Memoria histórica. Otumba (1519-1520). 2 

Por Carlos de Bustamante

(Batalla de Otumba. Óleo del siglo XVII)

No sé si mis amigos y probables únicos lectores sabían algo más de la batalla de Otumba que su antecedente en la “Noche Triste”. Y de ésta tal vez   el nombre y poco más. Pues bien, Fernando González Laínez nos    está dando la posibilidad de conocer al detalle lo que, generalizando, ha titulado en su magistral libro histórico Vientos de Gloria.    Verán   mis amigos….  por entregas, que en la paz como, en mayor medida, en la guerra, la gloria no se consigue sin el paso previo por la cruz.  Esta cruz que, según y cómo pudiera ser Cruz con   mayúscula (me entendéis…) sin duda, y en la Noche Triste tuvo tanto peso como gloria   después en Otumba.

Seguid, pues, mis amigos la lectura si os pete, que, sin invención alguna ni escarceo literario, Laínez   nos narra al detalle un episodio guerrero   tan impresionante que, sin negras leyendas, fue en verdad el asombro del mundo:  la hazaña de otro gran capitán español -Hernán Cortés- al mando de un reducido ejército de soldados españoles que, como en Flandes, acreditaron ser los mejores soldados del mundo.  Y su capitán tan heroico como lo fuera Gonzalo Fernández de Córdoba con sus Tercios.

EL LEVANTAMIENTO AZTECA

La matanza provocó un levantamiento general y Alvarado y sus hombres tuvieron que refugiarse en el palacio-cuartel de Axayacatl, donde resistieron los ataques indios. En vista de la situación, Cortés, tras informarse de lo sucedido, decidió utilizar a Moctezuma para restablecer la situación. El emperador azteca se dirigió a la multitud desde la azotea del palacio donde estaba prisionero, pero sus propios súbditos, pensando que era un cobarde y les había traicionado, le apedrearon e hirieron mortalmente en la cabeza. Al estimar la situación desesperada, Cortés decidió abandonar sigilosamente Tenochtitlan con sus hombres en la noche del 30 de junio, porque sabía que los aztecas no estaban habituados al combate nocturno. Pese a la intensa lluvia y la niebla, pronto fueron descubiertos por una multitud de indios en pie de guerra. En vanguardia de la columna en retirada iban 200 hombres con un gran puente portátil para cruzar los canales. Detrás marchaba Cortés con el grueso de la tropa; y luego los aliados indios tlaxcaltecas —unos 1.000— con la artillería. Defendían la retaguardia 60 hombres a caballo al mando de Alvarado. Una vez dada la voz de alarma entre los indios, miles de vociferantes guerreros aztecas cayeron sobre los españoles, muchos de ellos cargados de oro, que intentaban escapar de la trampa de Tenochtitlan.

Según cuenta el soldado-cronista Bernal Díaz del Castillo en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, todos comúnmente hubimos mal gozo de las partes del oro que nos dieron, y si los de Narváez murieron muchos más que los de Cortés en las puentes, fue por salir cargados de oro, que con el peso de ello no podían salir ni nadar. Aquella terrible retirada ha pasado a la historia como la «Noche Triste». Muchos hombres y caballos se ahogaron en las acequias y canales o perecieron en la lucha. Del millar de tlaxcaltecas aliados apenas se salvaron cien. En total, aquella noche murieron unos 700 españoles, pero a pesar del desastre y las pérdidas humanas, el pequeño ejército de Cortés no había sido aniquilado. Se habían salvado 26 caballos, aunque se perdieron toda la artillería y casi todos los arcabuces. Los españoles capturados sufrieron la peor suerte, porque fueron descuartizados o sacrificados vivos. De estos ninguno se salvó. Cuenta Díaz del Castillo, participante en la retirada: Quiero tornar a decir que seguidos que íbamos de los mexicanos y de las flechas y varas y pedradas que con sus hondas nos tiraban, y cómo nos cercaban, dando siempre en nosotros, es cosa de espanto. A la pavorosa noche siguió la marcha de los supervivientes desde Tacuba, Tepotzotlan y Citlaltepec, bordeando el lago de Texcoco, donde estaba Tenochtitlan. Cortés, que había sido herido de una cuchillada en su pierna derecha, animó a la mermada tropa a mantener la unión y el espíritu de lucha, y los españoles emprendieron el camino a Tlaxcala, continuamente hostigados por grupos dispersos de indios. El cronista López de Gómara relata: «Desde el momento que partieron, los persiguieron infinidad de contrarios, que los acometían duramente y los fatigaban». Según calcula el historiador británico Hugh Thomas, quedaron 340 soldados, casi todos heridos, y 27 jinetes. Entre los pocos días que transcurrieron desde la Noche Triste hasta Otumba habían perecido unos 1.000 españoles, de acuerdo al cálculo que realiza in situ el soldado Díaz del Castillo: […]

Quiero traer aquí a la memoria que cuando entramos al socorro de Pedro de Alvarado en México, fuimos por todos sobre más de mil trescientos soldados con los de a caballo, que fueron noventa y siete, y ochenta ballesteros, y otros tantos escopeteros, y más de dos mil tlascaltecas, y metimos mucha artillería; y fue nuestra entrada en México día del señor San Juan de junio de mil quinientos veinte años; fue nuestra salida huyendo a diez del mes de julio del dicho año; y fue esta nombrada batalla de Otumba a catorce del mes de julio. […] quiero dar otra cuenta, qué tantos nos mataron así en México como en puentes y calzadas, como en todos los encuentros y en este de Otumba, y los que mataron por los caminos; digo que en obra de cinco días fueron muertos y sacrificados sobre ochocientos sesenta soldados, con setenta y dos que mataron en un pueblo que se dice Tustepeque, y a cinco mujeres de Castilla; y estos que mataron en Tustepeque eran de los de Narváez; y mataron, además, sobre mil y doscientos tlaxcaltecas.

PERSEGUIDOS

El nuevo emperador azteca, Cuitláhuac, que había sucedido a Moctezuma, decidió perseguir al resto del ejército de Cortés y destruirlo antes de que pudiera recuperarse en tierras de sus aliados tlaxcaltecas. Una multitud de 40.000 guerreros, que mandaba el sumo sacerdote (ciuacoatl), alcanzó a la tropa de Cortés en los llanos de Otumba, situados un poco al norte de Teotihuacan.

Era el 14 de julio y los aztecas estaban deseosos de capturar más prisioneros para los sacrificios rituales. Esta vez daban por seguro que los extraños invasores expulsados de Tenochtitlan, armados de espadas y protegidos por yelmos y rodelas, serían exterminados. El cronista y soldado Juan González Ponce de León, hijo del descubridor de La Florida, comentó que «había más indios que yerbas en el campo». Los exploradores de la menguada tropa hispana vieron la enorme masa de guerreros indios que se acercaba para cerrarles el paso y se lo comunicaron a Cortés, como relata Díaz del Castillo, que data la batalla el 14 de julio, aunque la fecha exacta debió de ser seis días antes: […] y poco más de una legua de allí, en un llano, ya que creíamos ir en salvo, vuelven nuestros corredores del campo que iban descubriendo y dicen que están los campos llenos de guerreros mexicanos aguardándonos; y cuando lo oímos, bien que teníamos temor, pero no para desmayar ni dejar de encontrarnos con ellos y pelear hasta morir.  (si  Dios  es servido, continuará).

 

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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