T.S. Eliot, en la conferencia “La unidad de la cultura europea”, pronunciada en 1946 en la Universidad de Cambridge, dijo: «La fuerza dominante en la creación de una cultura común entre distintos pueblos es la religión. (…). Yo hablo de la tradición cristiana común que ha hecho de Europa lo que es, y de los elementos culturales comunes que ese cristianismo ha traído consigo. Si mañana Asia se convirtiera al cristianismo, no pasaría por ello a formar parte de Europa. Nuestras artes se han desarrollado dentro del cristianismo, en él se basaban hasta hace poco las leyes europeas.
Todo nuestro pensamiento adquiere significado por los antecedentes cristianos. Un europeo puede no creer en la verdad de la fe cristiana pero todo lo que dice, crea y hace, surge de su herencia cultural cristiana y sólo adquiere significado en relación a esa herencia. Sólo una cultura cristiana ha podido producir un Voltaire o un Nietzsche. No creo que la cultura europea sobreviviera a la desaparición completa de la fe cristiana. Y estoy convencido de ello, no sólo como cristiano, sino como estudiante de biología social. Si el cristianismo desaparece, toda nuestra cultura desaparecerá con él».
El filósofo Gustavo Bueno, cuando le preguntaron; “pero, ¿no era usted un ateo?”, respondió; «Y lo soy, claro. Pero hoy me defino como un ateo católico: la Iglesia es la heredera del Imperio Romano. Es filosofía griega más derecho romano. Es una organización internacional única en la historia. Es admirable». Atea católica, también se consideraba la valiente periodista italiana Oriana Fallaci.
En este contexto, el profesor y académico, tristemente recién fallecido, Dalmacio Negro, comenzaba su obra “Lo que Europa debe al cristianismo”, del siguiente modo: «Parafraseando la célebre pregunta que hiciera el abate Siéyes en los momentos previos al estallido de la Revolución francesa acerca del Tercer Estado, podríamos preguntar: ¿Qué es Europa sin el cristianismo? Y responder: Nada. ¿Qué le debe Europa al cristianismo? Todo. Quizá a más de un lector estas afirmaciones tan rotundas le parezcan bien intencionadas, pero en todo caso exageradas. Nadie duda de lo mucho que Europa debe al cristianismo, pero no todo en Europa es cristianismo. Ahí está la filosofía griega o el Derecho romano para demostrarlo. Pero el argumento no considera un detalle esencial en orden a nuestra pregunta, al no haberse reparado lo suficiente en que precisamente la filosofía griega y el Derecho romano están ahí no por sí mismos, sino gracias al cristianismo». El cristianismo como doctrina que destila e incorpora la filosofía griega y el derecho romano, fue también el pensamiento de Unamuno.
Pero volviendo al comienzo con el autor de “La tierra baldía”, recordamos como éste formó parte de aquel grupo de jóvenes escritores norteamericanos, que vivieron en Europa después de la primera guerra mundial, y al que su compatriota de origen judío -alemán y residente ya en París, Gertrud Stein, llamó la Generación Perdida. Entre otros, estaban; Dos Passos, Ezra Pound, Scott Fitgerald, o Hemminway. Éste último popularizó el término, contándonos además, que no fue a Stein a quien se le ocurrió primero: «Estábamos de vuelta del Canadá y vivíamos en la rué Notre-Dame-des-Champs y Miss Stein y yo éramos todavía buenos amigos, cuando ella lanzó el comentario ése de la generación perdida. Tuvo pegas con el contacto del viejo Ford T que entonces guiaba, y un empleado del garaje, un joven que había servido en el último año de la guerra, no puso demasiado empeño en reparar el Ford de Miss Stein, o tal vez simplemente le hizo esperar su turno después de otros vehículos. El caso es que se decidió que el joven no era sérieux, y que el patron del garaje le había reñido severamente de resultas de la queja de Miss Stein. Una cosa que el patrón dijo fue: «Todos vosotros sois une génération perdue.»—Eso es lo que son ustedes. Todos ustedes son eso —dijo Miss Stein—. Todos los jóvenes que sirvieron en la guerra. Son una generación perdida».
El brillante Tom Wolfe lo cuenta así: «Nuestra historia comienza en Alemania, inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial. Los jóvenes arquitectos estadounidenses, junto con pintores, escritores e intelectuales de desigual ralea, recorren Europa. A esta gran aventura de unos cuantos vagabundos se la llamó «la Generación Perdida». ¿Qué sentido tenía? En The Liberation of American Literature, V.F. Calverton afirma que los artistas y escritores norteamericanos habían sufrido un «complejo colonial» durante los siglos XVIII y XIX y que habían imitado con timidez los modelos europeos, pero que tras la Primera Guerra Mundial habían recuperado por fin la confianza en sí mismos y el sentido de la identidad necesarios para liberarse de la autoridad artística de Europa. Dicho con franqueza, difícilmente se habían podido tergiversar más los hechos. El lema de la Generación Perdida era, según palabras de Malcolm Cowley: «Lo hacen mejor en Europa»».
Si Woody Allen no hubiera utilizado el particular Delorian con el que en “Midnight in Paris”, retrocedía a su protagonista al salón de Stein en el París de interbellum, sino para para llevar a Archibald MacLeish o a Hemminway al París actual; el primero, volvería corriendo al despacho de abogados de Boston que abandonó para ser poeta, y el segundo, si tomamos su terrible suicidio como algo inexorable, se hubiera pegado un tiro mucho antes de lo que hizo finalmente en su casa de Idaho.
