Palpito Digital

José Muñoz Clares

Verano (I).- Defensa del territorio

Vivir en el campo, más bien en el monte como es mi caso, plantea problemas que la tribu urbanita ni se plantea porque las ciudades las desratizan y fumigan los ayuntamientos. En el monte se trata de impedir que los animales, desde insectos a mamíferos y aves de todo tipo invadan no la parcela sino la casa de uno. De mi casa he echado a una pequeña culebra, ratones y hasta un murciélago que entró por error y bastó dejar la puerta abierta: emitió unos chasquidos, identificó el hueco y se fue por donde había venido.

Para los insectos acabamos poniendo mosquiteras en todas las ventanas, de modo que las estúpidas y molestísimas moscas y moscardones entran cuando se mantiene la puerta abierta para acabar muriendo en el alféizar de las ventanas por las que intentan inútilmente salir, y mueren por pura inanición, si bien suelen caer antes por el insecticida de barrera que pongo en todos los huecos de la casa.

La valla ecológica que rodea la parte de la parcela que habito deja pasar zorros, conejos, gatos y quién sabe qué otros mamíferos menores que huyen ante la presencia humana, todos menos los gatos. Los jabalíes se acercan por la noche pero no se dejan ver; cuando llueve, sus huellas aparecen por los alrededores. Las ardillas, por su parte, entran por donde quieren a desmenuzar las piñas para alimentarse, a la vez que diseminan las semillas y regeneran el bosque. Son graciosísimas.

Tres de los vientos de mi parcela lindan con bosque de la comunidad autónoma y por el viento de poniente hay una ZEPA (Zona de Especial Protección de Aves) en plena reproducción de búhos reales, un ave extraordinaria que contribuye muy eficazmente a limpiar el campo de mamíferos menores. Las águilas pasan por allí a diario; a los buitres sólo se les ve cuando los cazadores abandonan cadáveres en la sierra –sólo se llevan la cabeza; el “trofeo” la llaman-, y una pareja de águilas perdiceras viene cada mañana a cazar en los alrededores de mi casa. Al contrario que las águilas reales, que vuelan muy alto y de forma silenciosa, las perdiceras gritan para levantar las presas, fijarlas como objetivo y darles caza de forma también muy eficaz. La naturaleza da la cara de lucha constante de los más fuertes contra los débiles. Así fue siempre y así seguirá siendo.

Queda como problema el patio que al estar al aire libre termina siendo invadido por toda clase de bichos. Las lagartijas no me molestan -preciosa psicodelia rosa, verde y amarillo fosforito- y tampoco las salamanquesas pues ambas dan cuenta de insectos menores. Pero quedan los pequeños roedores que el campo genera inevitablemente. Ahí se empieza por una desratización profesional, muy efectiva, que hay que repetir periódicamente, así que termina uno planteándose que lo mejor es gobernarse una gata de patio que se enseñoree del mismo, y enseguida empieza a dejar “trofeos” en el felpudo de la entrada como gesto de reconocimiento a quien la alimenta, le da de beber y la lleva al veterinario.

En esas estaba, indagando entre algunos vecinos por camadas recientes –los gatos de marzo tienen fama de aguerridos- cuando empecé a notar una disminución significativa de insectos en el patio. Una limpieza casi absoluta de todo bicho que ande por el suelo. Ahí no cabe acción insecticida, que no aplico al patio salvo donde hay hormigueros o avisperos, y hace unos días, ordenando enredos, vi salir de entre unos contenedores un lagarto pardo, hermoso, de unos 35 centímetros y bien gordo, y me convencí de que el responsable de la limpieza biológica del patio era el señor lagarto, que ocupa un estratégico y muy bien protegido hueco junto al portalón. Desde el privilegiado y fresco lugar que adoptó como vivienda controla el acceso al patio y en cuanto ve corretear ratones o topillos les da caza sigilosa y no deja ni rastro de los mismos, así que he decidido no indagar más sobre gatas necesitadas de patrocinio: el lagarto es mi hombre, sin duda.

Para pasmo de las señoras que temen a las culebras más que a un nublao, resulta que esos seres reptantes dan cuenta igualmente de pequeños roedores y, en general, de cualquier ser viviente que sea menor que ellas, así que también con ellas convivo. Anidan en un muro de piedra viva del que sólo salen para cazar, y cazan. A dos las eché del lavadero sin dañarlas, mientras las azuzaba con una escoba de pelos sintéticos y ellas mordían las púas mientras yo les iba diciendo que me parecía bien que vivieran en mis inmediaciones pero no que se metieran en el lavadero, estancia que prefieren por estar orientado a poniente: es un lugar seco y muy caluroso, especial para animales de sangre fría.

Así que gran parte de mi tranquilidad procede hoy de que un lagarto viva en mi patio y de un ejército de pequeños animales que la naturaleza puso ahí precisamente para lo que hacen. Me gustaría hablar con él o enviarle un burofax invitándolo formalmente a que se enseñoree del patio y lo convierta en su territorio, en su casa. Es un buen acuerdo para ambos pero no hay forma de entendernos. Allí seguirá mientras encuentre caza y el día que se vaya volveré a pensar en la gata.

De momento, tranquilo. El lagarto sigue ahí.

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José Muñoz Clares

Colaborador asiduo en la prensa de forma ininterrumpida desde la revista universitaria Campus, Diario 16 Murcia, La Opinión (Murcia), La Verdad (Murcia) y por último La Razón (Murcia) hasta que se cerró la edición, lo que acredita más de veinte años de publicaciones sostenidas en la prensa.

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