Esto parece un concurso en el que los políticos compiten por ver quién despierta mayor animadversión y ganas de darle una patada electoral y enviarlo a su casa. Puedo entender las medidas del Gobierno central, ampliamente cuestionadas en mis artículos desde el mes de febrero porque, como explico a lo largo de muchas páginas, son ineptos satrapillas y, además, cumplen órdenes del gran ordenador central cuyo portavoz es la OMS, que imponen con mensajes contradictorios, ahora blanco, después negro, mañana gris, y vuelta a empezar. Puedo entender incluso que los líderes políticos autonómicos anduviesen con cierto miedo a que la epidemia se extendiera, con las consecuencias que ya todos conocemos, de colapsos, muertos, y demás flecos, y quisieran curarse en salud, viene bien dicho.
No voy a entrar ahora en si al Gobierno le interesan nuevos brotes que pudieran justificar un nuevo confinamiento para seguir con el parlamento cerrado, gobernando a base de decreto ley, ni tampoco voy a ahondar en el placer que supone para un psicópata, o para un colectivo psicopático, contemplar el sufrimiento de los ciudadanos-súbditos ante un nuevo arresto domiciliario, con un límite de paseos con cadena y bozal, y no precisamente los del perro. Son casi escenas de snuff movie en cascada, lo cual causa una gran excitación a los susodichos sádicos y demás dolientes de parapatías diversas. Pero no voy a hablar de esto.
De quien quiero hacerlo es de Isabel Díaz Ayuso, la política surgida del milagro, de la nada o, más bien, de entre los escombros del derrumbe rajoyano –alguien sin pasado a quien poder lucir sin vergüenza— y además mujer, para que no digan que la derecha no cumple con la paridad y demás sacramentos del progrerío laicista. Aportó ilusión y frescura –hay que decirlo—, cualidades estimadas, aunque nunca suficientes. Pero ante una tropa de Gabilondos, podemitas de segunda mano y otros por el estilo, irrumpió esta chica de rostro pálido y cabello ondulado, como sacada de un cuadro expresionista o de película de cine mudo, y ganó. Y tras mucha pelea con Rocío Monasterio y demasiadas cesiones a Aguado, como la creación de varias consejerías nuevas –porque había que repartirse el botín, perdón por la claridad—consiguió hacerse con el mando de la Comunidad. Pero desde lejanos rincones ignotos –aunque cada vez menos–, llegó esta cosa extraña de la Covid-19 con olor azufre y un manual de instrucciones engañoso. Toda una trampa mortal para cualquiera de buenas intenciones.
No voy a juzgar la política de Díaz Ayuso de estos meses, ni siquiera el protocolo seguido en Madrid con las personas mayores, tanto de residencias como las que ingresaban en los centros hospitalarios. Ahí está el vídeo de régimen interno grabado en un hospital de la Comunidad de Madrid donde se dan instrucciones a los sanitarios de cómo actuar. Y se hizo tal cual, en vista de los resultados y los testimonios. Es escalofriante verlo. Fue lamentable el proceso y eso no se puede ni esconder, ni negar.
Comprendo que no ha sido fácil liderar la mal llamada pandemia cuando las órdenes venían de más arriba y había que cumplirlas. Pero en tiempos especiales y en situaciones especiales, los políticos tienen que ser especiales. Y Ayuso, por mucho que la alaben sus defensores, no es una política para bregar con extremos como este, que requiere muchas dosis de muchas cosas, entre ellas, experiencia y sabiduría. Prueba de ello es la nueva normativa para la Comunidad de Madrid, que tiene a todo el mundo patas arriba, salvo a los hipocondríacos y a los masocas.
Algunas de las normas no solo causan escalofríos, sino vergüenza, hablando de Madrid, un lugar de alegría, libertad y derechos. Pues bien, a partir del jueves, la Comunidad no solo obliga al uso de la mascarilla al aire libre –excepto a los niños menores de seis años—, aun cumpliendo la distancia de seguridad, sino que impone que las reuniones familiares no excedan de diez personas., tanto si es en casa como en parques, plazas públicas o terrazas. Se prohíbe también el uso de cachimbas (!). Se ve que esto está de moda en Madrid y es un peligro. Chusco y chungo.
Los responsables de los locales de ocio deberán registrar a los clientes, para en caso de posibles rebrotes, rastrear a quienes tuvieron la mala suerte de coincidir en uno de estos locales, para hacerles la prueba con carácter obligatorio y, en caso de ser positiva, someterlos a cuarentena. (Hay personas en algunos lugares que están sufriendo cuarentena desde hace tres meses porque la PCR les da positivo). Cuándo van a enterarse de que las pruebas no sirven para detectar carga viral. Para ello van a duplicar el número de rastreadores. Una de las profesiones con futuro. Ocurrente la presidenta.
