Historia de una calle de Madrid

Por Javier Pardo de Santayana

(Grafittis y paseantes del 2016 a la altura del número 20 de la en un tiempo zarzuelera calle del Caballero de Gracia. Foto en Wikipedia )

Para quien no conozca Madrid, diré que “Caballero de Gracia” es una calle  inmediatamente paralela a la Gran Vía. No es de extrañar, por tanto, que teniendo un nombre tan curioso fuera elegido por Chueca y sus adláteres para formar parte de las referencias locales incluidas en un batiburrillo zarzuelero que añadía un tono lírico y festivo a una ambiciosa operación urbana: la que echaría abajo una parte del centro de la capital de España para abrir una avenida con categoría propia.

A mí siempre me pareció genial la idea de revestir de música y tipismo un acontecimiento como éste, que permitía presentar toda una galería de personajes entonces habituales que ya han desaparecido de la escena. Sí siguen existiendo, por ejemplo, los “ratas”, ahora concentrados en el metro y en los lugares que el turismo más frecuenta, pero pasan de tres, y en cambio ya no abundan los reclutas que cortejaban entonces a las cocineras.

Muchas de las escenas y canciones de aquella “Gran Vía” tan inspirada y tan inspiradora me han resultado siempre familiares, seguramente por que, como creo haber indicado en más de uno de mis artículos, en mi casa se cantaba mucho. Al menos a esa conclusión he llegado con el tiempo por un simple contraste con lo que veo en otras. Mi abuela materna solía comentarnos que nuestro abuelo – cofundador por cierto, según tengo entendido, de “El Norte de Castilla” – asistía en Valladolid a los conciertos bien pertrechado de su partitura, y la voz de nuestra madre tenía un sonoridad tan acusada que se oía con facilidad a gran distancia aún sin hacer esfuerzo. Tocaba entonces un piano que aún existe, pero lo suyo era, principalmente y sobre todo, la canción, así que ahora sus hijos seguimos recordando las zarzuelas, incluida naturalmente ésta.

Quiere esto decir que a partir de la letra de “Caballero de Gracia” – “Caballero de Gracia me llaman, y efectivamente soy así, pues sabido es que a mi me conoce por mis amoríos todo Madrid” – no me resultaba fácil entender que un personaje tan libertino como aquél hubiera merecido el nombre de una de las calles más céntricas de una ciudad tan importante como la capital de España y que además cuenta con un oratorio que perpetúa su nombre.

Pues bien, cuál no sería mi sorpresa cuando en el programa de la COPE recibí la noticia de que el citado caballero era en realidad el italiano “Jacobo de Grattis” –  de ahí aquello de “Gracia” – que vino a España como secretario del Nuncio de Su Santidad y dedicó gran parte de su vida a crear instituciones religiosas y benéficas. Ahí están el convento de las Concepcionistas Descalzas, creado especialmente para las monjas expulsadas de Inglaterra por el rey Enrique VIII, o la Congregación de Esclavos del Santísimo Sacramento, o el colegio llamado de Loreto para niñas abandonadas, o los hospitales de los Italianos de la calle de San Jerónimo y de los Convalecientes de la de San Bernardo. Muchas de estas cosas hizo con terrenos o dineros propios.

La gran noticia es que según el citado programa radiofónico, sus muchos méritos le llevarían a ser propuesto para la canonización, cuyo expediente sufriría un extravío en el camino a Roma y ahora está volviéndose a activar.

Así que me pregunto cuál podría ser la razón de esta contradicción a todas luces aparente  ¿Fue el “Caballero de Gracia” un santo varón, o un libertino?

Y he aquí la explicación: según he podido conocer sobre este caso, en su juventud De Grattis sería un pájaro de cuenta que justificaría plenamente aquello de “soy un tipo gentil, de carácter jovial, a quien mima la sociedad” o “…y las niñas se dislocan por quererme hacer tilín”, ya que según las malas lenguas, intentó seducir a una casada de su vecindad sobornando previamente a la doncella para que la suministrara un buen narcótico. Algo, por tanto, que en ningún sentido podría mejorarle la conciencia o añadir mérito a su posible santidad.

Pero también cuenta la historia que estando en aquel trance se sintió fulminado por un temor irrefrenable que de tal forma le conmovería que decidió cambiar radicalmente hasta el punto de ordenarse sacerdote para seguir ya, luego, hasta su muerte, por una senda impecable de virtudes.

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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