uno de ellos, amigo mío, al que fui a visitar, me confesó que, desde hacía tres días, dormía a pierna suelta. Cabe formular, por tanto, la siguiente pregunta retórica: ¿Decidieron los vecinos lectores, cada uno de ellos por sí mismo, ponerse telepáticamente de acuerdo (sin haber tenido que convocar la/el presidenta/e una junta general extraordinaria para tratar sobre dicho asunto y resolver el problema) en contribuir con su granito de arena a solucionar en Navidad, tiempo de paz, el desbarajuste?

   No sé, atento y desocupado lector, sea ella o él, si en su comunidad de vecinos (en el supuesto de que viva en una) hay desórdenes. Si los hay, acaso, mutatis mutandis, cambiando lo que deba/e ser cambiado, en lo que acabo de narrar aquí halle el remedio, la panacea.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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