Las últimas declaraciones de Podemos dejan al descubierto la verdad

Pablo Iglesias y sus cuates: «El Pueblo soy yo»

Si se logra sobrevivir a la agresión inicial de un pseudolenguaje pretendidamente científico, grandilocuente y reiterativo, lo que queda es poco más que nada

Los dirigentes de Podemos no están obligados a proponer nada (ya se sabe, aquello tan burgués de detallar, aunque sea mínimamente, una oferta alternativa de gestión de la cosa pública)

@ahorapodemos: @CBescansa en #L6Npizarracis: «Podemos es la expresión de una sociedad que necesita un programa alternativo de empoderamiento ciudadano».

Enorme peluca negra, manto de armiño, bastón alto, tacones rojos y una pose imposible que queriendo ser majestuosa resulta manifiestamente ridícula.

Todos recordamos el retrato de Luis XIV y el apócrifo pie de foto común a todos los manuales de Historia: «El Estado soy yo».

Cámbiese la peluca y demás accesorios por una coleta (o una camiseta o un pin, aunque siempre con mensaje), la pose imposible por una medio sonrisa condescendiente (fronteriza entre la superioridad y el desprecio) y «Estado» por «Pueblo», y ya tendremos la foto perfecta (pie incluido) del líder-tipo de Podemos sin tener que hacer un solo clic.

Y es que para los dirigentes de este Movimiento Redentor, brazo ejecutor de la Historia, no hay duda: ellos son el Pueblo, lo sepa éste o no (que nadie ha dicho que el pueblo, además de pueblo, tenga que ser listo).

Una vez hecha la imprescindible traducción desde el idioma hispano-orwelliano de Podemos, eso es lo que vino a decir Carolina Bescansa, cofundadora del Movimiento, en La Sexta Noche (tuit del encabezamiento).

Convicción que ya había expresado en la entrevista concedida previamente a El Mundo cuando declaró:

«Si [la pregunta] es sobre si estamos expresando las demandas de una mayoría social que ya existe, la respuesta es sí. Hay unos acuerdos transversales en lo social que están extendidos desde el año 2011 y que han sido ignorados sistemáticamente por los partidos del régimen. Por eso nace Podemos, para dar voz a esa mayoría social».

O sea, que cuando Carolina Bescansa o Pablo Iglesias hablan, en realidad habla el pueblo.

Para estos humildes dirigentes de Podemos la teoría general de la representación, sus contenidos seculares de mil matices y sutilezas doctrinales, y los brillantes debates científicos entre los más grandes pensadores de la dogmática jurídica europea respecto a su naturaleza y límites, son pura palabrería inútil cuando de lo que se trata es de definir su relación con los ciudadanos. Ellos no representan al pueblo. Ellos son el pueblo.

Obsérvese que ni siquiera les basta con arrogarse la condición de sus intérpretes máximos (escalón por debajo, a todas luces intolerable).

Son el pueblo mismo: sus opiniones son las del pueblo, sus deseos son los del pueblo, sus odios -muy especialmente- son los del pueblo. Y por todo eso, su voz es la del pueblo… En definitiva, su voluntad es la del pueblo. Podemos y el pueblo: uno y lo mismo.

Lo cual tiene una evidente ventaja: como son la encarnación misma del pueblo y no unos vulgares políticos al uso que han de justificar su existencia con la propuesta de un programa político concreto, los dirigentes de Podemos no están obligados a proponer nada (ya se sabe, aquello tan burgués de detallar, aunque sea mínimamente, una oferta alternativa de gestión de la cosa pública). A ellos les basta con denunciar.

Resultado: un diagnóstico habitualmente certero (salvo cuando se pasan de apocalípticos en sus arengas y no logran disimular que su deseo no es la cura de la democracia, sino su eutanasia activa), y un tratamiento inexistente porque, como la voz del paciente que son (que no del médico), no se sienten obligados a darlo.

Y no lo dan, pues no puede merecer tal nombre el «programa» on line de su página web, amalgama caótica e improvisada de ocurrencias asamblearias vía internet.

Para comprobarlo, tan sólo es cuestión de infligirse el castigo de revisar las últimas declaraciones a los medios de los dirigentes de Podemos, todas ellas a medio camino entre el Apocalipsis y la tesis pretenciosa de un doctorando con falta de lecturas y exceso de mítines.

Efectivamente, si se logra sobrevivir a la agresión inicial de un pseudolenguaje pretendidamente científico, grandilocuente y reiterativo (una de cada cinco palabras suele ser «empoderamiento», en la acepción particular de la prestigiosa escuela bolivariana de pensamiento político), lo que queda es poco más que nada (bien es verdad que si lo concreto que se lee es nada, lo sugerido que se intuye sí es mucho; pero esto ya sería otro tema).

Para los hastiados ciudadanos de este castigado país, esta arrogancia no es nueva: Pujol se decía Cataluña; Franco, España; Lola Flores… lo que fuera que le permitiera saldar su deuda con el Fisco.

Grave error: no se trata de ganar o no unas elecciones, una carnicería entre hermanos o el aplauso a un zapateado. Se trata de que todos y cada uno nos hemos ganado el derecho a empezar y terminar en nosotros mismos, sin que nadie pueda hacer suya nuestra parcela de ciudadanos, más allá de lo que nosotros -y sólo nosotros- le hayamos autorizado específica y expresamente.

En esto consiste la democracia. Lo demás, religiones laicas con falsos profetas, sobre las que la Historia ya se ha pronunciado.

 

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