Entre dos siglos inclementes (Recordando a Delibes, en su centenario)

ENTRE DOS SIGLOS INCLEMENTES

(Recordando al maestro Miguel Delibes, 1920-2020, que vio durante toda su vida cómo se iba echando el cierre a una tierra, que resulta que era la suya, y decidió relatárnoslo magistralmente)

 

            

EL COLÉRICO, ENFURECIDO E IRACUNDO torbellino de los vientos que rodeaban la colina del castillo se dio la vuelta entre los torreones desvencijados que dominaban las vistas del pueblo y fue a darle a Millancín, el Rubio, en medio de los ojos, haciendo que los cerrase de golpe, por el topetazo gélido de los fríos. Millancín, el Rubio, los había sentido como magullados por los agudos aguijones del helado invierno, esas espinas sin cuerpo que venían cabalgando en las ventiscas de su pueblo para clavarse en la carne que encontrasen como puyas afiladas y punzantes. Eran los glaciales bóreas y aquilones de su pueblo, que ya le habían enrojecido ese año las orejas y se las habían llenado de hinchados sabañones, así como también todos los anteriores, desde que él tenía memoria.

Millancín, el Rubio, sabía que de los sabañones no había forma de librarse ni  de protegerse, aunque se ajustara bien la pelliza de cuero y el capuchón de lana con que se protegía cabeza, cara y cuello. Ni siquiera servía de abrigo contra ellos el calor de la lumbre y al cobijo de las brasas de la chimenea donde su madre ponía sus pucheros y calderos.

Al contrario, allí, junto a los tizones y las ascuas, es donde se notaba el contraste del calor de los leños ardiendo con el frescor inclemente y lacerante que traía de los campos, y entonces, al resguardo de los troncos, el rápido calentamiento de su cuerpo se acompañaba con el ardor y el picor enrojecidos que le provocaban erupción y sarpullido por varias partes de su menuda corpulencia…

Pero sobre todo era en las orejas donde más notaba el sarpullido de los vientos, porque las tenía algo prominentes y huidizas, como dos velas de molino esperando el azote de las ráfagas y los ramalazos de ese zarzagán muy aterido que se gastaban los inviernos de sus montes.

 

 

El niño de los sabañones, Millancín, el Rubio, no subía por gusto al cerro del castillo los días de dura invernada, sino porque era el mayoral con mando en plaza sobre el único rabadán de la cuadrilla de uno solo que componía él mismo, sin que necesitara más humana compañía, en su soledad obligada.

El mando lo tenía sobre las quince ovejas, tres cabras y un burro que su padre le había entregado en autoridad y potestad de gobierno y jerarquía al cumplir los diez años justos, para que los cuidase y protegiese como súbditos, llevándolos de aquí para allá por los pastizales y dehesas del burgo.

Esto de “burgo”, Millancín, el Rubio, se lo había oído decir a un hombre docto que vino una vez de la capital y que había utilizado esa palabra para referirse a su pueblo o aldea, igual que también había pronunciado expresiones como “aldehuela”, “lugar” y “caserío” para referirse a su sitio. Pero a ellos, a su padre, a su madre y a él les bastaba con saber que era el municipio donde habían nacido.

Porque municipio era y tenía alcalde y pregonero, que a veces eran la misma persona, porque lo que no había en las arcas municipales era dinero ni siquiera para arreglar los caminos del pueblo y mucho menos para recomponer el castillo roquero que según decían los doctos de la capital que venían de vez en cuando admirarlo, tenía mucha historia y casi más años que piedras intactas le quedaban.

Millancín, el Rubio, respondía por cualquiera de estos dos nombres, porque su padre era Millán, el Molinero, que era una de las tareas que desempeñaba su progenitor para subsistir, además de otras funciones y oficios en los que era experto, a fuerza de tener la necesidad de ejercerlos para que la familia pudiera alimentarse. El pelo lo tenía taheño y tirando a bermejo y tamarindo, pero le llamaban el Rubio, porque era lo más parecido a eso que había entre los chicos que quedaban en el pueblo. De forma que con ese mote se quedó.

Muchas diversiones no había en la localidad, según lo que se contaba que era frecuente disponer en la ciudad, pero tenía buenos prados para las ovejas y las cabras y el burro, que era lo que más le importaba en aquellos momentos.

Y todos, las ovejas, las cabras, el burro y Millancín, el Rubio, hacían vida propia por sus alrededores del municipio hasta que el niño ganadero les recogía con piedras y con silbidos, que los animales habían aprendido a reconocer y a seguir porque sabían que eso significaba descanso y algo más de calor del que proporcionaba el campo abierto después de subir y bajar cuestas y rumiar lo que se pudiera.

Lo de rumiar lo practicaban con excelente habilidad todos los componentes del rebaño, menos el burro que no tenía necesidad de rumiar nada, sino que comía velozmente gran cantidad y variedad de hierbas y extraía de allí agua de una forma muy inteligente.

 

 

El curso anterior habían cerrado la escuela porque el número de chicos ya no era suficiente para que las autoridades de Madrid decidieran que merecía la pena seguir pagando el sueldo del maestro, que se llamaba don Facundo, y era zurdo por obligación porque el brazo diestro se lo había desmejorado la coz de una mula, muchos años atrás, cuando era mocito y aún nadie le llamaba don Facundo.

Desde entonces, a Millancín, el Rubio, se le había acabado el tiempo de aprender cosas en los libros y debía consagrarse a su oficio de zagal de ganados, al que ya se había dedicado anteriormente en vacaciones y fines de semana, pero ahora era zagal a tiempo completo y lo de los sabañones, este año, se había incrementado.

Cerrar la escuela no fue cuestión del agrado de los habitantes del pueblo que querían un futuro mejor para sus hijos, pero la emigración había causado estragos en los años y décadas anteriores y el pueblo de Millancín, el Rubio, se iba para abajo como un buque que naufragara sin hacer señales de ningún tipo ni pedir ayuda a nadie, porque sabían que era inútil e ingenuidad pensar que alguien les haría caso y les prestaría atención en su zozobra.

De hecho, hombres y mujeres del pueblo se ofrecieron para mantener la escuela impoluta y reluciente, ya fuera necesario mantener, revocar, pintar, techar, tapar grietas o limpiar suelos y paredes de todas las dependencias, pues eso son cosas de la que se encargaría el propio pueblo.

