IX Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE) Cádiz 2023: “lengua española, mestizaje e interculturalidad

Juan Carlos Chirinos: “La dictadura chavomadurista no ha logrado acobardarme ni reblandecer mis posturas”

Juan Carlos Chirinos
Juan Carlos Chirinos

Novelista, cuentista, biógrafo, el venezolano Juan Carlos Chirinos paladea la lengua española como heredero de la gran tradición de las letras hispanoamericanas, que salpimenta con ironía y el humor cervantinos. Practica la salutífera bohemia y bebe de todas las fuentes, las clásicas y las más mundanas, para dar a la luz excelentes novelas como su último libro, Renacen las sombras (La Huerta Grande). Hablamos con él aprovechando un momento tras su exitosa intervención en la mesa “Exilios y literatura intercultural” del Congreso Internacional de la Lengua Española, que acaba de cerrar sus puertas gaditanas y universales a la vez. Después, Chirinos s se pierde por entre las callejas, puntas y regueras de piedra centenaria… y renace en las sombras.

1.300 participantes entre ponentes, inscritos, invitados, periodistas y autoridades han intercambiado impresiones sobre nuestro idioma común. Ha sido, además, el primero retransmitido íntegramente por internet, que ha permitido a personas de 70 países de todo el mundo seguir de manera presencial o digital el desarrollo de los 57 sesiones plenarias y planes temáticos celebrados desde el pasado lunes.

¿Es usted un niño malo que cuenta hasta cien y por la noche renace como las sombras en forma de búho?

Sinceramente, yo soy gato, pero no tengo ningún problema en ser malo, búho o lo que surja, porque mi profesión me obliga a la metamorfosis: un escritor, cuando empieza, es materia amorfa hasta que encuentra la voz que lo guiará por la página que poco a poco se llena de palabras con sentido. Pero cuando acaba de escribir, el escritor vuelve a su forma primigenia o esencial que, en mi caso, como te he dicho, es gato. La sombra y los búhos son tentadoras, pero no lo suficiente como para abandonar el reino absoluto de Bastet.

Juan Carlos Chirinos

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¿Qué le ocurre a usted con Alejandro Magno y su madre (la de Alejandro, no la suya)?

Muy simple: la primera biografía que leí en mi vida, tal vez con 8 o 9 años, fue Alejandro Magno, de Joseph Lacier, un libro cuya portada puedo recuperar gracias a las bondades de Internet. Me impresionó tanto en su momento y me gustaban tanto las ilustraciones con que viene «enriquecida» esa edición, que cuando en 2000 una editorial me ofreció escribir biografías para jóvenes no lo dudé un instante y me pedí a Alejandro y a Albert Einstein, que es otra de mis querencias biográficas. De la vida de Alejandro a escribir la vida de su tremebunda madre, Olimpia u Olimpíade, solo dista otra editorial que me pidiera una biografía de una mujer: y así fue como en 2003 o 2004, me parece, me embarqué en esa empresa que solo me ha dado alegrías.

¿Qué le ocurre a un hispanohablante de Venezuela cuando llega a la Salamanca del castellano de fray Luis de León? ¿Qué cambios notó a nivel lingüístico?

De mi país ya venía con la convicción de que ningún hablante de una lengua posee el monopolio de eso horrendo que llaman «corrección lingüística»; digo horrendo en el sentido de que es muy feo pensar que la tuya es la manera buena de hablar, olvidando que son los hablantes quienes deciden hacia dónde ha de ir la manera de comunicarse con los demás. Por lo tanto, no hay una manera correcta y otra incorrecta de hablar; lo que pasa es que la mayoría de la gente confunde la norma con la ley. La norma se puede violar, la ley es inevitable, y si no me crees abre la ventana y lánzate al vacío para que veas qué opina de eso la ley de la gravedad. Y lo curioso que cualquiera que se lance por tu ventana, sea rey, violador o amigue se verá afectado por la tozuda opinión de la gravedad. El final del cuento es el mismo: ¡pum! Y todos espachurrados abajo, en la acera. La norma en cambio se puede ignorar.

