A diferencia de otros días, este 14 de septiembre de 2012 no hay un tema que predomine de manera evidente sobre el resto en las columnas de opinión de la prensa en papel española. Colea todavía el caso Bolinaga, se habla sobre el nacionalismo catalán en general y también sobre la intervención de Artur Mas en un hotel madrileño.
Arranquemos nuestro repaso diario con dos piezas de El Mundo. Federico Jiménez Losantos insiste en la necesidad de separar a Cataluña de España. Adéu, se titula su artículo, escrito a colación de la charla ofrecida por Mas en la capital de España:
Y aunque a su lado estaba de avalista o comisionista el Jefe de la Casa del Rey -era el acto adecuado para la reaparición de Urdangarin y la infanta Cristina- nadie le recordó que la Constitución de 1978 cambió por completo la estructura tradicional del Estado y creó, con dos catalanistas -Roca y Solé Tura- entre los siete redactores, una forma de Estado, el de las Autonomías, que ha dejado a España en ruinas pero al que el separatismo catalán nunca correspondió «encajando» lo español con «amabilidad».
Concluye:
Pero el caudillet sería el mendigo más fatuo de la Tierra si creyera que seguiremos pagando su desprecio. Agradezcamos la gentileza de anunciarnos que su Estado está en marcha y es irreversible. Pero no estropeemos la despedida regateando. No nos robemos más. No desluzcamos los adioses pretendiendo que España pague las deudas de Cataluña y la siente en la Unión Europea, cuya moneda, dijo Mas, piensa fortalecer. Alemania, sin duda, respirará tras conocer el apoyo del bono-basura catalán al euro, pero España no tiene remedio. Así que divorcio, inmediato, ya. Pensión, ni hablar. Adéu siau.
En ocasiones, algunos de los mejores artículos no versan sobre los temas que ocupan más espacios en los medios ni sobre cuestiones que centran las conversaciones de los ciudadanos. John Müller nos ofrece una de esas piezas que deben ser leídas con detenimiento y resultan muy instructivas. Y en este caso, es sumamente inquietante. Los peligros de legislar en situaciones de crisis, se titula. Apunta que las leyes aprobadas en situaciones de crisis «suelen eliminar los frenos y contrapesos con que debe contar una sociedad democrática en pos de la mayor eficiencia, y que eso está ocurriendo en Europa y España. Pone ejemplos:
El Ecofin toma decisiones de gran alcance, que repercuten sobre la vida de todos los europeos, pero si a cada miembro se le piden explicaciones, termina refugiándose en la decisión colectiva y no afrontando ninguna responsabilidad. Un proceso similar, libre hasta ahora de toda crítica política y jurídica, se produce en el Banco Central Europeo.
La reforma de la Ley de Estabilidad Presupuestaria concede más poder a la comisión delegada del Gobierno y quizás no debería. La ley de Reforma Financiera, por ejemplo, propone una reordenación importante del poder en un sector muy intervenido. No sólo desaparece el sector bancario del Frob, sino que, como explica José María Morote en el blog ¿Hay Derecho? (www.hayderecho.com), hay disposiciones que «suponen un atentado contra algunos de los principios del sistema jurídico que instauró la Constitución».
Tras leer todo el artículo su conclusión no puede parecer más acertada:
La crisis se está llevando por delante algo más que nuestra riqueza.
Saltemos ahora al ABC. Si un día antes no ofrecía piezas de análisis u opinión sobre la excarcelación del terrorista Bolinaga, 24 horas después sí lo hace. Además del editorial, tiene varios artículos y una viñeta. Muchos dolores de cabeza puede producir en La Moncloa. Nos quedamos, por elegir algo, con una de las columnas y el chiste gráfico.
Ignacio Camacho, In articulo mortis, comenta sobre el aspecto físico del terrorista:
Dicho de un modo antipático, el asesino etarra parece menos perjudicado que Ortega Lara cuando salió del zulo en que él lo había metido; sin duda está más grave pero en la cárcel ha recibido mejores cuidados.
No muestra Camacho su rostro más complaciente con Rajoy. Al contrario:
Como de costumbre, el Gabinete ha manejado mal los tiempos y el relato de la situación. Se ha atenido a la letra del procedimiento con espíritu funcionarial sin medir su alcance político ni su repercusión de desaliento moral, sin resistirse ni intentar siquiera una vía alternativa o impugnatoria. Sólo a última hora, con la batalla de la opinión perdida, Gallardón diseñó una cierta estrategia: utilizar la Fiscalía para tratar de descargar sobre el juez toda la responsabilidad del caso. Tanto Jorge Fernández como el propio presidente Rajoy se han comportado como el personaje de Alec Guinnes en «El puente sobre el río Kwai»: dispuestos a defender hasta el final su decisión aunque perjudicase su propia causa. Que vaya si la ha perjudicado.
La viñeta firmada por Puebla es contundente, irónica y dura con el presidente del Gobierno. Muestra a un Bolinaga dando saltos y gritos de alegría y, de fondo, un Rajoy que dice: «Angelico, mira cómo celebra la grandeza del Estado de Derecho».
Y si destacable nos parecía el artículo de Müller en El Mundo por la profundidad y gravedad del tema tratado, el de Herman Tertsch en el ABC es también un texto digno de ser recordado. La piraña sentimental tiene casi más de breve ensayo de filosofía política que de columna periodísitca.
Arranca recordando la figura de Heinrich Heine, que «fue siempre y hasta el final un indomable defensor de los derechos ciudadanos, enemigo del absolutismo y pesadilla de Metternich en la Europa postnapoleónica».