Mientras tanto, la Iglesia y el Vaticano en las nubes. Con noluntad recalcitrante, ecualizan Islam y Cristianismo. El antagonismo y distancia entre dos formas contradictorias de entender el mundo y dos modos colectivos de vivir incompatibles, las resuelve así Miguel Ángel Ayuso, nombrado por el Papa Francisco como presidente del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso: «Viviendo en el ambiente islámico he visto una visión distorsionada de lo que es el cristianismo, de lo que es la Iglesia católica o lo que son las iglesias orientales. Por la parte occidental también he visto cómo se tiene una visión desvirtuada de lo que es la religión islámica muchas veces ayudados por los medios de comunicación. Por lo tanto, creo que hace falta un esfuerzo por parte de ambas comunidades para que, por medio de la educación, se pueda tener una visión objetiva del otro que es la que refuerza nuestra propia identidad y nos permite desde nuestra común humanidad poder trabajar en proyectos compartidos por el bien de la sociedad».
En España, podría ser un buen proyecto compartido, por ejemplo, crear grupos inter- religiosos para: recuperar las tertulias en el Café Gijón, realizar visitas guiadas al Museo del Prado, o asistir a un ciclo de ´opera en el Teatro Real, o quizá en un tono más popular, para ir a la Feria de San Isidro o las Fiestas de la Virgen de la Paloma. Después, podrían irse todos juntos a cenar cous cous.
El reducto de las categorías morales que aún perviven en lo que llamamos occidente, son despreciadas absolutamente por el Islam. El sueño infantil y arrogante de creer (por algunos) que nuestra cultura, ilustración o modales; refinarían o modularían, y en último caso suprimirían, sus disonancias armónicas con nuestro mundo, ha conducido a Europa (incluido Inglaterra) a un escenario de muy difícil o casi imposible solución.
Gabriel Albiac, nos relata en primera persona su experiencia en la manifestación de París el 1 diciembre de 1984: «Lo peor quizá sea que no me ha sorprendido: los del 68 somos material desechable para el islam que viene. Y no parece que haya nadie en Europa dispuesto a dar la guerra para evitar el retorno a las cavernas que ese islam anuncia. Yo vi nacer aquello. Pero no me di cuenta (…) Cuando nos replegábamos hacia una cafetería tranquila, se nos unió un colega a quien sus menos años dieron alas para llegar a la tribuna y embaularse los discursos finales. «¡La que ha armado Farida!», nos soltó nada más sentarse. Farida, no hacía falta explicitarlo, era la joven líder de los beurs periféricos. A lo que pudimos entender, la chica había leído un comunicado en el que explicaba simpáticamente a los izquierdistas franceses —que habían corrido con el coste e infraestructura del invento— que no se habían enterado de nada: no queremos ser parte de vuestra Francia, ni izquierdista ni derechista, queremos recuperar el islam de nuestros antepasados. Todos pensamos que se le había cruzado un cable. Y todos nos equivocamos.».
El Catedrático de Literatura árabe, Serafín Fanjul, a propósito de la diferencia que muchos medios establecen entre; musulmanes moderados o no moderados, nos dice: “que esto a los propios musulmanes les causa risa”, ya que pedir a un musulmán que acepte: los matrimonios mixtos, la apostasía, o el proselitismo de otras religiones, es pedirle que deje de ser musulmán.
Para mi maestro, el pensador y jurista español, García Trevijano, las dos manifestaciones fundamentales de la cultura son: el arte y la religión, y que, sin tradición no hay revolución. Corominas, en su diccionario etimológico recoge, que la voz ‘tradición’, consolidó su uso en castellano a mediados del S. XVII, tomándose del latín traditio-onis; ‘entrega’ o ‘trasmisión’, nombre que deriva a su vez del verbo tradere; ‘trasmitir’ o ‘entregar’.
El daño que sufrieron aquellos jóvenes, en su madurez o carácter, y que según Stein les impidió civilizarse por cumplir la mayoría de edad sirviendo en la Gran Guerra, se convierte hoy en una broma, comparado con los efectos de la pócima venenosa entregada a las generaciones actuales, a quien la clase política les ha inoculado, que lo más importante y lo que deben hacer, no consiste en luchar para mejorar sus condiciones laborales y de vida, sino manifestarse para salvar el Planeta. Esta es la entrega que han recibido las más recientes generaciones por parte de la sociedad, las instituciones y el Estado.
El mayor crimen que ha podido producirse en las últimas generaciones, especialmente contra los jóvenes, es la de cercenar y amputar de la Historia, lo único a lo que podemos agarrarnos, la tradición. La única certeza, que como un faro entre las tinieblas nos guía cuando estamos perdidos. Por eso, hoy todos ellos son una Generación Perdida. En el Islam, por el contrario, desde su plataforma y modo de entender el mundo lo tienen todos claro. Rusia y China por su parte también. Trump está en ello. Como corolario de esta analgesia de ideología socialdemócrata colectiva europea, intenten imaginarse un enfrentamiento entre los que defienden la Sharía, y aquellos que defienden la bandera arcoíris y reducir la huella de carbono, ¿quién creen que ganará?