Con el amanecer se marcó un punto de inflexión en nuestra peregrinación. Atrás quedaba el Mar de Galilea. Nos dirigíamos a la esencia del Dios del Amor: Belén (nacimiento) y Jerusalén (pasión, muerte y resurrección). La paz y el sosiego de Tiberíades y Cafarnaúm darían paso a la aceleración de las pulsaciones. Aunque con escala previa. Así, los villancicos con los que iniciamos nuestro viaje en bus condujeron, tras pasar junto a la frontera con Jordania y adentrarnos en territorio cisjordano ocupado, a las ruinas de Qumrán.
Allí, en tiempos de Jesús, había un monasterio perteneciente a la secta de los esenios. En pleno desierto, permanecen los restos de sus cuevas, donde practicaban sus baños rituales, se dedicaban a la oración, practicaban el celibato y transcribían manuscritos de la Biblia (se han encontrado 80.000 fragmentos de escrituras). Ejemplo de la vitalidad de la que gozó este enclave la dan sus 1.000 sepulturas, valga el juego de palabras. Me resultó especialmente interesante imaginar la vida en el desierto de este grupo opuesto a la religiosidad oficial del judaísmo, considerando a ésta una “corrupción” de la verdadera pureza de fe.
A continuación nos dirigimos al Mar Muerto. ¿Qué es el Mar Muerto? Un agua milagrosa. Debes entrar a ella desollándote los pies por las piedras y rocas, intentando no meter media pierna en las arenas más dispersas, pero una vez que lo logras, el milagro: flotas de un modo absoluto, como a propulsión. Allí, dejar sin vida brazos y piernas equivale a yacer mirando al cielo desde la total horizontalidad. El agua, completamente aceitosa e increíblemente salada (de hecho, se recomienda que la máxima duración del baño sea de 20 minutos) esconde en su fondo un barro que dicen excelente para la piel. Así que al rato, tras flotar y flotar, ya estábamos todos cubiertos por la negritud de un barro diferente, casi como un chocolate.
Tras la bisoñez de la inocencia, la dureza de la realidad no tan lejana: Belén. Pegada a Jerusalén, se encuentra el punto en el que un día nació el Niño Dios. Imaginando lo que es en nuestros portales hogareños, con la nieve y todo eso, llegas a la verdad. Y la verdad tiene nombre de cárcel. Y a las cárceles en Oriente se llega pasando desiertos poblados en sus laderas por asentamientos de beduinos. Uno llega a Belén imaginándose en un campo tras el rastro de los pastores, oyendo el canto en epopeya de ángeles alegres. Sin embargo, nuestra referencia fue un muro. El muro con el que Israel separa lo que a su juicio es o no peligroso, para sí mismo, claro. Como ya he dicho, aparte de estas crónicas (esto no es sino oración) haré un escrito sobre mi opinión política del conflicto entre Israel y Palestina. Será, mas no ahora. Ahora sólo es la descripción, el recuerdo y la asimilación. De imágenes, de sentimientos.
Y fue demoledor entrar en una ciudad que, vecina a Jerusalén, está alejada en realidad a miles y miles de kilómetros por un vaho de oscuridad. Familias separadas. Trabajos perdidos. Controles infrahumanos. Un muro siempre es sangría, aunque busque evitar la sangre. Lo que fue Belén es hoy una ciudad árabe, bajo el control de la Autoridad Nacional Palestina y poblada por unas 40.000 personas, de mayoría islámica, siendo significativa minoría unos 6.000 cristianos. Tras las pistolas, el primer impacto llegó con una pintada que representaba a la paloma de la paz con un chaleco antibalas y una mira telescópica apuntándole al pecho. ¿Paz? ¿Dónde estará aquí, en esta tierra, lo que no es sino una palabra anhelada? ¿Existe esa paz en Belén?
Tras comer y dejar las cosas en el hotel, ya nos dimos cuenta de que estábamos en otro mundo muy diferente del Benidorm de Israel. En el hall, mucha gente de traje, mucha seguridad, mucha poli secreta. Y no tan secreta. Mari, al subir a su habitación, se topó en el pasillo con un militar con una metralleta. Más tarde sabríamos la razón. Pero eso tampoco nos ayudó a sentir menos inquietud, la verdad. Aunque pronto nos sumergimos otra vez en la atmósfera del que sigue unas huellas. Llegamos a una cueva en la que se conmemora la aparición a los pastores de los ángeles que les decían que el Señor había nacido como hombre. Allí, en su oscuridad, rezamos vísperas, besamos al Niño y cantamos villancicos. Felicidad. Los villancicos suenan muy bien en agosto si es en Belén. Y si es el ‘Gloria in excelsis Deo’, con una acústica especial y ya en el santuario, la sensación es de gozo sin fronteras.
