Seamos capaces de quitar cargas innecesarias para caminar con soltura y ligereza por el camino de la compasión, de la entrega y del amor cristiano
(Víctor Marijuán).- Lo que escribo a continuación no es una respuesta directa a las cuestiones que se plantean en este cuestionario del Papa sobre la familia, pero considero que tiene bastante relación con el desarraigo o abandono que se da en no pocas ocasiones de creyentes respecto a la Iglesia.
Es esta una breve reflexión que parte de mi experiencia personal durante años y que sospecho que, tristemente, podría ser suscrita por, tal vez demasiadas personas.
Toda la experiencia de vida cristiana así como su repercusión en la realidad familiar requiere de un sentimiento PERSONAL y VIVENCIAL de pertenencia a la iglesia como vehículo para encontrar sentido a la vida y que tiene al Dios de Jesús como centro y referencia de vida.
Si, por la circunstancia que sea, el individuo se aparta o se sale de la iglesia, lo cual se manifiesta a través del abandono de los sacramentos, la consecuencia es que, si la vivencia personal de Dios no es profunda, se va abandonando toda referencia eclesial y se pasa a la indiferencia de lo que la iglesia proclame, cuando no a la beligerancia.
Yo tengo la convicción de que el primer paso en este alejamiento es el abandono del sacramento de la penitencia -luego hablaré de los motivos- a continuación se deja la eucaristía, con lo que se sale del «territorio físico-geográfico» de la parroquia al no asistir a las misas y, a partir de esa situación, todo es cuesta abajo.
¿Por qué tantas personas -ahora no muchas- acuden a las misas y son tan pocas las que se acercan a comulgar? ¿Por comodidad? ¿Por vergüenza? ¿Por indiferencia? En mi opinión, no. El motivo es porque la gente se siente indigna, en pecado diría yo. Hay una conciencia muy extendida de pecado. Y siempre, desde la más tierna infancia hemos oído que la comunión es para los buenos, para quienes están libres de pecado, de «pecado mortal»
Muchos cristianos se sienten, nos sentimos, en pecado. Desgraciadamente, esta conciencia de pecado está asociada, mayoritariamente al ámbito de la vida sexual, tanto en pareja como en no pareja. Siendo tantos los ámbitos y dimensiones donde la vida humana se desarrolla y donde hay abundante recorrido para la conversión y la mejora, y en los que se da por tanto la imperfección y la falta -sobre todo de omisión- la conciencia de pecado en estos mencionados ámbitos no es tan clara, al menos del llamado pecado «mortal»
Aceptando que la realidad sexual es un campo en el que en la realidad de los creyentes se da una gran inconsecuencia entre lo que establece la moral y su vida, aceptamos así mismo, que tras la trasgresión viene la ofensa a «dios», y como consecuencia la culpa y el remordimiento (vaya palabrita más gráfica; tal vez sería más acorde «automordimiento»). Para obtener la paz, entre otras cosas, hay que pasar por el confesionario a confesar, muchas veces con un conocido, unos hechos físicos o mentales, altamente sensibles y ante los que existe, casi siempre, un pudor especial en su manifestación. Este pudor se transforma en vergüenza y ésta en abandono, ante el trance de tener que pasar por el confesionario.
Esta vergüenza (el papa Francisco le llama santa vergüenza, con lo que no estoy de acuerdo) es debida a que también tenemos muy asumido, porque así se nos ha dicho una y mil veces desde ya en la infancia, que hay que manifestar al confesor la naturaleza del pecado con el mayor número de detalles. Y eso a un sacerdote, que me conoce y que quizás sea amigo. Es un trago no al alcance de todos.
Ante este supuesto, no alejado de la realidad en mi opinión, la pregunta es: ¿es necesario que la confesión sea una tortura para quien se acerca a ella? ¿Por qué no eliminar aquellos aspectos que la hacen odiosa y la apartan de la práctica de los creyentes?
Jesús no preguntaba. Perdonaba, exhortaba, orientaba y daba ánimos y con todo ello su gracia. También dijo a los apósteles que a quienes perdonaran los pecados les quedaban perdonados, pero no dijo a quienes os manifiesten los pecados se les perdonará y si no, no.
El pecado es obra del hombre, el perdón corresponde a Dios. Entre el pecado y su perdón, media el arrepentimiento. Quien reconozca su pecado y se arrepienta sin duda, irá a confesarse para recibir la gracia y la fuerza de Dios. Jesús quiso que haya un mediador -me gustaría saber por qué no estableció directamente ese perdón exclusivamente entre Dios y el hombre- pero una cosa es que el perdón venga a través de ese mediador y otra, muy distinta, que el confesor tenga que conocer la naturaleza y el detalle de la «trasgresión». Si se justifica diciendo que se trata de llevar a cabo una dirección espiritual que convenga al penitente, que sea la propia persona quien pida consejo o que tal dirección se lleve a cabo sin que necesariamente vaya vinculado a la explicitación del «pecado»
En suma, creo que haría falta reconsiderar la forma en que se lleva a cabo el sacramento conforme a las normas actuales. Creo que fue un avance lo de la confesión comunitaria cuando se hace adecuadamente. Pero al final, queda que después de la absolución comunitaria hay que pasar individualmente para recibir la absolución personal manifestando los pecados.
En relación con la bendición absolutoria. Cuando se imparte la bendición a la comunidad dentro o fuera de la eucaristía , ¿el efecto de la misma no se hace eficaz en todos y cada uno de los presentes? ¿Por qué en la confesión comunitaria no es así y exige la individualización de la misma?
Ya sé que en mi argumentación estarán ausentes cientos de criterios teológicos y que hay cosas importantes que se me escapan. Es una opinión desde la experiencia de angustia de un laico de 62 años, casado, vivida durante muchos años. Soy un antiguo escrupuloso que ha descubierto el amor misericordioso del PADRE AMOR, pero que aún hoy se encuentra bajo el peso de la ley, de la norma. Pido al Espíritu la gracia de que nuestra Iglesia y cada uno de nosotros, yo el primero, seamos capaces de quitar cargas innecesarias para caminar con soltura y ligereza por el camino de la compasión, de la entrega y del amor cristiano.
Muy unido al tema de la confesión se encuentra la reflexión que sobre el sexo expongo seguidamente.
Por qué el sexo, el placer sexual que el ser humano puede disfrutar tiene una concepción tan restrictiva por parte de la iglesia. Se dan otros placeres en la experiencia humana que ni de lejos tienen asociadas normas morales que lo coarten. ¿Por qué el relacionado con la vida sexual sí? Es más, ¿por qué el placer sexual debe limitarse a ser disfrutado vinculado al estado de vida? En el matrimonio, sí; fuera del matrimonio, no. No se entiende.
La búsqueda y disfrute de placer de cualquier orden, cuando no es obtenido a costa de terceros, debería considerado bueno y lícito. Creo que en la práctica así funciona aunque no haya norma escrita (quizá la haya). Y eso que es válido en general, ¿por qué no se puede aplicar a la dimensión sexual, independientemente del estado civil en que se esté?
Opino como muchas otras personas, creyentes y no creyentes, que la iglesia debería revisar las normas morales en relación con este tema y adoptar una postura más abierta y acorde a la realidad humana.
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