Pues bien: cuando llegué a Salamanca tuve que adaptar mi español de Valera y Caracas al nuevo invitado a la zona lingüística de mi cerebro; y lo mismo hice cuando me mudé a Madrid. Y cada vez que hablo con un chileno, un salvadoreño o un ecuatoguineano. Todos hablamos «bien» porque es nuestra lengua materna y es materialmente imposible que un hablante nativo hable mal la lengua que usa para no morirse de hambre. Es así: el que crea que habla bien y que los demás no, no es un hablante competente, solo es otro imbécil más que estorba en el mundo.

Juan Carlos Chirinos

Juan Carlos Chirinos

Dicen que en Colombia es donde se habla mejor el español. Usted qué opina de esto. Unos pensaban que era en Valladolid, donde usted ha aprendido mucha gramática parda también… 

Creo que con lo te he dicho más arriba se contesta esta pregunta.

En el caso de Chirinos, ¿la clave de su éxito literario reside en su idiolecto —su uso particular de la lengua como escritor— o en su rico y variopinto léxico venezolano? 

El mucho o poco éxito que pueda tener mi obra no es producto de la forma como hablo o del habla que se usa en el lugar de donde provengo, sino de las horas que le he dedicado al trabajo con el lenguaje, que es un trabajo que no acaba sino el día en que nos morimos —y aún así—. Si ese éxito que me supones dependiera de mi español venezolano o de dos o tres trucos lingüísticos aprendidos a lo largo de los años, cualquier persona en mi situación podría escribir. Hay muchos escritores que supuran palabras por los dedos pero no tienen nada que decir, no saben cómo decirlo y no deberían decir nada, por el bien de todos. Pero como no se pide licencia para escribir una novela, por ejemplo, cualquier tarado que sepa sostener un lápiz o encender una computadora ya se cree con las cualidades para ser Cervantes. Incluso conozco a uno o dos que insisten en corregirle la plana al papá de todos los escritores en español, porque «ellos ya saben». Repugnantes.

Sorpréndanos con algunas de esas expresiones con las que usted suele noquear a los españoles.

«Vaya pa’que lo lama un sapo y le dé calor una rana» (es el español ‘vete a freír espárragos’); «no me vas a cortar con ese vaso de cartón» (es ‘a mí no me la das’); «cachicamo diciéndole a morrocoy: ‘¡conchúo!’» (cuando alguien señala en otro lo mismo de lo que él padece); «¿cómo sabes tú que La Guaira es lejos?» (esta pícara expresión se usa cuando alguien dice algo que se supone que no debería saber, pero lo sabe: se usa porque, según me dijeron una vez, en una época estaba de moda huir de Caracas al puerto de La Guaira donde había hotelitos en los que te podías esconder con tu amante un fin de semana sin que nadie te descubriera, y como aún no había una autopista, el viaje por la llamada «carretera vieja» hacía pensar que La Guaira estaba demasiado lejos); «ñoesumadre» (es una contracción que se usa con el mismo valor que el español ‘joder’). Y se me quedan muchas en el tintero.

Es usted aparentemente un tipo duro, pero se ha emocionado en este congreso recordando a Vicente Gerbasi (1913-1992). Ilústrenos sobre esa querencia suya.

Chico, la dictadura chavomadurista no ha logrado acobardarme ni reblandecer mis posturas, pero me ha hecho más llorón: hay temas que, apenas los toco, me quiebran algo en el pecho y no puedo hablar. Esto puede parecer divertido, incluso divertidamente interesante, pero para mí es mortalmente serio porque la comida diaria de mi mamá y su salud están involucradas, como la de tantos millones de venezolanos. Malandros como Nicolás Maduro, Diosdado Cabello o Tarek Williams Saab, el defensor del bótox —verdaderos criminales que deberían comparecer ante los jueces del tribunal de La Haya y cuyos crímenes yo jamás perdonaré—, nos han herido profundamente, nos quieren hacer creer que hemos perdido «aun demás los cuerpos e las almas», como se dice hermosamente en el Cantar de Mio Cid, y por eso lloro cuando recuerdo que desde Gerbasi, por ejemplo, los inmigrantes en Venezuela han sido amorosa y muy trabajadora parte de nuestro país; y los que una vez tuvieron un padre inmigrante, como este poeta, ahora añoran a sus nietos, los emigrantes, o los exiliados, o los que huyeron. Hemos pasado de Mi padre, el inmigrante a Mi nieto, el que se fue. Ahora mismo lloro, David, pero te juro esto: jamás nos rendiremos, jamás; lucharemos donde sea, lucharemos en las playas, en los cerros, en las calles, en las casas, en los libros y el papel. Lucharemos donde sea, donde se pueda y donde les haga daño a esos criminales. «We shall never surrender»; no, al menos, hasta que esos hijos de infausta madre dejen en paz a Venezuela y desaparezcan de nuestras vidas.

