Ideas para un enclaustramiento

Por Javier Pardo de Santayana

(Lisboa, amanecer. Acuarela de Carlos Santos Marques en Facebook)

Con sus pequeñas variantes incluidas, el enclaustramiento al que estamos obligados actualmente todos los españoles y también gran parte del resto del mundo nos obliga a idear procedimientos para ocupar el tiempo gratamente. Son muchas horas disponibles, y aunque haya algunas soluciones conocidas como recurrir a la lectura, no es malo buscar nuevas ideas que un servidor de ustedes brinda humildemente. Naturalmente van dirigidas sobre todo a la gente de edad como es mi caso.

Se trata simplemente de sacar partido de nuestro ordenador aprovechando la distancia que el tiempo abrió con aquellos periodos de nuestra propia vida que nos gustaría evocar de cuando en cuando. Para ello existen, como ustedes saben, dos sistemas que les describiré con palabras probablemente no ceñidas a la actual jerga tecnológica. Lo haré, si me permite mi improbable lector, con ejemplos de casos muy concretos y de naturaleza personal.

Me he dedicado, por ejemplo, a descubrir la situación actual de los lugares en los que viví tiempos inolvidables de los que conservo las señas exactas o la situación aproximada. Y los he vuelto a ver tal como estaban en mis días o tal como los han modificado luego.

Por ejemplo, lo que ha ocurrido con mi Instituto de Lisboa. No sólo he podido ver unas fotografías de cuando ocupaba un coqueto palacete de la rua Actor Tasso, cerca de nuestra casa – junto a la plaza del Marqués de Pombal – sino también de como fue durante sus primeros años y como lo es ahora, trasladado ya a en Difundo, fuera de la capital. Y me he trasladado casi físicamente a la mismísima puerta de mi casa. Hasta he reconocido mis ventanas. Y me he paseado calle abajo para entrar en el Parque de Eduardo Séptimo, donde jugué de niño, como también me he dedicado a pasear por la calle Rodrigo da Fonseca, donde solíamos comprarnos los cuadernos y las plumas, y he podido ver la casa de Rogelio, mi compañero de colegio. Luego he localizado la Iglesia de Sao Mamede, donde íbamos a misa los domingos, y recordado al párroco gallego que hablaba un portugués “españolado” y al padre Ignacio, nuestro confesor, y me he desplazado a la Cancillería y he descendido por la Avenida da Liberdade y la Plaza dos Restauradores hasta el Terreiro do Paço, junto al Tajo, no sin antes indagar de paso si seguía en su lugar la heladería de los helados de cassata..

Y he localizado mi casa de Leavenworth, cerca del Mississippi, que llegué también a visitar hace unos pocos años por el mismo sistema. Y me he dado un garbeo hasta El Aaiun para calibrar los cambios de los marroquíes, Y he visto mi barrio, y también me he desplazado hasta la playa y el puerto, e incluso hasta la misma frontera norte de Daora, donde mi mujer montó en camello. Todo ello sin moverme de mi asiento.

Y, naturalmente, me he acercado a nuestra casa belga de Mons, por aquello de ver si se conserva aquel cambio que hicimos cubriendo el patio central con una cristalera y convirtiéndolo en un precioso comedor. Luego se me ha ocurrido comprobar algún detalle que otro, como comprobar si siguen estando donde estaban la gasolinera de Shell y los cerezos japoneses que entonces flanqueaban nuestra calle. Y, por supuesto, he saltado al bello palacio militar de Las Palmas, de tan buenos recuerdos, cuyo centenario celebramos con un éxito absoluto, y he repetido aquel paseo junto al mar  que mi mujer y yo iniciábamos a veces desde los sicomoros del Parque de San Telmo.

Pero el entretenimiento – esa mezcla de investigación y de recuerdo – puede iniciarse de cualquier manera. Por ejemplo, cuando estamos viendo en la televisión los episodios de Hawai 5.0 con los que suelo disfrutar identificando nombres y lugares de la isla de Oahu en cuya capital – Honolulu – pasé unos días siendo Teniente recién acabados los estudios, lo que me da pie a revivir desde el ordenador y sin mover un dedo aquel  viaje y así buscar el monumento al Rey Kamehameha, o el Parque de la Princesa Kapiolani, o el gran volcán de la Cabeza de Diamante. Unos recuerdos que completo aprovechando la ocasión para ilustrarme observando con el mayor detalle el actual Museo de Pearl Harbour, donde hoy se puede vislumbrar el pecio del USS ”Arizona», hundido en el famoso ataque que metió a Norteamérica en la guerra, o visitar otro gran acorazado – el USS “Missouri” – donde se consumó la rendición del poderoso Imperio Japonés.

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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