Pero desde Madrid respondieron que quedaba la cuestión del sueldo del maestro y que esos emolumentos no se podían soportar, sobre todo teniendo en cuenta que lo mismo sucedía en otros pueblos de la comarca, de la provincia y de la región. Era el momento de echar el cierre a todas las escuelas de esta tierra, y de concentrar a los alumnos que quedasen en algún centro comarcal, entre los que el pueblo de Millancín, el Rubio, no se encontraba.

 

* * *

 

 

LA NOTICIA DEL CIERRE de la escuela, que la recibieron a finales del curso anterior, cayó como una bomba por todo el pueblo, porque antes se había ido el médico y el boticario, y hasta el cura se rumoreaba que tendría que marcharse, porque le pillaba más céntrico otro de los lugares del contorno, para desde allí atender a los diversos anejos a los que salvaguardaba.

Pero de la decisión de Madrid no había forma de salvaguardarse, como don Paco, el cura, les había advertido desde el púlpito cuando fueron bastantes los feligreses que vinieron a decirle que hiciese gestiones ante las autoridades, inclusive ante el obispo de la diócesis, para ver si entre todos y la ayuda de Dios obraban el milagro.

-En la cuestión de la burocracia de Madrid, no hay modo de entrometerse, porque imaginaos lo que sería si tuvieran que abrir un Departamento o una Dirección General para resolver los prodigios extraordinarios y los portentos providenciales que les solicitaran desde un pueblo y desde otro, que a menudo serían contrapuestos a lo pedido desde el pueblo de al lado.

No lo dijo con ninguna alegría, sino con bastante tristeza y pesadumbre que les llenó a todos de tanta amargura o más de la que ya tenían al entrar aquel día a la iglesia.

-Los curas entendemos de pecados, de rezos e intenciones, y si acaso podemos entrar en cuestiones de lluvias y de sequías, y podemos bendecir todo lo que se nos ponga por delante: cosechas, casas, animales y personas de todas las edades…, pero asuntos políticos en Madrid y además de ese calado como el mantener abierta la escuela, no entran dentro de nuestras atribuciones.

Lo mismo dijo el alcalde-pregonero cuando lo intentó. Que el Gobernador Civil le había dicho que España no necesitaba tanta gente que se quejase y pusiera trabas a las decisiones del Gobierno, sino gente dispuesta a contribuir más para la grandeza de la Patria, trabajando mejor y poniendo menos pegas a lo que se les ordenase.

Entre el grupo de los compañeros de escuela de Millancín, el Rubio, también cundió el desánimo cuando lo supieron, porque aunque ya había ocurrido anteriormente en otros pueblos de la comarca, jamás creyeron que eso llegara a ocurrir en el suyo.

De forma que Daniel, el Mochuelo, se quedó mirando fijamente a don Facundo, el maestro, cuando les dio a todos la noticia de lo que pasaría el próximo curso, sin acertar a saber lo que eso significaría para las vidas de todos los alumnos.

Roque, el Moñigo, que para eso era el más fuerte en lo físico y también el más adelantado en otras cuestiones, se limitó a encogerse de hombros y comenzó a pensar que podría ponerse a trabajar más horas en la fragua de su padre, ya que caballerías y bestias siempre habría en el pueblo, y todas ellas iban a necesitar pasarse por la herrería para que allí les echasen un remiendo.

Germán, el Tiñoso, no dijo ni  hizo nada, porque para eso era esmirriado, enclenque y pálido, hijo de Andrés, el zapatero, el hombre que de perfil era invisible, y a Germán, el Tiñoso, casi tampoco se le veía ni siquiera de frente o desde atrás, porque ciertamente no se prodigaba en eso de hablar o manifestarse en ningún sentido.

La Mariuca-uca sí que preguntó varias cuestiones al maestro, a la que éste dio y soltó tan tremenda noticia, pero Millancín, el Rubio, no prestó atención a lo que decía, porque la Mariuca-uca, cansada de recibir negativas de todos los muchachos a los que se dirigía, ahora la había tomado con Millancín, el Rubio, y eso es algo que el chaval no podía soportar y había dejado de prestarle atención.

 

 

* * *

 

DON FACUNDO, EL MAESTRO, era un hombre docto, como algunos de los que venían de la ciudad, pero además tenía cariño por el pueblo, y les contaba cosas de cuando el castillo no estaba arruinado sino que se erguía con todo su esplendor, y les hablaba también de que su pueblo, aunque muy venido a menos en las últimas décadas, no era un simple pueblo, ni siquiera una villa de las de los últimos siglos, cuando ese título se compraba y se vendía según las necesidades de financiación del rey y de sus guerras, que las tenía y muchas en los más diversos lugares…

No, la suya era una villa de las de siempre, de las cabezas de territorio con un alfoz o terreno a su alrededor y otras aldeas y caseríos que se regían por el mismo fuero territorial y que venían los días de mercado a hacer sus compras y sus transacciones, con lo que la villa respiraba prosperidad y población y no se echaba en falta nada de lo que se desease.

A Millancín, el Rubio, le sorprendía mucho eso de saber que su villa había tenido fuero propio, porque tal hecho le sonaba importantísimo y especial, tanto que sólo lo tenían otras tierras, pero jamás se le hubiera ocurrido pensar que lo tuviera la suya propia “y que fueran fuente y origen de los demás fueros”, como incidía y recalcaba el maestro, al explicarlo.

-Pero de esto ya hace tiempo, no os vayáis a pensar que fue ayer. Desde hace siglos nuestra tierra retrocede, pero nunca como en las últimas décadas o estos años centrales del siglo XX en los que nos encontramos.

Don Facundo tragó saliva el día que les dijo esto, según recordaba Millancín, el Rubio.

-Como sigamos a este ritmo, vamos a terminar la década de los sesenta con un veinte por ciento de población menos en esta provincia…

Alguien le había preguntado:

-¿Y eso es mucho, don Facundo?

-¡Imagínate si será…! Ni siquiera durante los periodos de guerra hay un veinte por ciento de bajas entre la población. ¡No desaparece tanta gente por muerte como está desapareciendo, evaporándose y aventándose en esta tierra! ¡Castilla se vacía y a nadie con mando parece que le importe!

Millancín, el Rubio, se quedó muy pensativo al oír aquello. Había escuchado hablar, poco y entre dientes, de la guerra que hubo; pero eso de que la paz fuese más lesiva, perjudicial y dañosa para la población que la propia guerra, no lo había oído nunca hasta aquel momento.

