Retrato del artista senescente

 

RETRATO DEL ARTISTA SENESCENTE

 

 

ESTE PÁJARO DE CUENTA, pues, que según se vislumbra en la solapa de algunos de sus libros que han llegado hasta nosotros era de pelo entrecanoso, más abundante antaño -en que lució hasta contestataria melena- que en el hogaño de las regresivas carencias actuales, florecientes sólo en decaimientos y ausencias,

 

 

barbado a lo poco y recortado más bien en forma de perilla, como de escritor que se lo tiene creído lo que no pasa de pretensión y deseo, entre una color todavía atezada y oscura en el cepillo del mostacho, que ayer gustó a las damas y hoy mismo menos, y una barba que de bruna apenas si le queda algún hilacho, aunque bien proporcionado y denso, además de su antiguo recuerdo;

 

las cejas armoniosas, simétricas, equitativas, conformes y en su sitio cada una y perfectamente separadas para que claramente se vea su distancia;

 

los dedos de su frente cada vez aumentando en cardinales números mayores porque ya estaba despejada en más de cuatro o cinco, o incluso llegaba al sexto dedo de frontis, según se le iba retirando la pelambre de su sitio originario…

 

Lo cual sólo nos habla del coeficiente de su edad, porque en inteligencia era menguante como la luna cuando decrece y, según se echaba a dormir, se adormilaba sin entender casi nada de lo que ocurría en el orbe, y quedaba como anestesiado de comprensión, juicio y talento, aunque con la sede de la inteligencia o cráneo, francamente despejada, desobstruida y aclarada;

 

la su nariz recta y eminente, aunque no tanto que destacase por preponderante o superlativa, por sayona ni escriba, ni por pez espada de nada de lo que nada, ni era un elefante boca arriba, ni un Nasón latino más narizado, no era el espolón de ningún lado, ni la pirámide mayor de Egipto, sino una nariz moderada, frugal como nariz, modosa como apéndice, parca como trompa incluso cuando se sonaba…

 

Una nariz desnarigada de excesos, porque era comedida y austera como napias, mesurada de narices, prudente en el conjunto de la jeta…

 

Más bien eran unas ñatas templadas en las fraguas del canon de las narices como si todo el año fuese primavera, sin extremosidades de calor o frío de ningún tipo… Y para descripción de nariz, ya fuese bastante con lo expuesto, dada su no mayor trascendencia, escala ni alcance nasal;

 

los ojos, dos; pero menudos cuando se hizo mayor, que cuando rorro bien que le decían sus amigas a su madre, que en esto de los críos y los nenes sabían un rato largo: “qué preciosidad de hijo te ha nacido, se ve que es de cepa divina, puesto que tiene dos luceros bajo la frente como dos soles en el firmamento celeste, no vayas a creer que lo de ´cepa´ o lo de ´di-vino´, tiene algo que ver con que bebas, que todos sabemos que los únicos caldos que van contigo, son los sabrosísimos que preparas en el cocido de tus cocinas”.

 

Con lo cual su santa madre quedaba más hueca y holgada que vanidosa y engreída, que nunca lo fue en todos los días de su vida, y volvía a casa para seguir preparando los guisos y comidas que tan buena maña se daba para hacer.

 

Especialmente una croquetas de pescado que estaban ricas como masa y luego como fritura maternal de forma cilíndrica, con su mezcla de harina, leche y huevo, las cuales delicias culinarias habrían de hacer, con el tiempo, el deleite, agrado y goce de varias generaciones de aquella santa mujer;

 

por lo demás conforme se iban abreviando sus dos faros de la cara, también la vista le mermó, pero no tanto que no pudiera distinguir un buen poema de los antiguos al decadente y desdichado hoy de los bodrios que solían escribir los “poetas” modernos,

 

sin que se supiera por qué lo hacían como no fuera por ganas masoquistas de mostrar la escasez de su mundo interior y la nulidad de su ingenio;

 

las orejas, grandes y generalas, o por lo menos coronelas, capitanas en sus lóbulos amplios, y cada vez más tenientes del derecho, dos generosas brigadas para colgarse cosas entre ellas, como mascarillas de algún tipo o caretas de carnaval, y ambas aurículas espléndidas sargentas para gafas y abalorios, que no gasta, y también eficientes dos tropas de infantería para el uso auditivo, que es el más frecuente oficio de los pabellones auriculares en las banderas bilaterales desplegadas al viento propias entre la especie humana;

