Noelia, una joven de 24 años, ha solicitado la eutanasia. La Generalitat, ese adalid de la «progresía», estaría encantada de complacerla, pero afortunadamente, la Justicia ha intervenido y ha detenido el proceso en dos ocasiones. ¡Menos mal que aún quedan algunos resquicios de cordura en este país!
La Fiscalía, en su «loable» labor de velar por los intereses de la ciudadanía, ha respaldado la solicitud de la joven, condenándola, en mi opinión, a una muerte prematura e innecesaria. ¿Es esta la sociedad que queremos construir? ¿Una sociedad que ofrece la muerte como solución a los problemas?
“Una Asociación de Abogados Radicales» defensores de la vida (eso dicen los progresistas/regresistas), han elevado el caso al Tribunal Supremo. ¡Ojalá logren detener esta barbarie! ¡Ojalá logren que Noelia reciba la ayuda que necesita para superar sus problemas psicológicos!
Porque, seamos serios, ¿de verdad creemos que la eutanasia es la única salida para Noelia y para tantos otros pacientes que sufren? Ya he opinado al respecto, en otros artículos, que la Ley de Eutanasia solo valdrá para eliminar de la faz de la tierra a enfermos molestos y nada más. ¿De verdad creemos que la vida no vale la pena ser vivida en determinadas circunstancias?
Los defensores de la eutanasia nos dicen que se trata de un acto de «compasión» y de «liberación». Pero yo me pregunto: ¿compasión hacia quién? ¿Hacia el paciente que sufre o hacia una sociedad que no quiere hacerse cargo de su sufrimiento? ¿Liberación de qué? ¿De una vida que, con los cuidados adecuados, podría ser plena y significativa?
No nos engañemos. La eutanasia es un fracaso. Es el fracaso de una sociedad que no sabe cómo cuidar a sus enfermos, que no sabe cómo aliviar su dolor, que no sabe cómo darles esperanza. Es el fracaso de una sociedad que prefiere la muerte a la vida, que prefiere la solución fácil al compromiso solidario, y que se aferra a su vida mientras elimina lastre con los que puedan interferir en ella. Máxima generosidad, ¿no?
Y, lo peor de todo, es que la eutanasia se está convirtiendo en una moda. Los medios de comunicación nos bombardean con historias de personas que «eligen» morir, presentándolas como ejemplos de «valentía» y de «autonomía». Pero, ¿quién les ha preguntado si realmente quieren morir, o si simplemente quieren dejar de sufrir? ¿Quién les ha ofrecido una alternativa real a la eutanasia?
Y es que, lo que no parece quedarle claro a esta sociedad actual tan hedonista, es que los enfermos no quieren morir, sólo quieren dejar de sufrir sin tener que morir.
Pero la cosa se pone aún más turbia cuando hablamos de enfermos psíquicos. ¿Qué garantías tenemos de que una persona con una enfermedad mental grave está tomando una decisión libre e informada sobre su propia vida? ¿Qué garantías tenemos de que no está siendo presionada por su entorno o por la propia desesperación que le produce su enfermedad?
La eutanasia, en estos casos, puede convertirse en un método eugenésico encubierto. Una forma de «limpiar» la sociedad de aquellos que nos resultan incómodos, de aquellos que no encajan en nuestros moldes de normalidad. Una forma de deshacernos de aquellos que nos recuerdan que la vida no siempre es fácil, que el sufrimiento existe y que no siempre hay soluciones mágicas.
¿Acaso queremos volver a los tiempos en que se encerraba a los enfermos mentales en manicomios, se les torturaba y se les consideraba seres inferiores? ¿Acaso queremos volver a los tiempos en que se esterilizaba a las personas con discapacidad para «mejorar» la raza humana?
La eutanasia, que no ofrece alternativas reales a los pacientes, abre la puerta a este tipo de prácticas eugenésicas. Y eso es algo que no podemos permitir.
La eutanasia no es la solución. La solución es ofrecer a los pacientes los cuidados paliativos que necesitan para aliviar su dolor y mejorar su calidad de vida. La solución es darles esperanza, mostrarles que su vida tiene un valor, que su sufrimiento no es en vano. La solución es construir una sociedad que valore la vida por encima de todo, que no descarte a nadie, que no ofrezca la muerte como una solución fácil. Y, en el caso de los enfermos psíquicos, la solución pasa por ofrecerles una atención integral y de calidad, que les permita recuperar su autonomía y su bienestar emocional.
En el caso de Noelia, aún hay tiempo. Aún podemos evitar que se convierta en una víctima más de la cultura de la muerte. Aún podemos ofrecerle una alternativa a la eutanasia, una alternativa que le permita vivir con dignidad y con esperanza.