¿Cree que el exiliado hispanohablante es menos exiliado en tierra de hablantes del español?

No sé; depende de cada quién. En mi caso, España es Venezuela; y Madrid es Valera es Salamanca es Caracas.

Algunos ponentes han alertado sobre el empobrecimiento de la lengua española entre los más jóvenes. ¿Comparte esta opinión?

Resueltamente no. O, si es así, es porque hay muchísimos adultos que no han terminado de madurar y lo que merecen son dos buenas nalgadas, para que crezcan de una buena vez y se porten como lo que son, para que eduquen y guíen y dejen la lloradera.

Relacióneme lectura con riqueza idiomática.

José Antonio Ramos Sucre. Hablaba diez idiomas o más y su obra es el máximo exponente poético en español del siglo xx. Si no me crees, ve a leerlo: te quedarás de piedra. El propio Ramos Sucre escribió una vez: «Un idioma es el universo traducido a ese idioma.»

Libros escritos por hispanohablantes que nadie se debería perder y que no sean El Lazarillo, El Quijote, La Regenta ni Cien años de soledad, por favor.

Percusión, de José Balza; El amigo manso y La de Bringas, de Benito Pérez Galdós; La torre de Timón, de José Antonio Ramos Sucre; Caballito loco, de Ana María Matute; Babilonia, de Silda Cordoliani; La tarea del testigo, de Rubi Guerra; La ciudad que el diablo se llevó, de David Toscana; Odio, de José Manuel Fajardo; Velódromo de invierno, de Juan Salabert, La perla peregrina, de Carmen Posadas; El futbolista asesino, de Nicolás Melini; La chica a la que no supiste amar, de Marta Robles; Diez lunas blancas, de Phil Camino; Historia de un abrigo, de Soledad Puértolas; toda la poesía de Eugenio Montejo, de Rafael Cadenas, de Juan Sánchez Peláez, de Raúl Gómez Jattin, de María Ángeles Pérez López, de Elsa López y de Ana Rossetti; La prisionera, de Carlos Franz; Un millón de soles, de Jorge Eduardo Benavides; Hubo un jardín, de Valeria Correa Fiz; Una tarde con campanas de Juan Carlos Méndez Guédez; The night, de Rodrigo Blanco Calderón; Escarcha, de Ernesto Pérez Zúñiga; Subsuelo, de Marcelo Luján; los cuentos de Jon Bilbao; Déjalo, ya volveremos, de Esther Bendahan, y mi último gran descubrimiento: el deslumbrante Un verdor terrible, de Benjamín Labatut. Razón: aquí.

Cuarta y última jornada del IX Congreso Internacional de la Lengua Española

El IX Congreso Internacional de la Lengua ha concluido tras cuatro jornadas en las que Cádiz se ha convertido en capital mundial del español, con más de 1.300 participantes procedentes de todo el mundo hispánico, medio centenar de paneles y conferencias y un diverso programa cultural con 78 eventos paralelos repartidos por la ciudad que han contado con una muy positiva acogida del público. El encuentro ha girado alrededor de la idea del mestizaje y la interculturalidad, de la necesidad de aunar diversidad y unidad de la lengua, con una mirada especial hacia los desafíos del futuro y el papel de la inteligencia artificial.

Junto al programa académico, decenas de actividades culturales paralelas han llenado la ciudad de encuentros literarios, exposiciones, conciertos, teatro, seminarios, sin olvidar la popular cajoneada a las puertas del Gran Teatro Falla o un taller de rap en español. Este programa se ha repartido entre 18 espacios emblemáticos de Cádiz, ofrecidos por el Ayuntamiento, la Universidad de Cádiz o la Diputación Provincial.

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