El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Un beso, mera muestra de cariño,…

UN BESO, MERA MUESTRA DE CARIÑO,

PUEDE DESEMBOCAR EN UN MILAGRO

Está claro, cristalino, que quien firma abajo estos renglones torcidos no ha tenido tantos hijos como la cifra hiperbólica, redonda, cien mil, que le adjudicaron otrora y aún le atribuyen ahora a Luis IX de Francia, el santo de marras (que, evidentemente, no tuvieron nada que ver con él, que vivió en el siglo XIII, sino con Luis XVIII, seis siglos después; los así llamados, cien mil hijos de san Luis, es el nombre que se dio al ejército galo, mandado por el duque de Angulema, sobrino de dicho rey, como consecuencia del acuerdo tomado por la Santa Alianza en el congreso de Verona, que en 1823 invadió España para reponer al rey Fernando VII con todos los privilegios de rey absoluto); ciertamente, ha tenido vástagos, pero ninguno de carne y hueso, porque todos ellos han sido de papel, más de nueve mil textos. Así las cosas, no ha cambiado el pañal sucio por otro nuevo a ningún retoño llorón suyo, pero, como hay quien ha establecido concomitancias o paralelismos entre un bebé y un anciano, y no le han faltado razones de peso para ello, sí quitó pañales manchados y los puso impolutos a su piadoso padre, Eusebio, en su última etapa vital, enfermo de un cáncer terminal. La primera tarde o segunda con los pañales en casa (creo que le habían asignado y recetado cuatro o seis al día, no recuerdo bien la cantidad exacta), él gastó o utilizó siete, y le pregunté a mi madre cómo nos las íbamos a arreglar, si seguía usando tantos, para acomodarnos a dicha media; a la postre, los pañales sobraron, porque mi progenitor murió antes de lo previsto, aunque el cirujano Iñaqui Alberdi (a quien debo, en parte, estar vivo, que nos intervino a ambos, porque, tras operarlo a él en marzo de 2001, se reunió con nosotros, los renuevos de su paciente, en un despacho del Hospital “Reina Sofía”, HRS, de Tudela, y nos recomendó que nos hiciéramos todos una colonoscopia, por si se la enfermedad de nuestro progenitor se trataba de una poliposis familiar, que no resultó así, pero a mí en agosto me la hicieron en el Clínico “Lozano Blesa”, de Zaragoza, y me diagnosticaron un proceso cancerígeno) no se equivocó o marró en su pronóstico, ya que vivió los dieciocho meses, año y medio, que nos mencionó, si aceptada seguir las sesiones de quimioterapia.

Una mañana septembrina (este menda iba a comenzar a estudiar COU), ignoro el porqué, pero acaso tuviera que ver con las fiestas patronales de ambos pueblos, mi padre y yo decidimos bajar de Cornago a Cabretón a dedo, o sea, haciendo autoestop o, en su defecto, en el coche de san Fernando. A menos de cien metros, acabábamos de dejar atrás la señal tachada (o sea, el fin) de Cornago, nos animó a subir a su coche un automovilista que iba a Igea. Lo propio nos ocurrió a la salida de la susodicha población riojana, como las mentadas antes. Otro conductor paró su auto y nos preguntó dónde íbamos, y le contestamos al alimón que a Cabretón y nos adujo que nos acercaba. Recuerdo que yo me senté detrás de quien iba al volante y entreví en sus ojos un reflejo especial, característico, el mismo que en ocasiones anteriores había intuido e identificado como propio de ángeles, no de nombre, como era mi caso, sino de la imantada y notoria presencia de un enviado divino. Cuando nos apeamos, no sin haberle dado las gracias por el gesto, y enfilamos el tramo de la carretera de entrada a la patria chica de su esposa, mi madre, por el rabillo del ojo, observé que el ángel de la guarda daba la vuelta y regresaba a Cervera del Río Alhama. Este hecho no se lo comenté a mi padre. Antes de llegar a casa de su cuñada, mi tía Felicitas, mi padre me comentó que no había tenido tanta suerte junta en su vida y que la razón, según su corazonada o pálpito, era yo, que estaba decidido entonces a seguir estudios eclesiásticos dentro de la orden de uno de los dos patronos, junto a san Juan de Dios, de las/os enfermeras/os, san Camilo de Lelis.

Pero he divagado, porque no quería disertar de este episodio prodigioso, sino de otro, milagroso, sin ninguna duda, que ocurrió al año siguiente.

Ocurrió un sábado (o, mejor dicho, varios) por la mañana en la zaragozana calle Cartagena, en concreto, en el asilo que allí había entonces, adonde íbamos a coronar un trabajo social y solidario en dicho lugar mis compañeros y yo ese específico día de la semana. Al tercer o cuarto sábado ya estaba convencido de que un anciano, al que le ayudaba a vestirse y a lavarse por las mañanas, nada más comenzar mi trabajo o tarea voluntaria, era capaz de hacer más cosas de las que me aseveró que culminaba la monja, que supervisaba mi labor, el día de debut.

El anciano tenía varios hijos, pero hacía mucho tiempo que ninguno de ellos lo visitaba, y, como la cara es el espejo del alma, columbré en sus ojos la pena que acarreaba física y emocionalmente, llevando pies y alma a rastras. Supuse que andaba falto de cariño, con inopia de besos, y esa era la causa, según colegí, de su dejadez e/o inoperancia.

Para comprobar si tenía o no razón en mi intuición, puse en marcha el método científico, de ensayo y error, y una mañana sabatina le propuse al añoso que le daría un beso en la frente, si se comprometía a ponerse él, sin ayuda, los calcetines. Aceptó gustoso el trato y le di el beso prometido cuando se los puso. Al sábado siguiente, le propuse que le daría dos ósculos, uno en la frente y otro en la mejilla, si, además de los calcetines, se ponía él solo los pantalones. Aceptó y cumplimos ambos los términos del acuerdo.

Al despedirme, llegado el mediodía, de la sor supervisora, le dije lo que me había ocurrido con el vetusto los dos últimos sábados y no me creyó. Así que, al sábado siguiente, para que se cerciorara de que no la embelecaba, le aconsejé que se colocara tras la puerta, pudiendo ver sin ser vista, de los avances que había logrado con él, a base de besos, meras muestras de cariño. Y, como vio, creyó. Pero, como la monja no era proclive, como este menda, a dar ósculos (ni a los ancianos ni a nadie), no consiguió lo que obtuve yo, que colaborara con ella a la hora de vestirse a diario.

Nota bene

Recuerdo que le aconsejé que tuviera presente esta recomendación inteligente y entusiasta de san Francisco de Sales, que se atrapan más moscas con una cucharada rasa de miel que con un barril lleno de vinagre. Ignoro si me hizo caso.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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