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Bismarck tenía razón

Bismarck tenía razón
José Pedro Pérez-Llorca. EP

Otto von Bismarck (1 de abril de 1815-30 de julio de 1898) tuvo más razón que un santo cuando dijo que «España era el país más fuerte del mundo: los españoles llevaban siglos intentando destruirlo y no lo han conseguido».

Y lo dijo tras constatar que España había vivido en el siglo XIX uno de los periodos más violentos de su historia: guerra de independencia, guerras de sucesión, golpes de estado, intentonas, sublevaciones, asonadas, rebeliones cantonales (proclamación del Cantón de Cartagena -en puridad Cantón Murciano- como territorio desde el que instaurar «desde abajo la república federal»- I república, 1868-), guerras civiles, caída de la monarquía y asesinato de dos presidentes de gobierno (Juan Prim y Antonio Cánovas del Castillo). La cosa siguió a peor en los primeros tres tercios del siglo XX, con otros tres presidentes asesinados: José Canalejas, Eduardo Dato y Luis Carrero Blanco (superando a Estados Unidos, que tiene cuatro: Abraham Lincoln, James Abram Garfield, William McKinley y John Fitzgerald Kennedy), una II república en 1931, abandonada por los propios republicanos que la traicionaron de todas las maneras posibles: revolución de Asturias, proclamación del estat catalá, golpe de estado de Sanjurjo , hasta hacer de la convivencia un infierno que propició el golpe de estado de Franco y una nueva guerra civil. El siglo se remató con la muerte de Franco y la redacción, aprobación (325 votos a favor, 6 en contra, 14 abstenciones y 5 ausencias) y ratificación en referéndum (91,81% de los votantes) de una nueva Constitución (1978)durante la gloriosa etapa llamada de la Transición democrática, mientras se luchaba desde la ley contra varias bandas terroristas (FRAP, GRAPO, Terra Lliure y ETA) que querían poner de nuevo todo patas arriba y en su locura declarar una tercera república y romper la unidad de España con la proclamación de dos nuevos estados.

Ahora el país goza de bienestar material y forma parte de la Unión Europea (UE), de la que es socio activo, cuarta economía de la zona y, según el último Eurobarómetro, la institución supranacional que más confianza nos merece, por encima de los partidos políticos (88% de desconfianza), el Congreso (79%) y el Gobierno (76%). Esto último es culpa de la corrupción de muchos políticos y varios partidos, descubierta y felizmente judicializada, de una nueva extrema izquierda revanchista, un ex presidente irresponsable (José Luis Rodríguez Zapatero), otro narcisista y egoísta que juega con fuego (Pedro Sánchez Pérez-Castejón), varios partidos independentistas en Cataluña y País Vasco, y otros tantos sucursales de éstos en Baleares, Valencia, Galicia, Navarra y Canarias. Y fruto de todo ello es un malestar cercano a la crispación, proclive al enfrentamiento y con visos de autodestrucción, que tenemos la obligación de atemperar hasta cercenarlo para construir otro periodo de bienestar y estabilidad como el vivido entre 1976 y 2008, sin duda los mejores 33 años de nuestra historia desde Fernando VI y Carlos III.

Los españoles deberíamos estar orgullosos de que España sea un país envidiable para los extranjeros por muchos conceptos: es el primero mundial en salud, en trasplante de órganos y en expectativa de vida; líder en Europa en facturación por servicios de restauración y en exportación de maquinaria de hostelería; está en los puestos destacados en industria textil, turismo, banca internacional, desarrollo de infraestructuras, tecnología sanitaria, construcción de automóviles, barcos, aviones y trenes. Según Forbes, hay empresas españolas liderando 12 de los 38 sectores evaluados, como Freixenet, Pronovias, Inditex, Banco Santander, Repsol, Telefónica, Indra, El Corte Inglés, Sol Meliá, Iberdrola; ocupamos el cuarto lugar en capacidad eólica, el segundo europeo en producción de energía solar fotovoltáica y la primera potencia mundial en energía termosolar; somos el segundo con más lugares considerados Patrimonio de la Humanidad, y uno de los más seguros del mundo y con mayor calidad de vida. Sólo por esto deberíamos sentirnos ufanos, felices y con ganas y fuerzas para alcanzar nuevas y fructíferas metas. ¿Por qué seguimos siendo cainitas y alabamos lo ajeno sin conocerlo y despreciamos lo propio?

El lunes falleció José Pedro Pérez Llorca, hombre de Estado y uno de los tres padres de la constitución que quedaban vivos, junto con Miquel Roca i Junyet y Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón. Para Roca, «el papel de José Pedro en todo el proceso de la Transición democrática fue de extraordinaria relevancia. Su capacidad negociadora, su manera de comprender y practicar la acción política, su disposición a situarse en el terreno de los demás para comprenderles en la defensa de sus respectivas posiciones y así acercar las suyas a propuestas conciliadoras, fue de extraordinaria importancia»; y para Herrero, «La contribución de Pérez Llorca a la factura de la Constitución fue decisiva en las formas y fundamental en el fondo».

No estaría mal que como homenaje a su memoria todos los políticos que han entrado en campaña electoral – y principalmente los candidatos de las formaciones que defienden la Constitución y contribuyeron a su texto-, y que estarán en mítines diarios hasta el 26 de mayo, bajasen su nivel de crispación, insultos y falsedades para adentrarse por el sendero de la moderación y el respeto al contrario, a las instituciones y a la Carta Magna. Es mucho pedir en estos tiempos de arrebatacapas, lo sé, pero Bismarck tiene que seguir teniendo razón.

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Autor

Jorge del Corral

Hijo, hermano y padre de periodistas, estudió periodismo en la Escuela Oficial de Madrid. Ha trabajado en cabeceras destacadas como ABC y Ya. Fue uno de los fundadores de Antena 3 TV. Miembro fundador de la Asociación de Periodistas Europeos (APE) y del Grupo Crónica, creador de la Academia de las Ciencias y las Artes de Televisión (ATV) y fundador de la Unión de Televisiones Comerciales (UTECA). Un histórico de la agencia EFE, donde fue subdirector y corresponsal en Roma.

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