Un campo sin futuro

Por Javier Pardo de Santayana

(Tractor. Acuarela de Christian Couteau en Hispacuarela de Facebook)

Uno de los problemas que se nos están acumulando juntamente con la falta de trabajo, la creciente violencia en nuestras calles y otras lindezas semejantes – incluida desde hace unas semanas la aparición de un virus nuevo que amenaza la salud de nuestra gente – es el que hoy presenta el campo, sector que durante mucho tiempo ha permanecido silencioso, pero que harto ya del desprecio de la sociedad a la que cuida y alimenta, se rebela indignado sacando sus tractores a la calle.

Mucho se ha especulado sobre los motivos que sostienen la rebeldía de nuestros agricultores y nuestros ganaderos, pero está claro el por qué de sus protestas. Y es que el dinero que reciben por aquello que producen no les permite vivir decentemente: o sea que no ganan la mínima cantidad imprescindible para sostener a sus familias, lo que es  precisamente consecuencia de que, cuando el fruto del trabajo llega a las manos del respetable público, el gasto acumulado apenas deja ganancias para ellas.

En realidad este problema es resultante de una exigencia desmedida: la de una  sociedad desligada ya de la naturaleza y que se encuentra inmersa en una suma de gastos derivados de nuevos derechos exigidos cuyo origen es el progreso atribuible a unos avances de origen social y tecnológico que ya ni sorprenden ni entusiasman. Ya nadie reconoce el mérito de nadie; sólo valora su propio esfuerzo personal y tenderá a protestar por las muchas cosas que echará de menos. Exigirá, eso sí, encontrar la mesa puesta y bien dotada, porque si no saldrá a la calle reclamando con voces y pancartas sus derechos De ahí que quizá no sea inútil recordar de dónde venimos realmente para observar con más discernimiento la diferencia entre lo que la naturaleza nos ofrece y lo que nos ofrece el mundo – cada vez más artificial – en que vivimos.

Fijémonos en nuestro día a día. Aún no hace nada que para pagar en los supermercados usábamos una tarjeta donde se registraban nuestros datos, para lo cual pulsábamos un número secreto. Así pagábamos, y todo quedaba impreso en un papel: el nombre de los productos adquiridos, la cantidad, los precios…. Incluso se nos ahorraba hacer la suma, y todo ello nos parecía insuperable. Además ya se podía registrar a la velocidad del rayo el valor de cada artículo adquirido cualquiera que fuera la posición en que se presentara ante la caja: avances todos ellos asombrosos pero que todo el mundo da ya por cotidianos hasta el punto de ni siquiera comentar el cambio. Pues bien, ahora ya basta con “mostrar” el documento sin necesidad de teclear siquiera.

Pero esto no es sino un detalle significativo, ya que cada cosa que compramos habrá sido antes  lavada, calibrada, pesada y reconocida para eliminar cualquier posible imperfección por muy natural que ésta parezca. Y aparecerá dentro de una envoltura perfectamente estanca si es el caso y con la descripción correspondiente; que así podremos conocer  su lugar de procedencia e incluso su composición química y física. Y habrá que conservar debidamente los productos, pues mientras esperan ser comprados pasará tiempo y habrá que asegurarles un ambiente favorable de temperatura y de humedad.

Y para vender hay que anunciar, y la publicidad también cuesta lo suyo. Por otra parte usted querrá poder hallar cualquier producto que desee o necesite en cualquier día del año y en cualquier parte “de nuestra geografía”, para lo cual se necesita un buen sistema de transporte dotado de vehículos pesados que consumen aceite y carburantes, como también conductores muy diestros y fiables que deberán ser pagados conforme a su responsabilidad y a su trabajo. Y, por supuesto, se contará con instalaciones frigoríficas, y tiendas y grandes almacenes que cargarán los precios para garantizar su buen funcionamiento y la atención a gastos.

Así que algo será preciso hacer, como es patente, para cuadrar las cuentas y hacer compatibles unas y otras cosas. Pues si nadie admitiría prescindir de su posibilidad de elección y de exigir la perfección de los artículos de origen animal y vegetal que el campo ofrece, tampoco permitirá que se desprecien las exigencias añadidas por una sociedad que no perdona cualquier fallo o simple deficiencia que le prive de las mejoras alcanzadas. Unas mejoras convertidas ya, como hemos visto, en algo imprescindible. Hasta se pondrá de moda impulsar el bienestar de los sufridos cerdos y de las generosas vacas creando para ellos relajantes ambientes musicales.

Quiero decir con esto que tantos y tantos gastos como se acumulan responden a exigencias que de no ser cumplidas levantarían airadas protestas de unos ciudadanos que ya no admiten otra cosa que la perfección de los servicios, y si es posible, que les salgan gratis.  Así que ya no hay marcha atrás, pues dígame usted quién es el guapo que se atreve a volver de nuevo a aquel viejo papel de estraza, a la fresquera, o al lápiz en la oreja.

 

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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