 

los dientes en usufructo de su función todavía, lo cual no es poco a estas alturas… Pero morder mordían de lo lindo y se clavaban y habían clavado en todo cuello grácil que se pusiera a tiro dental, como un vampiro suave, terso, sedoso, agradable, fiero y amoroso, pero férreo, pétreo, compacto y consistente, que ya no soltaba presa endentecida sin hacer mella anímica al menos en su recuerdo, siempre que fuera gollete o nuca de mujer atractiva, que, si no, para qué te vas a poner a morder nada, evidentemente;

 

y el cuello largo y grácil como quien, así por él como por su altura -que es mucha-, podría pasar por jirafa si estos esbeltos animales herbívoros rumiantes no tomasen a mal su comparación con otro congénere animal pero de la pérfida especie humana, tan carnívora y omnívora que se está comiendo el planeta mismo…

 

Y sí que se entera, ¡ya lo creo que se entera la especie humana!, pero hace como que no, y sigue fagocitando la tierra de la que surgió y a la que volverá en menos que canta un gallo, como no refrene sus apetencias autodestructivas;

 

la altura, en fin, sobresaliente, que en todas partes destacó por ella e incluso, cuando cumplió con la patria realizando el servicio militar, tuvo la picardía de agachar un poco las vértebras de su cuello para no salir el más alto de la compañía, pues ya se sabe -y si no era conocido aquí se dice- que el más alto de todos va en la primera fila, en el primero de los lugares a la derecha, según la marcha del desfile, y ha de marcar el paso y el ritmo del cuerpo expedicionario entero en las paradas militares, quedando bajo su responsabilidad que su escuadra se descuadre o no…

 

En definitiva, que todo el mundo es pelotón de cola, menos el más alto, que es cabeza rectora de la unidad militar que dirige sin que se note, lo cual es mucha responsabilidad.

 

Así que este pájaro del que hablamos agachó un poco las vértebras de su cuello, y aunque cree que era el más alto de su unidad, salió segundo, y desde este secundario lugar iba de lujo en los desfiles, sin tener otra misión que cumplir que mirar de reojo al compañero que tenía a su derecha y dejarse llevar por su guía laboriosa y agobiante, mientras el sólo se preocupaba de hacerse notar por las mocitas que contemplaban arrobadas el paso de los gallardos integrantes de los ejércitos de España;

 

las sus caderas en su sitio, y suyas propias de hueso y cartílagos natales, cuando mucho menores que él y desde luego mayores en edad ya eran seres biónicos, mitad titanio y clavos o anclajes, mitad las carnes y huesos de la antigua especie humana…

 

Con este maridaje de lo antiguo natural y lo moderno metálico, hay mucho humano ya humanoide que van haciendo un ñac, ñac al andar que indica que algo se les va oxidando por de dentro…

 

Y necesitan aceite con urgencia y que les ajusten las holguras, como los vehículos de locomoción necesitan ser untados en aceites varios y ser reparados en sus anchuras sobrevenidas para no hacer ñac, ñac, ni clong, clong, ni paf, paf, ni tlin, tlin, ni cloc, cloc, ni crus, crus, crus, ni cras, ni rrrrrrrr, ni crag, ni tantas otras onomatopeyas de malos sonidos que cada vez se oye con más frecuencia que van haciendo los humanos viandantes, como viejos automóviles que se oxidan y se huelgan;

 

los muslos, las rodillas y las piernas poderosas, formidables, vigorosas, musculadas, hercúleas, de titán, robustas como las de un sansón o, en términos más locales, como un cachas musculoso, por lo corpulentas y jayanes…

 

Pero de esto hace décadas –hay que hacer notar, matizándolo- cuando en efecto jugaba al fútbol capitaneando equipos como el Lusaka –nombre que sacó de un libro- o el Céltic –porque aquel año salió campeón de la Copa de Europa- y marcaba el muslos bellos del que hablamos unos goles de antología y fantasía, desde el medio del campo, empalando la pelota a la bolea, como alguna que otra Copa de Europa los peloteros profesionales han ganado, pero él haciendo incluso el efecto de la hoja seca que, tras superar al portero o cancerbero rival por arriba, caía al peso desde arriba para introducirse en la sorprendida meta, tras aquellos tantos de lujo y de valía…

 

Asimismo debe decirse que marcaba otros goles peores, pero también válidos, porque entraba al choque con la cabeza con la fuerza de un avispero de aguijones furiosos.