A lo que añadía don Facundo:

-Pues si eso pasa en nuestra provincia, con la capital incluida, que siempre retiene algún resto de población, imaginaos lo que pasa en nuestra comarca o en los pueblos de nuestro alrededor… La situación es para marearse, aturdirse y desplomarse.

“Marearse, aturdirse y desplomarse”, recordaba Millancín, el Rubio, que había dicho don Facundo hacía unos meses, mientras el zagal continuaba con un ojo cerrado para resguardarse del frío y con el otro vigilando la ladera del castillo, por si tenía que salir al quite de algún peligro que amenazase a su rebaño o arrear algún cantazo en dirección a cualquiera de sus componentes.

-Y eso es lo que le va a pasar a esta escuela, hijos míos, ¡que va a desplomarse!

 

 

* * *

 

POR LO DEMÁS, DON Facundo, aunque aparentaba ser severo, intransigente y estricto, como correspondía a la época, tenía un buen corazón y trataba a todos los chicos con respeto. A los más entrañables o aplicados en el estudio a veces les reunía en corro y les explicaba cosas distintas que no se atrevía a decir en el aula, por razones que no habían quedado nunca claras para Millancín, el Rubio.

Aquella mañana a los alumnos más escogidos les había dicho:

-Muchas veces hay que hacer de tripas corazón y tragarse los sentimientos, para no tentar a las fuerzas más superiores que nosotros mismos.

-¿Qué quiere decir, don Facundo? –había preguntado Millancín, el Rubio-.

-Que a Castilla no sólo la están estrujando como una esponja en lo demográfico y en lo económico, parcelas éstas en que las autoridades no cuentan con nosotros para nada desde hace siglos, si no es para perjudicarnos…

-¿Cómo puede ser eso?

-Porque nuestras autoridades no son nuestras, ni aunque sean de aquí, sino que son de los otros y responden ante los otros.

No había quedado claro lo que había querido decirles don Facundo, pero sí lo estaba que no quería continuar por ese camino. Sólo dijo…

-También la están estrujando como una esponja en sus esencias más íntimas, la están vaciando de contenido… y además por completo, hasta desangrarla y deshuesarla por dentro, después de haberla vaciado en sus moradores.

Se hizo un silencio entre los chicos que oían aquello, hasta que el maestro añadió…

-Por ejemplo, ¿sabéis que nuestra tierra fue quien descubrió todos los continentes que no estaban descubiertos, en los siglos en que nuestra comarca -y nuestro pueblo con ella- contaba en el concierto del mundo?

-¿Se refiere a que España descubrió América en 1492, don Facundo? –dijo uno de los chicos, el más listo-.

-No, no me refiero a eso… He dicho “todos los continentes que no estaban descubiertos”, que son todos menos el Viejo Mundo, Eurasia y África que en realidad es el mismo continente…

Pronunciaba despacio:

-También he dicho “descubierto” que significa encontrar, dar noticia y cartografiar…

Casi silabeando, para que se les quedara grabado lo que les decía:

-Y además he dicho “nuestra tierra”… refiriéndome a Castilla, o a Castilla y su Corona, que fue quien hizo esos descubrimientos, no las otras Coronas de España, que eran muchas otras durante el Siglo de Oro, como os he comentado que se conoce aquel tiempo en el campo de las artes.

-¿Y no fue América únicamente la descubierta, sino más continentes?

-Eso es. Todos los descubribles… Entre el XV, el XVI y el XVII, las naves de Castilla navegaron el mundo y descubrieron América en sus dos océanos, pero también desvelaron y cartografiaron la existencia de Oceanía, de Australia, de Nueva Guinea, de Nueva Zelanda y de la Antártida, convirtiendo el Pacífico en un lago castellano, en el cual la bandera de los castillos y leones ondeó sobre todas las tierras descubiertas y sobre todas las olas y tempestades.

-Pero, ¿por qué no se dicen todas esas cosas?

-La esponja prensada y apretujada a la que están vaciando en cuerpo y contenido, para que quede deshabitada tanto por fuera y como por dentro de su corteza terrestre…

“Caramba”, pensó Millancín, el Rubio, “tanto por fuera como por dentro de su corteza terrestre. ¡Eso sí que es apretujar!”

Era el papel que le habían asignado, explicó don Facundo, y se cumplía exactamente.

-No pueden tolerar una España que tenga a Castilla adentro, eso ideológicamente. En lo económico, conviene una Castilla derramada fuera de sí.

-¿A quién conviene?

-A los otros, a quienes se llenan con el contenido ideológico y humano que ella vierte… Estamos asistiendo en nuestros días al mayor trasvase de la Historia de España, y, en todos los órdenes, dentro de dicho trasvase, a Castilla le han concedido el papel de cuenca cedente…

Bajó los ojos como apesadumbrado por algo más:

-Pero esto es algo que nadie os dirá, ni las autoridades del Estado, que fomentan este papel, ni los intelectuales de derecha, que usan sus rasgos peculiares para turbios manejos al servicio del Estado, ni tampoco los de izquierda, que los usan para lo contrario, para utilizarlos contra el Estado y también, ambos, para ningunear al objeto de estudio, que no es estudiado ni apreciado por ninguna de las dos bandas de pensamiento, por ninguna.

Luego los subió, con los ojos que, aunque los tenía a punto de llorar, se le habían puesto resplandecientes:

-Castilla es una tierra grande, hermosa, variada, admirable, asombrosa y culta; pero apenas encontraréis en vuestra vida nadie que os lo diga, sino más bien lo contrario porque genera odios, rechazos y negaciones por parte de todas las instancias, ya os digo, que la usan para sus propios debates de altura, pero sin ver su realidad histórica, que es muy distinta a la que nos cuentan, ni su realidad presente, que sois vosotros y vuestras familias.

 

* * *

 

MILLANCÍN, EL RUBIO, MIENTRAS vigilaba el escaso ganado del que su padre le había dado el mando, entre los fríos del castillo y las piedras recorridas por los vientos que ululaban en torno de las vetustas almenas, estaba recordando aquellas sorprendentes palabras que don Facundo, el maestro, les había dicho a algunos elegidos, casi como en secreto, como haciendo algo prohibido por graves sanciones.

Nadie le preguntó por aquello de derecha e izquierda, ni por eso otro de las dos bandas de pensamiento, porque en el fondo la chavalería intuía que esos eran los temas prohibidos, los que nunca ni en su casa ni en la escuela se podían ni se debían tocar.

