Algo curioso ocurre este 26 de septiembre de 2012 entre los columnistas del papel españoles. En la elección de temas, no resulta muy difícil adivinar qué cuestiones predominan, se refleja una cierta fractura generacional entre los articulistas. Son varios los que tratan lo ocurrido la jornada anterior en las proximidades del Congreso de los Diputados, el denominado 25-S. Todos estos opinares tienen algo en común, su relativa juventud. El mayor de ellos cumplió los 40 apenas hace dos años, el resto todavía están más cerca de los 30 que de las cuatro décadas
A diferencia de la jornada anterior, ‘el día después’ no encontramos a ningún ‘abuelo cebolleta’ citando a Marx y rememorando el mayo del 68 para elogiar a quienes bloquearon buena parte del centro madrileño —Del Pozo, cual ‘abuelo cebolleta’ nostálgico del 68, recurre a Marx para elogiar a quienes rodearán el Congreso— . Entre el resto de columnistas, los más veteranos, lo más comentado vuelve a ser el nacionalismo catalán y las actuaciones de Artur Mas.
Aranquemos con el mayor de los jóvenes, David Gistau, que en El Mundo titula Ultimátum al Parlamento. Se trata de un relato temporal con valoraciones personales intercaladas. La primera crítica se dirige hacia los diputados de IU que quisieron estar dentro y fuera a un tiempo:
Los de la izquierda radical jugaban a estar al mismo tiempo en los dos lados de la valla. La sensación de Estado acorralado iba a ser evidente, y el Pleno se antojaría intrascendente, apenas un fingimiento de normalidad.
Gistau se muestra crítico con lo ocurrido, es cierto, pero no puede evitar dejarse llevar por cierto romanticismo. En cualquier caso, se demarca tanto de los que ven a los de Rodea el Congreso como golpistas como de aquellos que pretende que son unos rescatadores de la democracia. Así describe a los presentes:
Había sexagenarios, oficinistas con el traje aún puesto, caretas de Anonymous, y, apostados delante de la valla en la parte colindante con el Thyssen, grupúsculos más ideológicos: símbolos anarcos, juventud encapuchada. A toda esa gente de procedencia tan distinta la vertebraba la bronca. Algunas consignas gritadas, las menos, negaban legitimidad a un Gobierno de derechas. Pero otras, las más, no eran partidistas, sino que expresaban una profunda fatiga del sistema, una decepción nihilista de la que no hay vuelta, una hartura de la «mierdocracia», de la «cueva de Alí Babá» que vislumbran en el Parlamento. Algunas banderas griegas sugerían hacia dónde escora la conciencia colectiva.
Relata los momentos más tensos de la jornada, con intentos de cruzar las vallas, lanzamiento de objetos, cargas de los antidisturbios y hasta «algún policía pedagógico que trataba de convencer de la inutilidad de prender fuego al Parlamento». Y concluye con una escena puramente literaria, que pareció impactarle:
De repente, todo se paralizó como en una tregua porque una chica parecida a Liv Tyler se sacó la camiseta y, mostrando los pechos, adoptó una actitud como de meditación budista. Me recordó a los santones de Kipling, cuya sola presencia interrumpía batallas en el Kafiristán.
Menos romántico se muestra Manuel Jabois en Círculos concéntricos:
Se invoca a la democracia rodeando a su producto como si al Gobierno pudiese elegirlo una asamblea de justos y las leyes, cambiarse con propuestas de nicks. No creo que el pueblo esté bien representado en los escaños, más allá de que mi opinión no valga más que la de 25 millones de señores, pero no lo está mejor en la calle, sobre todo cuando se elige organizar una toma como si la Bastilla abriese en horario comercial.
Ironiza sobre la «coherencia de Lara y Llamazares» y su salida del Congreso para unirse a la manifestación:
Quien representa a la soberanía popular al punto de vivir de ella se manifiesta en contra de ella con el mismo énfasis con el que defiende las dictaduras.
