Por Carlos de Bustamante
(Blas de Lezo y Olavarrieta)
Ciertamente que, hasta ahora, han `pintados bastos` para las tropas españolas y sus mandos de guarnición en Cartagena de Indias. Es justo resaltar en su descargo que jamás habían surcado los mares flota alguna como la inglesa decidida, con una superioridad absoluta, para dar `la puntilla` al poderío español y sus riquezas en el Nuevo Mundo: las Américas. Pero, ¡ojo!, que, como en un edificio imponente en construcción, no son tan importantes las primeras piedras, sino las últimas, así en Cartagena de Indias. O parafraseando a un santo de nuestros días: Comenzar es de muchos; acabar, de pocos, y entre estos pocos hemos de estar los que procuramos comportarnos como hijos de Dios. No sé si llegaron a tanto el virrey Eslava y el almirante Blas de Lezo. Seguid mis amigos que `la cosa se pone al rojo vivo. `
El 20 de abril, a las cuatro de la mañana, 3.500 soldados ingleses escogidos, infantes y granaderos, se lanzaron contra el castillo de San Felipe. Fueron rechazados con tiro de fusil por los defensores, reforzados con una compañía de infantería y milicias del coronel Navarrete, que salieron de la fortaleza y contraatacaron a bayoneta calada. Los atacantes huyeron y dejaron 450 muertos en el campo y unos 100 hombres malheridos, entre ellos cinco oficiales. Los heridos ingleses fueron llevados al hospital de la ciudad, donde se les cuidó y asistió «con mucha caridad». Algunos —relata el diario oficial del mando español— pidieron ser bautizados por los sacerdotes que había en el centro hospitalario. Ante la crítica situación por el elevado número de bajas, los ingleses pidieron al virrey una tregua para recoger a sus muertos y heridos. Eslava contestó que les entregaría los muertos en el parapeto que designasen, pero no los heridos, que estaban siendo perfectamente atendidos en los hospitales de Cartagena. Al día siguiente, Vernon solicitó un canje de prisioneros que debía efectuarse el día 30, a lo que el virrey accedió.
Pese a estos gestos humanitarios, la lucha se recrudeció. Los días 22 y 23 de abril los británicos cañonearon la ciudad y el barrio de Getsemaní, separado del principal núcleo urbano por un canal. El día 24, Vernon atacó el fuerte de Manzanillo, que resistía completamente rodeado de enemigos. El fuerte estaba defendido por el capitán de milicias Baltasar de Ortega con 24 hombres del país y el enemigo no consiguió ocuparlo, pese al intenso cañoneo de los navíos de línea ingleses. Cuando se produjo el ataque de la infantería enemiga, los defensores dispararon con artillería cargada de metralla y en un momento mataron a 200 asaltantes. El resto, desmoralizado, ya no quiso exponerse.
El 30 de abril se realizó el canje de prisioneros. Devuelto a las filas españolas, el alférez de ingenieros Juan Ordigoisti, oficial del Galicia, dijo al virrey que en los combates por el castillo de San Felipe los británicos habían sufrido 1.500 bajas, entre ellas «la flor de sus oficiales», y que en Boca Chica habían perdido otros 700 hombres, a los que había que añadir más de 2.500 que habían caído enfermos.
RETIRADA
Poco después, los ingleses empezaron a dar señales de retirada y se dedicaron a demoler el castillo de Cruz Grande, a la entrada de la bahía interior, y el de San Luis de Boca Chica. Vernon proyectaba todavía un ataque final a San Felipe, pero las tropas británicas se negaron a obedecer a sus oficiales y fueron fusilados más de 50 soldados.
Según un diario del sitio, de autor anónimo, los españoles tuvieron enseguida conocimiento por un desertor de la renuncia definitiva de los británicos a la lucha. Por él supieron que el enemigo había embarcado el tren de artillería, al que seguirían los morteros y la tropa el día 25 de abril.
Esta retirada se había determinado, porque el día 23 habiendo formado su gente, preguntó esta donde los llevaban y díjoles [el Mando] que a dar nuevo asalto al castillo de San Lázaro echaron todas las armas al suelo diciendo que no lo harían si no le desmontaban primero su artillería, pues ya habían visto los muchos que habían muerto con más de 800 heridos, por lo que había determinado su comandante embarcarlos antes de mayor rebelión. A partir del día 8 de mayo, la escuadra inglesa inició la definitiva retirada en varios convoyes, dejando detrás cinco navíos incendiados. Según escribe Juan Manuel Zapatero: El rastro que iban dejando esas embarcaciones era espantoso, a centenares flotaban hinchados y pestilentes los cadáveres de los que encontraron la muerte o en los combates o a consecuencia de las fiebres carceleras o del vómito negro.
Los muertos ingleses fueron más de 6.000 y la cifra de heridos, desaparecidos y desertores superó seguramente esta cifra. Algunas relaciones contemporáneas dan la cifra de 9.000 hombres de Vernon muertos en acciones de guerra o epidemias. Y el doctor Lind, coetáneo de esos hechos, eleva a 11.000 las bajas. Pero el virrey Eslava las reduce a «más de 4.000 hombres de resulta de las enfermedades y de los combates de mar y tierra». En lo que todos los autores coinciden es en el escaso número de bajas españolas, que cifran entre 200 y 300, lo que da aun mayor relieve a la victoria de Lezo y Eslava. El 20 de mayo por la mañana, la batalla había terminado con la salida del último barco inglés hacia mar abierto, y la bahía Exterior quedó inundada de cuerpos muertos que contagiaban la peste a la ciudad. La maltrecha escuadra de Vernon, cargada de moribundos, puso rumbo a Jamaica, mientras Cartagena, afligida, hacía recuento de bajas y se disponía a restaurar sus destruidos baluartes.
Un escueto bando oficial daba cuenta del cañoneo sufrido: Las bombas que nos han echado en la ciudad y castillos han sido 8.000 y 28.000 cañonazos de todos los calibres, y se han respondido de nuestra parte 9.500 cañonazos. Según los datos consignados en el diario de Blas de Lezo, que recoge el historiador naval Fernández Duro, los británicos perdieron por combate y enfermedades 9.000 hombres; tuvieron que incendiar seis navíos y otros 17 quedaron con necesidad de grandes reparaciones para poder servir. Es decir, experimentaron un desastre disculpado por sus generales con la imprevisión de otros, con la desavenencia entre sí, con la indisciplina de los soldados, con el clima, con las enfermedades; eterna historia de los malos sucesos