Fue el propio maestro el que continuó:

-¿Qué os parece?, ¿nunca os he hablado de la historia marinera de Castilla, verdad? ¿Sabéis por qué?

Se contestó a sí mismo:

-Porque eso no viene en el programa. Pero además ha habido muchas presiones desde el campo de la literatura y del pensamiento torticero e interesado en ello para desgarrar a Castilla de ese concepto enteramente, como si el principal representante de nuestra cultura, Miguel de Cervantes, no hubiera sido, antes que escritor ilustre, un marino que navegó y combatió en todos las costas del Mediterráneo, de una a otra punta de dos continentes…

Y para rematar su argumento, sacó un papel que tenía escrito, porque acordarse de todos esos nombres resultaba imposible, y antes de leérselo les dijo:

-Os voy a referir algunos de los marinos y exploradores de esos nuevos continentes que nacieron en las provincias del interior de Castilla, para que veáis qué grandes y famosos son algunos de ellos y cuántos más son los que sin ser tan grandes y famosos también habían nacido en algunas de las provincias del interior castellano.

-¿Sólo en provincias del interior?

-Sólo, porque si fueran tierras con costa resultaría menos raro una lista tan amplia de marinos extraordinarios.

-Díganos, don Facundo:

Y el maestro, leyendo del papel, les relató lo siguiente poniendo la voz todo lo solemne que pudo:

Algunos descubridores y exploradores de la Corona de Castilla al comienzo de la Edad Moderna nacidos en las provincias interiores de las actuales dos Castillas y León

Citemos al menos los nombres de algunos descubridores y exploradores castellanos, indicando sus provincias interiores de nacimiento, en la última década del XV y primeras décadas del XVI:

 

Alonso de Ojeda (Torrejoncillo del Rey. Cuenca), explorador de la costa norte continental de América del Sur, desde Colombia a Brasil, por lo que hay quien dice que todo el continente debería llamarse Ojedia y no América, porque Américo Vespucio era uno de los integrantes de la expedición de Ojeda, Rodrigo de Escobedo (Segovia), Luis Vázquez de Ayllón (Toledo),

 

Diego Velázquez de Cuéllar (Cuéllar, Segovia) gobernador de Cuba, que facilitó el traslado al Nuevo Mundo de numerosos de sus familiares, como por ejemplo, Juan Velázquez de León, Francisco Velázquez, Antonio Velázquez de Narváez, Diego Velázquez el Mozo, Jorge Velázquez, Alonso Velázquez, Francisco Velázquez el Corcovado, Pedro Velázquez, Antonio Velázquez, Francisco y Bernardino Velázquez, Antonio Velázquez Borrego.

 

Pánfilo de Narváez (Navalmanzano, Segovia), explorador y gobernador de La Florida, Juan de Grijalva (Cuéllar, Segovia), Gabriel de Rojas y Córdoba (Cuéllar, Segovia), Francisco Fernández de Bobadilla (Logroño), Gil González de Ávila (Ávila), Juan Ponce de León y Figueroa (Santervas de Campos, Valladolid), primer gobernador de Puerto Rico y descubridor de La Florida,

 

Pedro Arias de Ávila, llamado ´Pedrarias´ (Segovia), que exploró toda Centroamérica, partiendo de la Gobernación de la Castilla del Oro, que comprendía los actuales países de Nicaragua, Costa Rica, Panamá y parte del norte de Colombia. Francisco Fernández de Bobadilla (Medina del Campo, Valladolid) que fue enviado como juez por Isabel la Católica a la isla de La Española, actuales estados de Haití y la República Dominicana, y posteriormente fue el segundo Gobernador General de las Indias Occidentales, sucediendo al propio Cristóbal Colón.

 

Cristóbal Vaca de Castro (Izagre, León), primer Gobernador del Virreinato del Perú, por unión de las gobernaciones de Nueva Castilla y Nueva Toledo, Blasco Núñez Vela (Ávila), Capitán General de la Armada de Indias y luego primer Virrey del Perú, desde 1543.  Diego Vázquez de Cepeda (Tordesillas, Valladolid), segundo Gobernador interino del Virreinato del Perú. Pedro de Lagasca, (Navarregadilla, Ávila), tercer gobernador interino del Virreinato del Perú. Andrés de Cianca (Peñafiel, Valladolid), cuarto Gobernador interino del virreinato del Perú, hasta la llegada del segundo Virrey del Perú, Antonio de Mendoza y Pacheco.

 

Juan de Saavedra (Valparaíso de Arriba, Cuenca), descubridor de las costas orientales de América Central y fundador de Valparaíso (Chile), Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés (Madrid), militar, historiador y primer Cronista Oficial de Indias, Islas y Tierra Firme del Mar Océano de la Corona de Castilla, cuyos acontecimientos relató entre 1492 y 1549.

 

Bernal Díaz del Castillo (Medina del Campo, Valladolid), autor de la ´Historia verdadera de la conquista de la Nueva España´, en la cual el autor había participado y que escribió como respuesta a las inexactitudes que había encontrado en la ´Historia General de las Indias´ y en la “Historia de la conquista de México”, del sacerdote de Gómara (Soria), Francisco López de Gómara, el cual había viajado a Roma para ampliar sus estudios, pero nunca había cruzado el Atlántico.

 

Diego de Almagro (Almagro, Ciudad Real), a quien se considera el primer europeo que exploró Chile por un mar océano casi por completo ignoto, el Pacífico, y que por tierra se adentró hasta Bolivia, Diego de Rojas (Burgos), Juan de Grijalva (Cuéllar, Segovia), Alonso de Ávila (Ciudad Real), Diego de Ordás (Castroverde de Campos, Zamora), Francisco de Montejo (Salamanca), Francisco de Saucedo (Medina de Rioseco. Valladolid), Juan Velázquez de León (Cuéllar, Segovia),  Nuño Beltrán de Guzmán (Guadalajara), fundador de la capital homónima del Estado de Jalisco, en los Estados Unidos Mexicanos

 

Antonio de Mendoza y Pacheco (Mondéjar, Guadalajara), primer virrey de Nueva España y que, después, por su talento organizativo, fue nombrado segundo virrey del Perú, adonde llegó obviamente navegando por el océano Pacífico, Alonso de Alvarado Montaya (Secadura de Transmiera, Santander), que desde el Perú exploró por primera vez la Amazonía, siendo recibido alborozadamente por los indígenas que estaban enemistados con los incas y que fundó las primeros asentamientos españoles en la zona amazónica,

 

Alonso del Castillo Maldonado (Salamanca) y Andrés Dorrantes de Carranza (Béjar, Salamanca), que naufragaron en la costa actual de Texas en la primavera de 1529 explorando de esta manera la región del actual Galveston, Francisco de Aguirre Meneses, “el Viejo” (Talavera de la Reina, Toledo), que exploró Chile y la Argentina, Jerónimo de Alderete y Mercado (Olmedo, Valladolid),  el cual viajó hasta la región de Osorno, en la región de Los Lagos, al sur de Chile, y hasta la ciudad de Valdivia, también en el extremo sur de Chile.

