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Carlos Dávila: «¿Se atreverá el faccioso Sánchez a devastar la Constitución?»

Pero, ¡hombres de Dios! ¿no véis que esa Constitución de las pensiones y la igualdad que proclamó el “okupante” de la Moncloa no es más que una nueva artimaña

Carlos Dávila: "¿Se atreverá el faccioso Sánchez a devastar la Constitución?"

O sea, según la RAE, faccioso es el individuo perteneciente a una facción o más genéricamente perturbador de la quietud pública. Devastar, según la RAE, supone destruir un territorio o más extensamente arruinarlo o asolarlo. Es imprescindible recurrir a nuestra máxima autoridad lingüística para restregarlo por su faz pétrea a todos los fanáticos de Sánchez que siempre toman por insultos intolerables simples definiciones de individuos o comportamientos.

Y es que su fina piel, entre la dermatitis atópica, rojiza y picantosa, y la espectacular erisipela, se les eriza cada vez que reciben un denuesto fundamentado en sus nocivas políticas. Esto sucede de común, la última este pasado domingo cuando, tras adosarse a un helicóptero y a un Falcón, Pedro Sánchez recibió mil críticas y no sólo por este abuso de nuevo rico autócrata, sino por algo mucho más grave: por constituirse primero en Murcia y luego bajo los leones del Congreso, en promotor y guardián de la Constitución del 78, él que ocupa el avión oficial para sus excursiones gracias a la generosidad de los leninistas y de los proterras. Dice Inocencio Arias que Sánchez por continuar en La Moncloa pactaría con el mismísimo Ben Laden. No hace falta que se vaya tan lejos: tiene en España un acuerdo vigente con Henry Parot, el asesino de ETA con más crímenes en sus pistolas, y con Garcia Gaztelu, alias “Chapote”, el bicharraco infame que ejecutó a bocajarro a Miguel Angel Blanco. Esos son sus congéneres de ahora mismo.

Esos y el otro putiferio que le está animando a cambiar la Constitución. Y no para eliminar esa antigualla de la prevalencia en la Corona del varón sobre la hembra, sino para dejarla en cueros vivos, para barrenar  su mandato de la “España, patria común e indivisible”. Aún queda algún pazguato por ahí que, después de conocer las soflamas aparentemente constitucionales de Sánchez en Murcia y en el mismo Parlamento, se gratificaba por ello y decía suscribir “de la A a la Z” las proclamas del falaz presidente.

Pero, ¡hombres de Dios! ¿no véis que esa Constitución de las pensiones y la igualdad que proclamó el “okupante” de la Moncloa no es más que una nueva artimaña para su objetivo, concordado con sus conmilitones, de cargarse nuestra Norma Suprema? Se trata de ir infiltrando en los cerebros dormidos de nuestros compatriotas la especie tóxica de que no pasa nada por acometer la reforma del texto del 78 porque, además, éste ya incluye la posibilidad de modificarlo. Y claro que sí: la Constitución pocas cosas dejó al albur de manipulaciones posteriores y entre ellas, el Articulo 92 que reza así: “Las decisiones de especial trascendencia podrán ser sometidas a referéndum consultivo de todos los ciudadanos”. ¿Tiene especial trascendencia la equiparación de nuestras pensiones al IPC de cada momento? Claro está que no. ¿Debemos ser los españoles llamados a las urnas para borrar la citada prioridad del hombre sobre la mujer? Entonces, ¿en qué estamos?

Pues estamos en la siguiente trampa: el citado faccioso se dispone a asumir las exigencias de sus cómplices, independentistas rabiosos y proetarras gozosos de haber matado, y promover en consecuencia una consulta para meterle un meneo de padre y muy señor mío a la Constitución. ¿Qué ordenan los citados? Pues que desaparezca España precisamente como “patria indivisible y común de todos los españoles”, que se reconozca el derecho a la fuga de territorios como Cataluña y el País Vasco, y que se incorpore a las bravas al Viejo Reino de Navarra a Euskalerría,  la fantasmagoría inventado por el atrabiliario Sabino Arana- Todo eso entre otras minucias que también pueden incluir, hablando de la Corona, la posible conversión de España en una República. Esa es la nueva martingala del faccioso de la que, gran parte del país, hibernado como una marmota, parece no querer enterarse.

El ardid es una clamorosa traición, sin embargo existen también bienintencionados -vamos a llamarles así- que dudan de si Sánchez se atreverá a tanto. Curiosamente -esa es mi experiencia- son los mismos que antes de la moción de censura que derribó a Rajoy, aseguraban que el secretario general de un partido institucional como el PSOE no podía pactar, para hacerse con el poder, ni con los sucesores de ETA, ni con los independentistas que pretenden volar España. Los mismos de antes son los que ahora, cuando se replica sus penosos y sobrepasados argumentos, terminan por decir que Sánchez no puede volcar sobre España entera la culpabilidad de laminar un texto ejemplar para todo el mundo menos para él. Sin embargo, llegado el momento, lo hará si el pulso económico de la Nación entra en bradicardia, si el Covid nos sigue matando, si los anhelados fondos europeos no dan para casi nada, o si la sociedad por fin se echa a la calle, harta de tanta mentira, tanta ineptitud y tanta felonía. En ese instante, Sánchez, un virtuoso del trilerismo, eso no hay quien se lo niegue, acudirá a los disfraces de Cornejo, y engatusará a los ciudadanos sobre la reforma de una Constitución que hay que enjalbegar. Lo hará con un par, sin despeinarse. Él se envuelve en los ciento sesenta y nueve artículos de la Constitución como una bruja de feria se lía con la capa robada a un tuno. Igual. El lunes, sus socios en el Gobierno ni siquiera festejaron en el Parlamento la Constitución. Y es que ésta no es la suya pero, no se engañen. tampoco lo es del faccioso devastador Pedro Sánchez Castejón.

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