Batalla de Nördlingen: la tumba sueca. (1634). 2  

Por Carlos de Bustamante

(Fernando de España y Fernando de Hungría tras su victoria en Nordlingen. Cornelius Schut, 1635.)

Aunque con algunas reticencias, España se vio envuelta desde el principio en la descomunal pugna de la guerra de los Treinta Años. Madrid consideró que era obligado decantarse con armas y dinero en favor de la Casa de Austria, no solo por vinculación dinástica, sino también por motivaciones religiosas y políticas. Tanto es sí en las religiosas, que la memoria histórica que vengo narrando de la mano de Fernando Martínez Laínez enseña que Europa es, en gran medida, una creación de la Iglesia católica. Cristianismo procedente habitualmente de España hasta la irrupción del comunismo ateo.

Además, una derrota aplastante del Imperio habría dejado a España aislada en Europa, donde mantenía importantes posesiones, y bloqueado sus vías de comunicación terrestres (el denominado «Camino Español») que le permitían continuar luchando en Flandes.

Para España, pues, el destino de ambas contiendas, en Alemania y en los Países Bajos, estaba profundamente relacionado y la situación había empeorado desde la entrada en liza del poderoso ejército sueco de Gustavo Adolfo. Tras una serie de resonantes victorias, las tropas suecas habían penetrado en el sur de Alemania y ocupado Múnich, y desde allí se proponían continuar avanzando hasta el corazón de Austria, una amenaza que no había desaparecido con la muerte de Gustavo Adolfo en la batalla de Lützen (1632), en la que los nórdicos quedaron también vencedores. Aunque había muerto su rey y jefe militar, el ejército sueco continuaba invicto, apoyado por los príncipes protestantes alemanes de Sajonia, Brandenburgo, Franconia, Suabia y el Alto Rin, que formaban la Liga de Heilbronn.

El avance en el sur de Alemania de suecos y sajones, estos últimos al mando del príncipe elector Bernardo de Sajonía-Weimar, colocaba al ejército imperial al borde del desastre.

La insostenible situación forzó a España a movilizar un poderoso ejército expedicionario para acudir en ayuda del Imperio y el bando alemán católico. Pero la tarea de esta fuerza no terminaba ahí. Después de combatir en Alemania debía proseguir su marcha hasta Flandes, para iniciar una ofensiva en profundidad contra los focos rebeldes que tenazmente seguían combatiendo contra España.

LA APROXIMACIÓN

El ejército expedicionario español que salió de Milán integraba una formidable fuerza compuesta por unos 14.000 infantes, 3.000 soldados de caballería y 500 arcabuceros montados (dragones); pero Fernando de Austria no pudo dar la orden de marcha hasta el 23 de junio. Ese año el invierno había sido muy crudo, y la nieve tardó en dejar abiertos los pasos de los Alpes que debían atravesar las tropas. Cerrado, como se ha dicho, el «Camino Español», el cardenal-infante siguió la ruta alternativa que pasaba por Austria, a través de la Valtelina y el Tirol. El avance resultó mucho peor de lo imaginado, porque la nieve persistía en los caminos y los hacía casi intransitables. El frío y las avalanchas causaron estragos en la tropa. La comida escaseaba y muchas veces los soldados debían dormir al raso, sobre el suelo empapado. En esas condiciones, la llegada a Innsbruck, en Austria, fue una bendición. Allí, la intendencia funcionó bien. Los soldados recibieron ropa y calzado nuevos, y pudieron descansar durante varios días y recibir las pagas adeudadas, lo cual mejoró mucho su moral combativa.

Desde Innsbruck, el ejército de Fernando de Austria se internó en Alemania y, tras liberar a la sitiada ciudad de Regensburg y ocupar Donauwörth, llegó a Múnich el 24 de agosto, y prosiguió luego hasta Nördlingen, donde se unió a la fuerza imperial de Fernando de Hungría. El total lo formaban unos 6.000 soldados de a pie, 9.500 jinetes y 32 piezas de artillería. Un ejército que llegó el 2 de septiembre de 1634 a Nördlingen, plaza fuerte defendida por una guarnición protestante y sitiada por Fernando de Hungría.

Las fuerzas hispano-imperiales superaban entonces los 30.000 hombres, de los cuales unos 20.000 eran de infantería, con 32 cañones. En esta fuerza se contaban dos tercios viejos españoles, que mandaban Idiáquez y Fuenclara; cuatro napolitanos, encabezados por los maestres Torrecusa, San Severo, Toralto y Cárdenas; y tres de Lombardía, mandados por Paniguerola, Guasco y Lunato. Además, había dos regimientos alemanes de infantería bisoños (el de Salm y el de Würmser), aunque sus jefes eran veteranos acreditados. La caballería contaba con varios miles de excelentes jinetes, croatas en su mayor parte.

El mando de las tropas hispano-imperiales se repartió entre el marqués de Leganés y Matthias Gallas. El primero dirigía a las tropas españolas y el segundo, al resto.

El ejército protestante, entretanto, tampoco había estado inactivo. La fuerza combinada del mariscal sueco Gustav Karlsson Horn y de Bernardo de Sajonia-Weimar —unos 16.300 infantes, 9.300 soldados de caballería y 54 piezas de artillería— se agrupó en torno a la ciudad de Ulm, pero no pudo impedir la caída de Donauwörth. Su núcleo principal lo componía la infantería sueca, en la que participaban finlandeses, livonios y lapones. Una tropa dura y orgullosa, bien organizada y dirigida, que había asimilado a la perfección las innovadoras tácticas de Gustavo Adolfo y que recorría invicta Alemania desde hacía cuatro años. Los soldados de Horn y del elector de Sajonia alcanzaron las cercanías de Nördlingen el 5 de septiembre, con intención de obligar a los hispano-imperiales a presentar batalla, y se lanzaron sin dilación contra las posiciones católicas, extendidas en una línea entre Nördlingen y la estratégica colina de Albuch.

 

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Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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