El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Un día escribiré con más detalle

UN DÍA ESCRIBIRÉ CON MÁS DETALLE

Dilecta Pilar:

Siempre recordaré que a José Carlos le ayudaba a pasar (él escribía a máquina lo que yo le dictaba) los apuntes de Filosofía (cuando estudiábamos COU, en el colegio “Enrique de Ossó”, “Las Teresianas”). Por alguna caja deben andar arrumbados esos materiales (si hubiera impartido dicha asignatura los hubiera usado, sin duda; eran muy buenos), quiero decir, guardados (pero sin saber servidor a ciencia cierta dónde). Con José Luis, a quien le gustaba el deporte tanto como a mí (Bermejo era bastante menos proclive al mismo), jugué (en el mismo equipo o en contra), entre otras especialidades que no nombraré, muchos partidos de fútbol, de pelota a pala, de balonmano y corrí muchos kilómetros en pruebas de cross o campo traviesa (acabo de comprobar que el DLE no ha aceptado la expresión “campo a través”, que era la que usábamos entonces en Navarrete). No olvidaré el viaje que hicimos a Italia (en el que Bermejo le hizo el rodaje al 127, de color gris plateado, que le regalaron sus padres por salir airoso del brete de la Selectividad —el dinero para la gasolina lo obtuvimos de la venta de las papeletas de una lotería mensual que nos sacamos del magín: obtenía premio el portador del número que coincidía con las tres últimas cifras, si no recuerdo mal, del que salía a diario en el sorteo de la ONCE—). El primer día de la odisea (salimos de San Pere de Ribes y llegamos cerca de San Remo, donde dormimos —a mí casi me pasa por encima un camión—) fue tan agotador que me enfadé y a mí, literalmente, se me fue la olla. El segundo, tras pasar por Pisa, llegamos a Roma, donde estuvimos hospedados en la Casa General de los Padres Camilos durante tres jornadas (un día escribiré con más detalle sobre dónde me tocó dormir a mí la primera noche que pasamos en la Ciudad Eterna, en un saco para dicho fin, fuera del coche, cerca de una fuente, tras pasar con el vehículo, dejémoslo en ene veces, por una residencia camiliana que, como era de noche, no vimos —habrá quien no me crea, porque el hecho puede resultar increíble, pero llenamos el depósito cuando nos despedimos y disponíamos a salir de la capital italiana y tuvimos que rellenarlo sin haber logrado nuestro propósito; menos mal, entiéndaseme, que ocurrió un accidente menor, pues fue la propia policía la que nos orientó y pudimos dejar atrás Roma, sí, tal cual—). También estuvimos en Buquiánico, patria chica del Gigante Santo; y más tarde en Venecia y en Turín (en sendos campings). Santaolalla, que era más detallista que yo, cuando nos volvimos a juntar en Zaragoza, se encargó de hacer copias de las fotos que nos tiramos o tiraron y me regaló tres o cuatro folios o láminas portafotos.

Me consta que María Antonia es severa, pero justa. Un día se enfadó conmigo con razón. Durante la carrera solo me impartió clase durante un trimestre, creo, pero me bastó con usar, cada vez que salía de sus clases, en los comentarios que les hacía a mis compañeros la misma palabra francesa, ¡chapeau!, para que se mofaran de mí y me llamaran “Chapó”.

Ya sabes qué ocurre con el amor, que cuanto más se da más se tiene, cuanto más lo compartes más tienes para repartir. Es lo único que se gesta mientras se gasta. Y eso a mí me gusta.

Hace mucho que no escribo haikus. Cuando impartí un curso de Creación Literaria, me dio por ahí también, por escribir esos poemitas de tres versos (de cinco, siete y cinco sílabas, respectivamente, aunque yo hice y jugué con varias variaciones, claro). Sonetos he escrito muchos. Y décimas… ni te cuento.

Tu columna te la he comentado en otro correo. Ya he visto que lo has leído y contestado.

Celebro lo de tu nueva silla, pero, ya sabes, pon y ten sumos cuidado y precaución.

Otro (de tu amigo Otramotro).

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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