 

Alonso de Ercilla y Zúñiga  (Madrid), soldado, explorador y poeta, autor que fue del poema épico “La Araucana”, tan respetuoso con la figura de los indígenas que se considera como el poema épico que narra el nacimiento de una nación, Chile, al modo en los antiguos cantos helenos y latinos narraban el surgir de sus ciudades y naciones. De hecho, fue necesario que un poeta nacido ya en Chile, Pedro de Oña, aunque su padre fuese el capitán burgalés Gabriel de Oña, redactase “Arauco domado”, para intentar equilibrar las cosas, desde el punto de vista de los propios españoles.

 

Francisco Vázquez de Coronado (Salamanca), que se adentró por muchos de los actuales estados de Estados Unidos de América y llegó al Gran Cañón del Colorado en 1540, cuando nada se sabía de ingleses ni franceses ni desde luego de USA por esos lares, sino que faltaban siglos para que por allí apareciesen. Juan Vázquez de Coronado (Salamanca), sobrino del anterior y maestro en descubrir, recorrer y comunicar entre los países de Centroamérica, donde fundó la actual ciudad costarricense de Cartago, “tiene el temple de Valladolid, buen suelo y cielo. Nombré a esta ciudad Cartago, por llamarse esta provincia deste nombre”.

 

Andrés Hurtado de Mendoza y Cañete (Cuenca), III virrey del Perú, Francisco de Villagra Velázquez (Santervás de Campos, Valladolid), explorador y gobernador de Chile en tres periodos distintos. Juan Maldonado y Ordóñez, (Barco de Ávila, Ávila, recriado en Salamanca), fundador de la gran ciudad venezolana de San Cristóbal, por donde pasa el río Torbes –en su denominación originaria, Tormes-. Ortún Velázquez de Velasco (Cuéllar, Segovia) fundador de varias municipios en el norte de Colombia y oeste de Venezuela.

 

Gonzalo Gómez de Espinosa (Espinosa de los Monteros, Burgos), que fue capitán de la nao Victoria y luego de la nao Trinidad  y almirante de la flota castellana que llegó a las Molucas a su mando, en 1521, para dar la primera Vuelta al Mundo, a la muerte de Fernando de Magallanes, en Filipinas.

 

García Jofre de Loaysa (Ciudad Real) almirante de la flota castellana que efectuó el segundo viaje a las Molucas, pasando por el Estrecho de Magallanes y surcando por segunda vez el Pacífico, en 1526. Uno de los navíos, la carabela San Lesmes, al mando del castellano de origen no bien precisado, Francisco de Hoces, fue desviada de su ruta por las tormentas y acabó descubriendo de esta forma el Cabo de Hornos y el Mar de Hoces, que es el límite más meridional entre el Atlántico y el Pacífico, y el paso más próximo hacia la Antártida.

 

Gabriel de Castilla (Palencia) que saliendo desde Valparaíso en las actuales costas chilenas partió con el encargo de llegar lo más al sur que pudiera, alcanzando de esta forma un nuevo continente, la Antártida, en situaciones tan límites de hielo, nieve y frío que estaba entonces y continúa estándolo deshabitada por la especie humana.

 

Desgajadas de la flota de Loaysa y de las siguientes expediciones castellanas por el Pacífico hubo barcos fuera de ruta que llegaron hasta Australia y Nueva Zelanda desde las primeras décadas del siglo XVI, aunque el primer viaje oficial de exploración de esas tierras partió del puerto de El Callao (Lima) a principios del XVII, al mando de Luis Váez de Torres, y exploró las islas que llamó la Austrialia, con una “i” de más en medio de la palabra, en honor de la dinastía reinante en Castilla. Después retornaron a las tierras conocidas de Manila y Filipinas, a través del estrecho de Torres, según se sigue denominando las aguas que separan Australia y Nueva Guinea.

 

Álvaro de Mendaña y Neira (Congosto, el Bierzo, León) que navegó por las partes más alejadas del océano Pacífico, descubriendo y bautizando las islas Salomón y las islas Marquesas (llamadas así por el VIII virrey del Perú, el conquense García Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete), y cuya mujer, la gallega –aunque otras fuentes la consideran limeña de nacimiento y portuguesa de ascendencia- Isabel Barreto de Castro al morir Mendaña en el descubrimiento de estas islas, tomó el mando de la expedición, arribando con ella a las Filipinas y convirtiéndose así en la primera mujer almirante de cualquier flota mundial.

 

 

* * *

 

MILLANCÍN, EL RUBIO, SEGUÍA recordando aquel día en que el maestro les había llevado aparte para abrirles su corazón como nunca lo había hecho antes.

Hablaba con tal ardor que parecía el ascua de una hoguera ardiendo sobre una pila de pasión incandescente que ascendía estremecida, conmovida y emocionadamente delante de ellos.

No había rubí ni zafiro rojo sobre la fogata y la lumbre en brasas de sus palabras que tuviese el fulgor de la voz del maestro en aquellos momentos.

No había aguamarina, gema del color del cielo sin nubes ni turquesa tan azul como el revoloteo de su verbo desatado por encima del fuego de aquella entonación cuando hablaba de los mares descubiertos y navegados por Castilla, antes de que lo hubiera hecho nadie.

No había topacio amarillo, ni ámbar redondeado, ni berilo de luz ni ópalo de fuego mil veces resplandeciente, como múltiples lados de unos soles concentrados en aquel instante para producir hervores en el agua preparada, dispuesta y presta de sus sorprendidos chiquillos oyentes, que pudiera reflejar con exactitud lo que Millancín el Rubio había experimentado en la ardentía y quemazón del discurso que estaba pronunciando su maestro ante ellos.

