El problema de un restaurante de lujo no es que ocupe una de sus mesas Monedero, que tiene mucho dinero y se puede permitir el dispendio.
El inconveniente es la posterior desinfección. No destaca Monedero por su aspecto higiénico, y el recelo de cercanía no resulta agradable.
Más, en tiempos de pandemia, y con posterioridad a su participación en una manifestación en Vallecas. En tal caso, algún cliente asiduo al caro restaurante italiano de la calle de Velázquez, estaría en su derecho de renunciar a la mesa reservada y buscar un restaurante más normal, en el que su plato principal no sea el Mosaico de Gamba Roja, que en principio, literariamente, es una cursilería.
Numa Pompilio es un restaurante del grupo de “El Paraguas”, que he visitado en alguna ocasión.
Y por supuesto, no tienen sus propietarios ni trabajadores culpa alguna de que Monedero tome parte de la degustación de “Il Nosto Pastificio”, y la “Gastroactitud” , que ignoro en qué consiste.
Pero sí contraen los propietarios y trabajadores una severa responsabilidad en lo que respecta a garantizar a los clientes que se sienten en la misma mesa de Monedero que la fumigación antiséptica ha sido llevada a cabo previamente según las normas de la Organización Mundial de la Salud.
Todo es consecuencia de la relajación de los restaurantes de lujo.
Hasta muy pocos años atrás, a nadie se le ocurría intentar traspasar la puerta de Jockey, Horcher, Zalacaín, El Príncipe de Viana o el Club 31 sin corbata.
La corbata es una gran excusa para seleccionar a la clientela.
Ya he narrado en más de una ocasión la extravagante peripecia protagonizada por el Duque de Bedford en su club londinense, el famoso Brooks. Noche de calor tórrido de julio, y el Duque que acude a cenar al Brooks elegantemente vestido con un “blazier” azul, pantalones blancos y sin corbata.
El portero, insobornable. “Imposible, señor Duque. La corbata es imprescindible para entrar en el comedor. Le puedo proporcionar una”. “No, no se moleste, Harrison, pero me reserva una mesa para cenar mañana”.
Eran las 19.30 de la tarde del día siguiente, cuando el Duque de Bedford se despojó de su gabardina de Cording, y se mostró en porretas con una corbata anudada al cuello. Y cenó en pelotas, cumpliendo con el espíritu literal del Reglamento Interno del Brooks.
Esta gente de nuevo y mucho dinero, escasa higiene y las peores intenciones, es muy ordinaria de cuello.
Se agobian con las corbatas. De ahí que abrir la mano en la obligación de llevarlas puestas en los restaurantes de lujo, ha impedido hasta ahora, la recelosa presencia en los lugares frecuentados por la gente normal de individuos alejados de las pastillas de Heno de Pravia, que son muy recomendables.
Para mí, que Monedero coma o cene en Numa Pompilio como invitado o como anfitrión, nada me afecta.
Numa Pompilio y quien firma viven sus vidas aparte. Cuando se tiene dinero, el gasto no importa, porque nada hay más saludable que gastarse el dinero en uno mismo. Eso, si, es justo y profesional pensar en los demás y los clientes del futuro. Para cenar un Mosaico de Gamba Roja, y pagar el mosaico y la gamba roja, hay que hacerlo con pleno sosiego de inmunidad.
De ser propietario o socio del referido establecimiento, a partir de mañana colocaría un cartel en la entrada que sirviera de tranquilizante: “Garantizamos a nuestros clientes que el local ha sido desinfectado”.
Humano y comprensible.