 

Por lo igual, “in illo tempore”, fue un as del salto de longitud, que sin entrenamiento ni nada volaba por los aires, a mayor altura de la cabeza que las de las dos hileras de asistentes que formaban pasillo a ambos lados de los saltadores, para verles volar sobre el foso de arena que les aguardaba.

 

Una famosa y periodística vez, llegó tan alto, tan alto que dio a la caza alcance y cuando aterrizó sobre la tierra de recepción había batido no sé cuántas plusmarcas de la comarca y provincia, hasta el punto de que salió en la sección deportiva del diario “Las Provincias” de Valencia, en foto oportuna que merece tantos elogios al fotógrafo como al atleta triunfante, que se encuentra detenido para siempre en los cielos del estadio deportivo;

 

Los pies rápidos y ligeros como los de Aquiles, el de Troya, para ganar carreras universitarias, sin haberlas preparado y sin saber muy bien qué era eso del “calentamiento” previo, que en aquellos tiempos no se estilaba…

 

Lo cual que después de ganar, ciertamente, le provocaban unos calambres notorios y duraderos, hasta de diez minutos o más, cuando las fibras musculares frías, sometidas repentinamente a la tensión máxima de la carrera, volvían a recuperar una temperatura soportable en la caldera de sus músculos, tras la parada impetuosa al entrar en meta del potro salvaje galopante que en este retrato humano se desgrana.

 

Pero todo ello, como se dice, ocurrió en décadas pasadas, como luego el tenis, la bicicleta y otras actividades, donde se defendía a lo diestro y era menos ganador a lo zurdo, porque el lado izquierdo de su cuerpo sólo le ha servido para sostenerse y ahora teme le sea útil para derrumbarse.

 

En la actualidad, practica el andar y gracias. Virgencita, virgencita que nos quedemos como estamos, que va a ser que no nos quedaremos así, pero se anhela el milagro.

 

En eso de no considerar los riesgos que entraña el ejercicio físico al límite y sin precaución ni entrenamiento nos adentramos ya en la etopeya del personaje, pues tampoco es comedido en la expresión de sus amores –algo más en la de sus odios, si los tuviere- sino que si ama una idea, una persona o una tierra que considere injustamente tratada se convierte en su paladín, valedor y defensor, como si le fuera la vida en el empeño…

 

Hasta llegar a ser su campeador cidiano más obstinado, ya que no el mejor ni el más preparado para ello, de donde le han venido muchas agujetas y coscorrones de parte del poder por hacer eso que el poder no quiere que le hagan: criticarle libremente…

 

Amén de estar apuntado en más listas negras de las que quisiese y en menos listas doradas de las que no le interesan, porque con los áureos premios que ya tiene, todos ellos ganados honestamente, se conforma, se huelga y le bastan.

 

Más diríamos en esta fase del retrato moral o etopéyico, si no fuera porque ahondar en lo profundo del ser humano es una bonita frase socrática, que también se atribuye a los siete sabios de Grecia, cuando dice aquello de “conócete” a ti mismo, pero casi imposible de cumplir sino como frase enigmática y sin contenido concreto…

 

De manera que hay que poner una señal de alto en el conocimiento de lo interior con un cartel bien grande que indique aquella otra máxima socrática que reza. “Sólo sé que no se nada”, que para ese viaje no hacía tantas alforjas filosóficas, amén que se trata de un sofisma como la copa de un pino y un error conceptual fácilmente desmontable con aquel silogismo que enseña:

 

“Sabes que sabes o sabes que no sabes, luego de todas las maneras, algo sabes, Sócrates querido”…

 

¿A qué viene salirnos con esa ambigüedad de tu primera frase y con esa falacia total de tu pensamiento viciado segundo…? ¡Etopeyas, menudo espejo de sombras a donde no llega ni el mejor TAC literario que se ensaye!”

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Juan Pablo Mañueco

Nacido en Madrid en 1954. Licenciado en Filosofía y Letras, sección de Literatura Hispánica, por la Universidad Complutense de Madrid

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