Tanto que, ahora que lo recordaba con las rachas de viento helado del invierno golpeándole en la orejas pese a su pelliza de cuero y su protección de lana restante, se diría que le estaban escociendo más los sabañones de su espíritu y de sentimientos, como si no fuese sólo combustión interna y frialdad exterior lo que sentía su cuerpo, sino que también tuviera sabañones su mente de arrapiezo indignado.

-Y eso que no he querido citar, porque merece capítulo aparte al santoñés Juan de la Cosa, que viajó en las dos primeras expediciones de Cristóbal Colón y luego también en la expedición de Alonso de Ojeda que exploró toda la costa norte de Sudamérica, y que cartografió el primer mapamundi de la Tierra con el Nuevo Mundo, en 1500, y que llenó todos los mares con barcos sobre los que ondeaban los pendones cuartelados de castilla, recorriendo y explorando islas, estrechos, ciudades, volcanes y mares… -les había dicho también el maestro-.

Con todo eso, el muchacho, al mirar de reojo el arruinado castillo bajo el que se guarecía y las abatidas casas del pueblo que amenazaban con desmontarse y destituirse, apretó los dientes con rabia… Y eso le ayudó a soportar con más entereza las inclemencias del tiempo, y a imaginarse todo aquello cuando había conocido periodos más acreditados, lustrosos y pudientes de los que ahora le habían tocado vivir, entre sus padecimientos y sus fríos, sin ni siquiera el consuelo de la estufa de la escuela, que servía mucho para evitar la desolación que ahora sentía.

 

 

* * *

 

CUANDO MILLANCÍN, EL RUBIO, estaba cenando con su padre y su madre, la noche de ese mismo día de sus recuerdos bajo las ruinas del castillo, fue su padre, Millán, el Molinero, quien carraspeó como para aclararse la voz, según hacía cuando iba a decir alguna cosa que merecía escucharse, y luego sintió que le decía:

-Millán, hijo. Tu madre y yo queremos decirte una cosa, esta misma noche, sin más dilaciones.

Millancín, el Rubio, se quedó muy sorprendido de que su padre le diera tratamiento de persona mayor, llamándole por su nombre de pila, sin diminutos, y más desconcertado se quedó cuando oyó que continuaba de esta forma, dándole la noticia:

-Creemos que lo mejor para ti es que te llevemos a la ciudad, a estudiar el Bachillerato.

-¿Y cómo va a ser eso, padre, si la ciudad queda lejos y vivir allí, con sus lujos y sus gastos, tiene que ser una cosa de mucho dinero?

-Hemos echado cuentas y creemos que podríamos pagar un internado, para que estuvieras atendido mientras sacabas los cursos.

-Pero eso son cuatro años de estudios, y han de ser una espuerta de cuartos.

-Lo que no puede suceder más es que porque hayan cerrado la escuela te quedes aquí en el pueblo, pasando frío por esos montes, que ahora en invierno no son para gente de tu edad y sin tener el apoyo de la estufa de la escuela.

-Y, además,  sin más futuro que el que tu padre y yo hemos tenido –terció su madre, sonriéndole con bastante acometida y fardo de pena y amargura en lo que decía-.

-Yo puedo levantarme más temprano y moler más deprisa en el molino, y sacar tiempo para llevar el ganado por los montes… Todavía valgo para bastante y además pensaré que, con eso, te evito a ti pasar por fatigas.

-Hemos pensado que vayas a la ciudad este mismo curso, aunque ya esté empezado, en cuanto pasen las fechas… Después de Reyes –concretó su madre-.

-Tienes que prepararte para ir a la ciudad. Después de las fechas, iremos a llevarte,  para que te hagas un hombre.

 

* * *

 

CON EL TIEMPO, NO sólo Millán, el Rubio, sino también todo el resto del grupo de sus amigos fueron saliendo del pueblo, que era villa de las históricas, y normalmente se marchaban con toda su familia, hacia otros lugares diversos que estaban creciendo mucho en aquellos tiempos.

La década de los sesenta apretaba fuerte, ciertamente, y para Castilla estaba siendo como la visita de una Parca inclemente, que no cesaba de guadañar cadáveres andantes a los que sólo les restaban sus recuerdos, mientras caminaban por los malos senderos que iban a dar a las primeras carreteras asfaltadas, llenas de baches, socavones y algunos parcheos.

Luego, después de pasada la capital, se llegaba a alguna carretera de las que llamaban radiales, que pasaba por una tierra de nadie que ni siquiera se acercaba a la capital de la provincia, sino que buscaba la línea más recta para que Madrid y la periferia se comunicaran rápidamente, salvando la pesada molestia de Castilla.

-Los ingenieros españoles han conseguido el difícil milagro de comunicar Madrid con la periferia que importa, que tampoco es toda, sin comunicar a Castilla, que rodea a Madrid por todas partes, y limita completamente también con la periferia que importa –les había dicho otro día don Facundo, el maestro del pueblo, en uno de sus apartes-.

Y había concluido con un extraño brillo de frustración e impotencia en los ojos:

-No es cosa fácil de conseguir, pero a fuerza de empeño y de ir dejando a bastante distancia las ciudades castellanas, tanto a derecha como a izquierda, los ingenieros españoles han logrado el prodigio, que estamos pagando muy caro, al habernos dejado incomunicados con el mundo moderno… ¡El Estado español y el BOE sabe lo que hacen, sin duda!

Daniel, el Mochuelo, acabó siguiendo el ejemplo de Millán, el Rubio, y se trasladó a la ciudad, a estudiar, quién sabe si influido por el ejemplo de Millán, el Rubio. Lo cierto es que continuaron haciendo muy buenas migas y compartieron aventuras, correrías y experiencias en la ciudad y luego también a lo largo de otros momentos de su vida.

Roque, el Moñigo, se fue para Bilbao con toda su familia, porque Paco, el herrero del pueblo, había encontrado trabajo en otras fraguas más caldeadas de las que él estaba habituado a gobernar, pero Paco, el Herrero, se acostumbró pronto a su nuevo desempeño.

La Mariuca-uca se fue para Zaragoza, primero y acabó en Madrid, donde tenía familia que la ayudó en los primeros momentos de su nueva vida urbana.

Don José, el cura fue destinado a Barcelona, a una de las nuevas parroquias que estaban surgiendo en el extrarradio de los apresurados barrios crecientes, que se expandían alocadamente y como podían.

Otros se fueron para Valencia, que, aunque pillaba algo más lejos, también estaba necesitada de sangre joven y brazos fuertes que la levantaran para ofrendar nuevas glorias a la tierra levantina.