Un simple paseo nos enseñó el orgullo de una minoría sin complejos. Me emocionó ver que todos los cristianos señalaban sus casas con imágenes de cruces o San Jorges. Un sentimiento vivo que se hizo imperecedero ante la iglesia de la Natividad. El templo cristiano más antiguo de la cristiandad. El origen de todo. El alfa, con el omega puesto en Jerusalén. Ahí al lado. Tan lejos… Y el momento en el que me rompí. Al entrar, escuchar los cánticos de los cristianos ortodoxos y dirigirnos hacia la gruta del Misterio, me emocioné. Y lloré, aunque para mí. ¿Cómo expresar lo que se siente ante el punto exacto en el que nació Jesús? Una estrella lo marca, una decoración recargada y estropeada lo disimula, pero cerrando los ojos lo ves: el establo, el buey, la mula, la Virgen, San José, el Niño. Belén. En mi casa, miniatura. Aquí, allí, un sentimiento. Que se ve, se toca y se besa. Oración, silencio y Santa Misa. Buscamos sitio ante los numerosos altares que hay en las catacumbas del edificio, pero finalmente esperamos a que concluyera una Eucaristía concelebrada por un centenar de japoneses (aunque nos dijeron que eran taiwaneses de Australia) en la parte católica, arriba. Un detalle: mientras Alberto pronunciaba su homilía cubierto con la casulla que utilizó allí Juan Pablo II en el Jubileo del año 2000, el minarete de la mezquita de enfrente llamaba a la oración a los mahometanos. Religiosidad. Almas que buscan a su Dios. Al lado, separados, ¿amigos? Ojalá. Junto a Mari besé otra vez la gruta del pesebre. Dios nació en la miseria. Siempre me gustó pensar esto. Pero estar y gustarlo ahí, in situ, es simplemente el cielo.
Aún quedaba una emoción. O dos, ya se verá. La emotiva fue en un pequeño pueblo cercano a Belén en el que los cristianos suponen el 80% de la población. Allí tuvimos un encuentro con los fieles de una parroquia católica. Para ellos, ése es su mundo. Cercados, no pueden salir de allí. Muchos jamás habían visto Jerusalén, cuando son ciudades vecinas. De ahí que vean como agua de mayo a los que van a visitarlos. Totalmente emocionados, nos saludaron uno a uno. Al entrar en la sala, el ‘Viva España’ que inmortalizó Manolo Escobar atronó. Una conga siguió a lo mejor que tenían: sus bailes, su alegría. Nos organizaron una sencilla cena, culminada con helados. Muchos eran niños. Sin hablar ni papa de español, se desenvolvían a la perfección en inglés. Fue entonces cuando me sentí mal: ellos, en una cárcel en medio de un mundo globalizado, conocen la lengua que más une. Y yo, que lo he estudiado desde el colegio, un zoquete integral. No pude hablar con ellos (sí que charlé con una voluntaria italiana) y preguntarles por su vida allí, pero afortunadamente otros lo hicieron por todos. Al final de la fiesta, su párroco, en italiano, nos contó las dificultades de su vida allí. Recalcó estos puntos: son árabes cristianos y, como minoría en un espacio ya de por sí sufriente, lo tienen muy difícil, pues además los cristianos se encuentran divididos en diferentes confesiones. Nosotros desde España les llevamos jamón, queso y vino. Y nuestro recuerdo. Después de una canción en comunión en su preciosa iglesia (la Virgen se debió sentir feliz al ver cómo a la vez le era cantado en árabe y castellano), todos ellos salieron a la calle a decirnos adiós. Entre risas, las niñas incluso hacían amago de venirse con nosotros en el bus. No pude evitar pensar que tras la risa, allí quedaban. Sin futuro, sin salida. Aunque, aparte de la oración y el recuerdo por siempre, ojalá salga adelante el proyecto de Paolo de traerlos a la JMJ de 2011 en Madrid. Eso sí que haría sonreír a Aquél que nació en Belén. Desde aquí, desde la pequeñez de este blog, ya hago un llamamiento a voluntarios que puedan ayudar a cumplir un sueño puro.
La última sorpresa llegó cuando ya en el hotel supimos la causa de tanta seguridad. Esos días estaba teniendo lugar en Belén el VI Congreso de Al Fatah, el partido gobernante en Cisjordania al ejercer el control sobre la Autoridad Nacional Palestina. Y, por si fuera poco, los jerifaltes del partido estaban reunidos ¡en nuestro hotel! Se trataba de una ocasión histórica, pues el anterior congreso tuvo lugar en 1989, y además de él salió la nueva dirección del partido, siendo reelegido Mahmud Abbas como presidente. Incrédulo, ya por la noche, veía pasar a ampulosos personajes que se bajaban de su jeep y se saludaban efusivamente con sus compañeros. Copa de ron en mano, salí un momento a la puerta. La presencia de varias personas mirándome en el interior de sus coches me animó a volverme. Se notaban demasiadas suspicacias. Uno se imaginaba en medio de una película de gangsters en la que si uno hacía saltar el chispazo de un disparo, miles y miles de revólveres enloquecerían en una danza alocada.
Sonriendo, ya en la habitación, con Juanpa ‘el Tiburón’ y Paolo ‘el Joyita’ adormilados, miré por primera y última vez la estampa de un Belén noctámbulo que esa ventana me ofrecía. Esperé encontrarme con la luz de adornos navideños (allí los mantienen todo el año; al fin y al cabo disfrutan de la patente original). Pero no vi ningún pesebre acogiendo a un bebé. Lo único que había era gente colocando una pancarta de Yasser Arafat.
MIGUEL ÁNGEL MALAVIA