Imagínense la escena. Una ‘cocina’ de empresa. Dos hombres jóvenes con aspecto de ejecutivos -impolutas camisas blancas, corbatas perfectas- sentados juntos a la mesa. Uno es negro y el otro, de aire aniñado, blanco. El negro está comiendo una bolsa de doritos mientras el jovencito lo mira con ansia infinita. El negro apura los doritos, vaciando los restos de la bolsa directamente en la boca, y el blanco le pregunta: «¿Vas a acabártelos?» «Lo siento, ya no quedan», responde el otro. A lo que el jovenzuelo, mirándolo tiernamente a los ojos, replica modoso: «No es cierto. Te has dejado la mejor parte». Y de pronto, en un impulso irrefrenable, le aferra al negro su muñeca izquierda con ambas manos y, de un golpe, se introduce su dedo índice en la boca, mamándolo con delectación mientras pone los ojos en blanco. «¡Ummm, queso! Me encantan los doritos», concluye el fulano después de la mamada.
No me negaran que es un anuncio especialmente zafio y denigrante. Tanto, que sus ‘creativos’ se lo pensaron mucho antes de llevarlo a efecto. Desde luego no es casual que la pareja sea homosexual -del mismo sexo quiero decir, no sean mal pensados- o que el mamón sea blanco y no negro.
¿Se imaginan que la pareja hubiera sido heterosexual –de distinto sexo, digo- y que la mamona fuera la chica? Al grito de «No con nuestro coño», las feministas hubieran incendiado las redes. Inmediatamente después habrían okupado calles, periódicos, radios y televisiones exigiendo la retirada inmediata de un anuncio tan ofensivo a la dignidad de la mujer; tan machista, repugnante e injurioso. Y, finalmente, habrían clamado por la fulminante dimisión del director de la cadena, severísimas sanciones económicas para el fabricante y un castigo ejemplar para los autores, colaboradores y cómplices del engendro. Los exabruptos, gritos y amenazas de Carmen Calvo -no bonita, no-, ministra de Igualdad en funciones del Reino de España, se habrían oído hasta en Pernambuco.
¿Se imaginan que la pareja hubiera sido heterosexual y que la mamona fuera la chica? Al grito de «No con nuestro coño», las feministas hubieran incendiado las redes.
Incluso Pedro Sánchez, el advenedizo presidente de Gobierno en funciones -tan rojo y feminista él, según se autodefine-, lo habría proclamado en la mismísima Asamblea General de la ONU. Como ha hecho hace unos días, anunciando al mundo la exhumación de los restos del cadáver de Franco, después de 44 años muerto. Un acto heroico.
Conforme a la premeditada corrección política de los creativos de PepsiCo -fabricante de doritos- tampoco hubiera sido posible que el hombre negro fuera el autor de la mamada. Hubiera sido un acto de racismo intolerable. Una humillación a la población de origen afroamericano imposible de asumir. ¡Un negro mamando un dedo a un blanco! ¿Cómo era posible? Habría habido hasta revueltas raciales. Eso, sin contar con la provocación insoportable de ver cómo un blanco gozoso se hartaba de doritos mientras que el humilde negro que tenía al lado se tenía que resignar con mirarlo, sin un miserable dorito que llevarse a la boca. Sólo quedaba, por tanto, una alternativa. Que la pareja fuera de hombres y que el mamón fuera el blanco. Elemental, querido Watson.
No obstante, por encima de matices, el anuncio es vomitivo; aunque los creativos publicitarios hayan vuelto a conseguir sus objetivos -que se vea el anuncio en Europa- después que en EE.UU. se prohibiera otro similar, aunque allí la protagonista era una cheerleader que arremetía a lametazos contra un tipo indefenso que comía doritos, tranquilamente sentado en un banco del Central Park, en Manhattan.
En todo caso, hay que recordar a esos publicistas, a la empresa a la que sirven -PepsiCo (USA)- y a nuestra Administración que lo permite, el artículo 3 de la Ley General de Publicidad 34/1998: «Puede ser contemplada como publicidad ilícita la publicidad engañosa, desleal (por provocar el descrédito, denigración o menosprecio directo o indirecto de una persona o empresa) y la publicidad que atente contra la dignidad de la persona, o vulnere los valores y derechos reconocidos en la Constitución».