 

* * *

 

MILLÁN, EL RUBIO, TERMINÓ el bachillerato con gran contento de sus padres, y más aún de Millán, el Molinero, que con eso pudo aflojar en el ritmo de diversos trabajos que se había impuesto. El internado, desde luego, no les había salido barato.

Con el título en la mano, Millán, el Rubio, enfiló para la provincia de Barcelona, donde un medio pariente suyo le había buscado un trabajo en un almacén de coloniales, donde supo lo que era recorrer calles, barrios y localidades desconocidas para hacer sus entregas lo más rápido que podía.

Pero, como tenía estudios, se preparó por las noches, en una pensión donde andaba alojado, para presentarse a los exámenes de ingreso en un banco… Y, a la segunda vez que lo intentaba, lo consiguió…

Así que el día que comunicó semejante acontecimiento a su padre y su madre, que seguían en el pueblo atendiendo el molino, el rebaño y sus otras tareas, el acaecimiento y la primicia causaron honda sensación en ellos, y consideraron que todos sus sacrificios no habían sido en balde, puesto que ahora su hijo trabajaría en una oficina, como las personas de mucho intelecto.

 

* * *

 

ASÍ QUE MILLÁN, EL Rubio, con esto de ser oficinista de banca, se echó alguna medio novieta por allí mismo, cosas propias de la edad, pero se acordaba mucho de su tierra y, una vez que pudo, pidió el traslado a una provincia limítrofe con la suya, que le hacía sentirse más a gusto.

Las palabras y las enseñanzas de don Facundo, el maestro de su pueblo, que antes había sido villa de las históricas, nunca se le habían olvidado.

De forma que, andando el tiempo, cuando ya se podía hablar de más cosas libremente, porque había cambiado el Régimen político en España, Millán se dijo a sí mismo que ahora se iban a poner en claro algunos puntos y a hacer justicia con las tierras que habían resultado desfavorecidas durante el Régimen anterior.

Pero, Millán, el Rubio, ya bastante crecido, vio con bastante sorpresa que en eso de las autonomías a su tierra no se le daba ningún tratamiento de nada de interés, sino que, por el contrario, tenía que ponerse a la cola de la ventanilla, como una tierra de poca relevancia.

Al final, Castilla salió escaldada por varios sitios y partes de su territorio, y todos sus pedazos ocupando los últimos lugares del grupo de territorios, lo que les daba rango a los territorios castellanos no de primacía de nada sino de pelotón de cola y furgón de los torpes, con los que se tenía más bien piedad, conmiseración y olvido que respeto.

Sí, sin duda, en España había tierras de primera en protocolo y en grado de consideración y otras cuestiones y había pelotón de los torpes, entre los que destacaban los cachitos de su tierra que habían ido centrifugando en pequeños retales, sin que se supiera muy bien por qué, ni para qué, como si el motivo no fuera otro que para debilitarla y para fastidiar.

“A lo mejor es que ha cambiado el Régimen político, pero no han cambiado las directrices económicas ni la dirección en que se orientan las leyes y decretos, esparciendo ventajas para unos y devastación para Castilla y aledaños, como siempre”, había pensado Millán, el Rubio.

 

 

* * *

 

EL TIEMPO, QUE ES lo que tiene, siguió pasando para todos. Sobre unos pasó para bien y sobre otros pasó para igual o para abajo, según ocurre siempre.

Hasta cambió el siglo y el milenio… Millán, el Rubio, tuvo familia propia y a sus hijos procuró darles, y de hecho les dio, más estudios de los que él había recibido y con su esfuerzo había alcanzado.

Lo cual no quería decir que encontrasen trabajo en un banco con tanta facilidad como él, en el fondo, lo había conseguido en su época. Porque ahora había más competencia y menos puestos de trabajo en el sector, ya que las máquinas y la informática hacían que el dinero corriese por los circuitos, sin necesidad de que lo tocara mano humana de empleado de banca alguna.

Con éstas a las que estamos, a Millán, el Rubio, le tocó una prejubilación, que en su sector eran fulminantes y en cuanto te descuidabas, porque los circuitos costaban menos que las personas humanas.

De forma que Millán, el Rubio, que conservaba la casa de sus padres, allá en su pueblo, que no era tal, sino villa de las históricas y con fuero propio -amén de fuente y origen de otros, más campanudos en nuestros días-, empezó a pasar los fines de semana en su villa histórica.

Y luego también algunas fechas del verano, porque en este tiempo en se agradecía el frescor que bajaba del cerro boscoso del castillo y se disfrutaba mucho paseando por las alamedas del río.

Cuando subía al cerro del castillo y cuando miraba el edificio de la antigua escuela, donde había probado su sabiduría y su humanidad don Facundo, el maestro que hubo en su pueblo, a veces Millán, el Rubio, recordaba una cosa que les había dicho el maestro, en uno de esos conciliábulos secretos que hacía de vez en cuando con los más cercanos de sus alumnos:

-¿Sabéis cuál es el principal enemigo de Castilla, desde hace siglo y medio o más tiempo aún?

-¿Cuál es, don Facundo?

El BOE, el Boletín Oficial del Estado, y antes de él otros tipos de Gacetas Oficiales que han existido desde el siglo XVIII y XIX.

-Y eso, ¿por qué ocurre así, don Facundo?

-Yo soy un simple maestro de pueblo. No podéis pedirme que conozca los secretos entresijos y arcanos del Estado y a quiénes sirven sus disposiciones, aunque me lo barrunto…

-¿Y qué se barrunta usted, don Facundo?

-Lo que me barrunto yo me lo sé, y lo que os aseguro es que cada vez que veáis al enorme cañón del BOE girando sobre sí mismo para encontrar un buen blanco sobre el que disparar para hacerle añicos y conseguir que salte por los aires, apartaros de Castilla, porque va a cañonear contra ella, batiéndola en toda regla y bombardeando hasta el último de sus escombros.

¡Curioso don Facundo!, ¡y cómo se acordaba Millancín, el Rubio, ahora, con lo de las autonomías de primera, de segunda y las de sin autonomía real, de aquel sabio consejo de los años 60 del siglo XX cuando rememoraba a su experto, curtido y certero maestro!

 

* * *

 

UN DÍA DE LOS que Millán, el Rubio, ya prejubilado, había decidido pasar en su villa de las históricas y con fuero, España andaba muy revolucionada en su opinión pública, porque se quería barajar de nuevo las cartas de la configuración territorial y a ver qué salía.