Dentro del nuevo panfleto dictatorial lo que realmente debe quitarnos el sueño no es el virus, sino la ignorancia o el mal hacer. El grado de monitorización al que se pretende someter a los madrileños es demencial. Tomo de la web de la Comunidad uno de los epígrafes, titulado “Proyecto experimental de cartilla Covid-19”. De entrada, sin leer más, nos ponemos en guardia y con motivo. Es decir, van a experimentar con nosotros, además, a las claras. Somos cobayas y nos lo dicen en la cara. Según Ayuso, están trabajando en un proyecto piloto para activar una especie de cartilla Covid-19 –oigan bien—, similar a la de vacunación internacional e incorporada a la tarjeta virtual, con el fin de que queden reflejadas las pruebas PCR o si la persona ha generado anticuerpos para limitar los movimientos de los infectados. Lo hace a sabiendas de que ningún organismo internacional lo apoya –al menos de momento—, ni está justificado científica ni sanitariamente. Incluso ya se llevó la crítica del ministro Illa, cosa que me alegra, sin que sirva de precedente. Falta que incluya el número de veces que respiramos por minuto y qué tipo de pensamientos nos asaltan. ¡Cómo nos vamos acercando a la profecía! Las medidas de la presidenta madrileña no pueden ser más sorosianas y orwelianas. Espero que no se hagan efectivas, pero ahí lo dejo.
Pero, además, Ayuso anunció la reapertura de dos pabellones de Ifema “hasta que esté listo el hospital dedicado exclusivamente a epidemias”. Por lo visto, de ahora en adelante estaremos obligados a pensar no en vivir, sino en morir. No es de extrañar que muchas personas mayores digan que para vivir así, prefieren morir. Dice Ayuso que “el objetivo es empezar a derivar a pacientes con coronavirus a estos dos pabellones”, y esto me espanta. ¿Debemos entender que van a confinar ahí a los asintomáticos que dan positivo? ¿Estamos hablando de una especie de campo de concentración? ¿Guetos para los supuestos apestados? Perdonen, pero esto no es previsión, sino amenaza, tortura continua al ciudadano. Es, por otro lado, atraer la mala suerte. “Aquello que temes lo atraes”, dice la ley de atracción, pero parece que la presidenta no entiende mucho de lecturas.
Entre la gravedad de estas nuevas normas hay que citar el apartado “Campaña para jóvenes y refuerzo vacunación gripe”. Poco hay que explicar. Como está habiendo contagios entre los jóvenes –que siempre los hubo—, quieren vacunarlos contra la gripe y harán rastreos en institutos para hacer pruebas PCR masivas. De esas cuyo resultado no es fiable. A ver si se enteran de una vez, a ver si a fuerza de repetir… Pero también hay premio para los adultos mayores de sesenta, doble premio, pues además de la vacuna de la gripe estacional de todos los años, que no sirve para nada salvo para dar positivo en la PCR –como se lo cuento—, se reforzará con la del neumococo. En lugar de una, dos. ¡Cuánto nos quieren los políticos!
Con todo este panorama y esta ocurrencia de Guinness, lo que debería hacer Ayuso es dimitir. Por inepta y por ignorante. Debe dimitir por anteponer el mantenimiento de su poltrona al bienestar de los ciudadanos. Toma estas medidas por miedo a que vengan mal dadas y se le eche encima la oposición; por miedo a una moción de censura, por miedo, en definitiva, a tener que irse a su casa. Le pido la dimisión por haberse dormido en los laureles y no haber leído la valoración que sobre la epidemia hacen diferentes científicos internacionales independientes que se han pronunciado sobre el virus, sobre su grado de letalidad, las maneras de contagio, las pruebas PCR, los asintomáticos, las mascarillas, las cuarentenas ¡y las vacunas!, que, ante todo, deben ser de carácter voluntario. Que algún periodista en rueda de prensa le pregunte a la presidenta si conoce a Kary Mullis y lo que opinaba de la PCR que él creó. Que alguien le diga que nuestro problema no es el virus, sino los test.
Comprendo que al principio hubiera confusión, pero, ahora, con toda la información que existe al respecto, no hay razón para que la presidenta de Madrid se erija en la gran dictadora del reino y quiera vacunar a diestro y siniestro y rastrear a todo quisque. Pido su dimisión también por darle alas al Gobierno central para seguir imponiendo su dictadura. Sánchez debe estar tocando las palmas desde el Falcon. Y pido su dimisión por haber decepcionado a un montón de madrileños. Para este viaje no se necesitaban tantas alforjas, señora mía. No faltarán los pelotas de turno que alaben su gesto o la tilden de “dama de hierro”, con un par. Yo, por mi parte, le retiro toda mi confianza, si alguna vez la tuve, que ni recuerdo.