Concluye:
Cuando de verdad se enquista el sistema es cuando un partido se acomoda en el poder y empieza a enterarse de todo por la prensa o a creerse que está rodando Cocoon, como le pasó a Fraga. Pero si a este Gobierno aún no le ha dado tiempo a cambiar el país, ni pinta que tiene, malamente ha podido cambiar de régimen. El #25S como juicio simbólico a una corrida mala: llenar la plaza de almohadillas entre gritos de fuera, fuera, ya que entrar tampoco se pudo.
Sin salir del diario de Unidad Editorial pasamos otros temas. Antonio Gala, que tal vez haya recibido quejas de algunos por criticar algún aspecto concreto del nacionalismo, se siente obligado a ofrecer una Aclaración: «Personalmente no tengo -como se ha dicho- ninguna queja contra Cataluña». De paso saca pecho y mete un punto de victimismo: «en Sant Jordi he firmado como un loco y acaso más que nadie, aunque las mentes fijas -contra esas sí me quejo- lo hayan ocultado. (También un escritor catalán, sin clientes, me dejó caer una cocacola encima: hay testigos.)». Tras proclamar de forma reiterada su amor a Cataluña, concluye:
El estado federal era más complicado de reconocer por todos y de organizar por algunos. Y ahora, cuando Europa renace, descoser es difícil; y el momento es nefasto. Salvo para pensar y proponer. Eso es lo que, moribundo, creo.
Federico Jiménez Losantos habla de Artur Mas, el nacionalismo y la actitud de PP y PSOE. Lo hace en Más que un fracaso:
Si Mas hubiera fracasado como, por ejemplo, fracasó Zapatero, al que en sus últimos meses no admitían ni en los mítines rurales del PSOE, se habría ido a su casa y no sería candidato en las elecciones que ayer convocó. Aunque si la independencia no pudiera ser ruinosa y compleja, la dinastía de los Pujol no se privaría del placer de ver a Oriol Josué entrando en la Tierra Prometida por el SenyorYhavet al patriarca Jordi Moisés. Pero si Mas plantea la independencia como punto electoral básico, culpando a la aviesa España de la ruina de Cataluña, y con expectativas de victoria hasta por mayoría absoluta, me parece algo exagerado hablar de fracaso de Mas.
Aquí lo que ha fracasado es la España partitocrática y autonómica.
Sus dardos se dirigen al PP y al Rey, que «condecora a Bertone con el premio Godó, supongo que por sus servicios al separatismo liquidando la COPE, último bastión hostil al nacionalismo liberticida».
Pero, en su opinión, los máximos responsables son otros. Concluye:
PSC y PSOE, con PRISA al aparato, siempre han defendido de hecho la soberanía del pueblo catalán frente a la soberanía del pueblo español, única fuente de legitimidad de cualquier legalidad desde nuestra primera constitución, la de 1812. Esa misma progrez que se ha cargado España defiende ahora ampliarla.
¡Y dicen que el fracasado es Mas!
Para volver al 25-S nos asomamos a La Razón, donde Alfonso Merlos escribe Revolución y reputación. El presentador de 13TV no tiene dudas, no se deja llevar en punto alguno por el romanticismo. Su texto, más que un artículo, es una arenga para ser leía en voz alta ante un auditorio entregado al orador:
España frente al espejo. Luchando contra los fantasmas del presente y del futuro. Pero con la convicción de que esos espectros serán espantados. Porque este país no va a ser Grecia. Ya pueden vociferar que el Gobierno está secuestrado por la Troika y los mercados. Ya pueden gritar que las instituciones no representan a la mayoría. Ya pueden proponer un impago masivo y completo de la deuda. No van a triunfar y terminarán por ser silenciados quienes ahora enarbolan la bandera del «a las barricadas».
No me digan ustedes, amigos lectores, que no se imaginan a Merlos a lomos de un caballo con la cara pintada de azul y blanco cual Mel Gibson en ‘Braveheart’.
Concluye de una forma algo menos apasionada, con menos de arenga y más de reflexión:
El vigor y la fuerza de un Estado de derecho se mide en parte por el potencial que tienen los revolucionarios para exponerse y decantarse. Pero eso es una cosa y otra es que España, en un momento histórico, destruya su reputación, se suicide en términos de proyección internacional. No es tolerable. No vamos a incubar ninguna clase de fiebre. Y vamos a trabajar desde hoy para que baje la temperatura y suba la credibilidad que necesitamos, merecemos y conseguiremos. Al tiempo.