El siglo de las luces y de la razón había dado paso al de la pasión y el romanticismo, dos monstruos que pronto escaparían al control de poetas, políticos visionarios y líderes populares para adueñarse de los pueblos. Esas pasiones capturarían almas y corazones de las masas y habrían de crecer sin cesar en el XIX hasta convertirse en las fuerzas que hicieron después del siglo XX una concatenación de carnicería humana sin precedentes en la historia de la humanidad. Siempre con afanes salvadores, siempre con fines redentores, siempre bajo la incontestable bandera del bien absoluto y la felicidad, los totalitarismos surgían de aquellas efervescencias de sentimientos compartidos por millones.
Reflexiona:
Es peligroso el jugar con estos sentimientos que se convierten en una piraña en las personas que devora el corazón, la razón y todos los sentimientos de compasión, solidaridad y generosidad. Los aprendices de brujo o brujos consumados creyeron siempre poder usarlos a su capricho. Y siempre adopta vida propia la piraña, se libera y aplasta la convivencia y a los propios pueblos.
Concluye:
Estas sociedades indolentes e inermes, fomentan, por el vacío que generan, el surgimiento de la radicalidad identitaria. Que es la agitación sentimental colectiva del nacionalismo activada con oportunismo y demagogia por dirigentes y castas sin escrúpulos. Heine nos avisó. Artur Mas no es, en este sentido, sino una grotesca reiteración.
Sobre Cataluña y España escribe en La Razón un gran conocedor de la historia de nuestro país y su gestación como nación, José María Marco. Su artículo Dos actitudes arranca comparando a un Artur Mas que ha pedido el rescate intentando «convertir la exigencia en un instrumento más de la larga marcha hacia la construcción nacional en Cataluña, al tiempo que exonera a las instituciones de autogobierno de cualquier responsabilidad» con un Rajoy que parece querer retrasar la petición de rescate para no mostrar debilidad política y «evitar una imagen negativa de España». Apunta:
España, en pocas palabras, es una nación real, existente, que no necesita de gestos como el de «exigir» a nadie que la salve de la quiebra. Por su parte, el Gobierno catalán tiene que recurrir a gestos teatrales y populistas como los que hemos presenciado, hasta acabar en la manifestación del 11 de septiembre, para que la reivindicación nacional cobre verosimilitud.
Cataluña, que ni ha sido una nación ni lo es hoy en día, sí que puede llegar a serlo. Y España, que lo ha sido y lo es desde hace centenares de años, puede desaparecer como tal o cambiar hasta el punto de transformarse en algo irreconocible.
Cree en la nación española, pero no en el nacionalismo español:
Para evitar que el nacionalismo catalán acabe por creear la nación catalana o el Estado catalán, no hace falta levantar la bandera de un absurdo nacionalismo español, ni convocar contramanifestaciones españolistas. Hace falta razonar, difundir y apuntalar una cultura y una realidad en las que están integradas la realidad y la cultura catalanas. Desde esta perspectiva, no hay mayor prioridad para un gobernante que la de conservar la integridad de la nación al frente de la cual está.
Y mientras tanto, daría la impresión que desde El País están intentando reconstruir españa ofreciendo posibles modelos de Estado alternativo al actual. Si unos días antes se proponía una federación socialdemócrata –¿para qué disimular? Es de agradecar que la imposición de una ideología oficial de Estado se proponga de forma abierta–, ahora se propone otro tipo de federalismo.
El profesor emérito Santiago Petschen publica una de esas columnas de opinión que el diario del Grupo PRISA llama «Análisis» titulada Cataluña disputa el poder a España. Contiene reflexiones interesantes, como la reflejada en el primer párrafo:
El aumento del anhelo independentista en gran parte de la población de Cataluña pone de relieve la creciente desinhibición de un sentimiento que durante mucho tiempo los catalanes han tenido psicológicamente bloqueado. Me refiero al sentimiento del poder. Expresarse sobre el poder a muchos catalanes les originaba vergüenza. Les producía un particular pudor. Una cierta violencia íntima. Cuando se descubría en el fondo de un catalán una aspiración hacia el poder, se lo veía revestido en la forma de una concreción que obviaba entrar en la fuerza de dicho concepto. Y se hablaba del escaso reconocimiento del hecho diferencial, de la molestia que les originaba el café para todos, de la cuestión docente y cultural de la lengua, del injusto desequilibrio fiscal. Pero del poder, por sí mismo, no se decía nada.
El el resto, encontramos ya mucho voluntarismo. El autor cree saber cómo conseguir frenar el sentimiento independentista:
Saciar un apetito de poder solo puede lograrse ofreciendo una cota de poder mayor. Ello sucedería cuando Cataluña viera que dentro de España puede tener más poder que saliéndose de ella.
Y esta es su propuesta de estructura política:
Queda, pues, imaginar un federalismo muy utópico con unas unidades distintas a las comunidades autónomas. Una España federal formada por cuatro unidades: la castellana, la catalana, la vasca y la gallega. Es cierto que desde muchos puntos de vista repugnaría a muchos españoles nada acostumbrados a pensar en ello. Pero desde el punto de vista del equilibrio del poder (eso es lo que cuenta) sería más lógico y coherente que las otras opciones federales. Porque aquí la dimensión de la unidad castellana no sería desorbitadamente superior a la dimensión de las otras unidades juntas.
Queda preguntarse algo en lo que no profundiza el autor: ¿Qué pasaría con Valencia, Baleares o, incluso, Aragón? No parece que tengan mucha cabida en Castilla. ¿Y con Navarra? Lo mismo. Ya que se crearían los ‘Países Catalanes’ y la ‘Gran Euskadi’, ¿habría que entregar el leonés Bierzo o parte de Asturias a Galicia para contentar a ciertos sectores del BNG?