Millán se acordó de don Facundo, mientras seguía los debates y las controversias por la televisión y por la prensa.

-Recordad que cuando veáis el enorme cañón del BOE girando sobre sí mismo es que va a cañonear sobre y contra Castilla. Es cosa comprobada multisecularmente.

Ahora, la clase política andaba enzarzada en la bonita cuestión de contar el número de naciones que se apreciaban en España…

Habíalas, según era el parecer de uno de los sectores de la controversia, aunque nadie quería ni sabía precisar cuántas, aunque se lo preguntaban con frecuencia a las eminencias grises de la política, en sus comparecencias.

Y es que estas cosas eran deletéreas, espléndidas para los debates políticos constantes, con todos sus enredos. Si se tratara de contar los Estados históricos y reinos soberanos y con historia independiente propia y larga, ahí ya sería más fácil ponerse de acuerdo entre los historiadores, sobre todo entre quienes no quisieran abrevar y saciarse en los honores y en comederos de los pesebres públicos y otros establos y cuadras aparentemente de carácter privado.

Lo de la nación ya se prestaba a más barullo, que es donde se mueve más a gusto la clase política, aunque la verdad es que cuanto más nación se consiguiera que se recubriera la piel de un territorio, mejor le iban las cosas a los dirigentes de ese lugar y al lugar mismo, por aquello del cañón del BOE, que podía disparar regalías y provechos sobre quien le diera la gana…

Un día, un señor muy simpático de uno de los partidos de los de las naciones, que siempre acudía a pronunciar sus discursos ante sus compañeros de partido, en medio de ritmos psicodélicos, que bailaba frenéticamente como si estuviera sufriendo terribles convulsiones eléctricas, se puso más didáctico que nunca y enumeró el número de las naciones de España.

En realidad, los políticos nunca decían “didáctico”, sino “pedagógicos”, y la expresión podía tener su punto de malicia, porque quizá fuera cierto que tomaban al auditorio popular por niños chicos.

La noticia había saltado a todos los telediarios del día anterior y había sido desmenuzada, propalada y difundida por todas las tertulias televisivas y radiofónicas del Estado constitucional, esa Ley de Leyes a la que casi nadie prestaba atención desde hace bastante tiempo, si es que alguna vez se le había hecho caso alguno.

“Quizá no”, pensó Millán, el Rubio “quizá siempre ha sido seguir el baile al que nos ha obligado a danzar  el cañón de BOE, según apuntase hacia donde quisiere, con el cargamento de munición buena o mala que le apeteciere en cada caso. También podría ser eso lo que nos ha movido a todos en nuestra vida, y también a mí en la mía”.

Aquel día tocaba que la prensa escrita desmenuzase y propagase más las ocurrencias de aquel señor tan bailón y tan redondo que sin embargo se movía electrizada y electrizantemente, al acceder y al estar en el estrado de  los congresos de sus compañeros, ante el general regocijo de éstos.

 

* * *

 

DE FORMA QUE MILLÁN, el Rubio, subió la cuesta del castillo, como hacía cincuenta años atrás era su costumbre, y esta vez lo hizo con el periódico del día, para leerlo a la fresca del otero, disfrutando del aire veraniego y de las vistas.

Millán, el Rubio, se puso a leer el periódico y cuando llegó a la relación de naciones de España que había efectuado el bailarín eléctrico ante los micrófonos de la propaganda publicitaria y política, para el adoctrinamiento de las masas, comprobó que el electrizado y electrizante señor iba ya por nueve o diez ocurrencias y naciones, y no parecía que hubiese terminado en su gestación de prontos graciosos y golpes de humor dichos muy seriamente, y como a lo sesudo, al respecto de las naciones que veía en España…

En resumen, y para no perder tiempo en salidas de muy escaso o nulo ingenio ni fundamento perceptible. Según el discurso oficial de aquel señor, tan aplaudido y celebrado por todos sus conmilitones llegados desde todos los puntos de España y del Gobierno, era nación… ¡todo lo que no fuese Castilla y sus pedacitos despedazados de ella misma, desde hacía ya casi las cuatro décadas, para ponerlas al final  de lo más postremo, de lo más postergado y de lo último!

Millán, el Rubio, cuando leyó aquellas ocurrencias del señor eléctrico con tantos micrófonos ante sus ocurrencias, se acordó de don Facundo, el maestro, del cañón del BOE que siempre que giraba sobre sí mismo y apuntaba a la misma tierra a la que batir a conveniencia, del frío que había pasado cuando niño, allí mismo, cuidando el ganado que su padre le había dado en mando, de sus compañeros de escuela, que tuvieron que salir disparados hacia distintos lugares cuando había llegado la noticia de que cerraban la escuela…

Y Millán, el Rubio, no sin cierta mueca de dolor y de rabia en el gesto, apretujó la página del periódico donde ponía eso –Castilla, apretujada por dentro y por fuera de su corteza terrestre-, y cuando ya la había transformado en una pedazo de papel arrugado y convertido en pelota redonda de papel resistente al impacto, Millán, el Rubio, le dio una patada con todas sus fuerzas a aquel conjunto de absurdos escritos y propalados sin sentido, pero difundido pregonado sobre las mentes de las oyentes y espectadores por todos los medios al alcance del poder, que eran muchos.

La bola de papel estrujado salió volando desde el cerro del castillo de la villa de las históricas de verdad, a causa de la furiosa patada que le había arreado aquel que fue niño por aquellos mismos lares, y mientras la bola de papel describía una bonita parábola por los cielos de la villa, es lo cierto que Millán, el Rubio, lloraba.

Lloraba como un pobre niño castellano que pastoreaba lo poco que le había dado en mando su padre, y que desde siempre había estado cañoneado por las leyes del BOE y abandonado a su suerte y perseguido concienzudamente. De esa manera exacta lloraba.

 

Juan Pablo Mañueco

Vídeo, algunos libros del autor:

https://www.bing.com/videos/search?q=youtube+ma%c3%b1ueco+castilla+la+mancha&view=detail&mid=A27868BE6E72D4BEACA7A27868BE6E72D4BEACA7&FORM=VIRE

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Juan Pablo Mañueco

Nacido en Madrid en 1954. Licenciado en Filosofía y Letras, sección de Literatura Hispánica, por la Universidad Complutense de Madrid

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