Para quienes no parece haber existido en 25-S, y eso que tuvo su propia versión en la Ciudad Condal, es a loa articulistas de La Vanguardia. Se centran casi todos en lo de casi siempre, esto es, el independentismo y la independencia. Pero en esta ocasión hay más variedad de posturas que otro días, incluso alguien que ‘niega la mayor’. Pero vayamos por partes. Que Pilar Rahola está por la secesión es algo que no se le oculta a nadie, y que ella no trata de disimular. Que está entregada a Artur Mas es algo que puede observar cualquiera que haya leído sus columnas las últimas semanas. Y que está convencida que estamos a la puerta de un Estado catalán independiente es algo que se refleja en casi todos sus textos. Ocurre, una vez más, en Histórico:
Todos los que estamos viviendo estos tiempos acelerados e ilusionantes sabemos que estamos escribiendo la historia. La historia con mayúsculas, la que abre capítulo con un punto y aparte en los capítulos anteriores. Es evidente que nadie puede saber, a estas alturas, cómo se escribirá, ni qué renglones quedarán torcidos, ni cuál será la palabra final, pero también lo es que nada será igual a partir de ahora. En este día, 25 de septiembre, Catalunya entra nuevamente en la historia con la extraordinaria ambición de escribirla con la propia pluma, presta a librarse de los agravios que le han venido siempre de poniente.
Ve, como siempre, oscuras amenazas provenientes de eso que algunos llaman ‘la meseta’:
Hay que esperar mucho juego sucio, discursos del miedo disparados al mismo corazón de la población, cifras apocalípticas para hacer creer que sin la tutela española vamos a parar al infierno, e incluso algunos volverán al ruido de sables para no perder la costumbre.
Concluye:
Todo es previsible y de todo nos tendremos que defender, pero no tenemos que perder ni la convicción en nosotros mismos, ni el impulso, ni la ilusión. Ni, sobre todo, la percepción de que estamos en el mejor momento posible para alcanzar nuestra plena soberanía. Nunca antes habíamos estado tan convencidos ni tan fuertes, ni nunca antes España había estado tan débil. Acabo, en formato homenaje, con una frase de Joan Fuster: «Toda política que no hagamos nosotros será hecha contra nosotros». Ha llegado la hora de coger las riendas.
Y ahora, el contrapunto absoluto al nacionalismo dominante en La Vanguardia. Francesc de Carreras proclama: Lo siento, niego la mayor, toda una enmienda a la totalidad a la tesis de gran parte de los articulistas del diario del Grande de España Godó:
Hasta hace pocos años, el independentismo catalán se basaba en la idea de que Catalunya es una nación, en el sentido identitario del término y, por tanto, tiene derecho a un Estado propio. Últimamente, a esta premisa se le ha añadido otra que es considerada como la causa de su éxito actual. Me refiero, naturalmente, al llamado «expolio fiscal», o en términos todavía más burdos, pero habituales en las tertulias diarias de los medios de comunicación, a la denuncia de que «España nos roba», que los catalanes estamos pagando excesivos impuestos que benefician al resto de España y no a Catalunya.
Pues bien, creo que esta premisa, la del «expolio fiscal» y del «España nos roba», es falsa: no hay expolio, no hay robo, no hay discriminación ni maltrato fiscal a Catalunya. Y si la premisa es falsa, las conclusiones forzosamente son equivocadas.
Concluye:
Esto es lo que sucede entre comunidades autónomas. Hay que decir que las diferencias entre ingresos y gastos de unas y otras no es muy grande y que las que más contribuyen son, por este orden, Madrid y, a bastante distancia, Baleares y Catalunya. No he escuchado en los medios de comunicación de Madrid y de Baleares la terrible acusación de «España me roba» aunque, utilizando los mismos criterios de los nacionalistas catalanes, aún tendrían más razones para hacerlo.
Por tanto, esta premisa en que ahora se basa la independencia no parece muy convincente y, en consecuencia, las razones para pedirla, desde este punto de vista, tampoco parecen justificadas. Lo siento, pero niego la mayor.