Como subraya Angel Gómez Fuentes en ‘ABC’ este 18 de noviembre de 2019, no hay tregua para Venecia: «Son días de angustia y pesadilla sin fin para los venecianos».
Al verla indefensa bajo el agua, la ciudad de los canales, una belleza única patrimonio de la humanidad, está en la mente y en el corazón de todo el mundo. Ha sido un impacto universal como ocurrió con el incendio de la catedral Notre Dame de París. «La apocalipsis de Venecia», ha sido el dramático titular del periódico local «Il Gazzettino».
Se echa la culpa al cambio climático. Pero el patriarca de Venecia, monseñor Francesco Moraglia, desde su basílica de San Marcos, herida por el agua salada del mar, acusa sin piedad a los poderes públicos por el desastre:
«Nunca se ha visto algo parecido; esta ciudad no puede ser herida cada año. Me amarga la inercia del gobierno central. Solo hicieron promesas: el Moisés no se sabe dónde está».
En efecto, todos los venecianos están furiosos por la irresponsabilidad de diferentes administraciones públicas incapaces de poner en marcha el MOSE (módulo experimental electromecánico), el faraónico proyecto llamado Moisés porque evoca al personaje bíblico que separó las aguas del Mar Rojo. Iniciado en el 2003, para salvar la ciudad de las mareas, aún sin terminar, supone un escándalo por su corrupción y el retraso bíblico en la ejecución.
En el Moisés los italianos ven un espejo de la política del país, puesta en la picota por el patriarca de Venecia: «No podemos ya permitirnos la propaganda; es necesaria una política próxima a la gente. Esta ciudad no puede ser Disneyland», ha dicho a «La Repubblica» el patriarca Moraglia.
La pesadilla para los venecianos se mantiene desde que el martes, 12 de noviembre de 2019, a las seis de la tarde, las sirenas comenzaron a lanzar diversas alarmas.
La marea llegó a alcanzar los 187 centímetros, la segunda más alta de la historia, afectando al 83% de la ciudad. Solo siete centímetros menos que la del 1966, que fue un evento meteorológico excepcional sin precedentes.
El agua altísima, furiosa e irrefrenable invadió la basílica, la mitad de las iglesias, casas, hoteles de lujo y tiendas, con todo tipo de objetos y mobiliario flotando en las aguas. Hasta las góndolas fueron arrastradas por los canales y las embarcaciones rompieron los amarres. Los comerciantes impotentes se echaban las manos a la cabeza porque sus negocios no los pueden asegurar contra el «acqua alta».
Los daños se elevan a 1.000 millones de euros, según estima el alcalde Luigi Brugnaro. El gobierno, que decretó el estado de emergencia, ayudará con 5.000 euros a las familias y con 20.000 a los comerciantes. Hasta hoy mismo se han sucedido las mareas altas, algunas en el entorno de los 160 centímetros.