La Hora de la Verdad

Miguel Ángel Malavia

San Unamuno y el cristianismo socialista

Sigo con mis comentarios sobre San Unamuno. En este caso con una selección de textos de 1894, cuando el pensador bilbaíno dio el paso de afiliarse al entonces naciente Partido Socialista Obrero Español. Es increíble comprobar cómo, hace más de un siglo, ya abordó cuestiones que hoy en día están de plena actualidad. Con la diferencia de que entonces, lógicamente, se desconocía en qué modo evolucionarían las ideologías que en aquellos años de crisis del modelo liberal burgués acabarían oponiéndose a éste desde la ruptura con el sistema; a través de dos fórmulas: haciendo hincapié en el fortalecimiento de la colectividad (socialismo, comunismo, fascismo) o en el del individuo (anarquismo). Dejo hablar ya a San Unamuno:

“Ha acabado por penetrarme la convicción de que el socialismo limpio y puro, sin disfraz ni vacuna, (…) es el único ideal hoy vivo de veras, es la religión de la humanidad”.

“Es preciso repetir una y mil veces que la lucha es entre los que trabajan para que todos coman y vivan y alimenten su espíritu y los vagos, más o menos encubiertos, que viven del trabajo ajeno; hay que proclamar que cada cual goce del fruto de su trabajo y sólo de él, que a esto se reduce la emancipación del proletariado y la ruina del capitalismo burgués, y hay que decir a todas horas, sobre todo, que el socialismo es libertad, libertad, verdadera libertad, el ‘hombre libre’ en la ‘tierra libre’, con el ‘capital libre’. Hay que fomentar el santo sentimiento de solidaridad frente al brutal individualismo egoísta de los hartos, de la casta expoliadora, que aunque tiembla ante las bombas anarquistas, ve con simpatía secreta el anarquismo (¡como que en el fondo es su doctrina!), le llama más ‘lógico’ que el socialismo y espera, como única esperanza, que la barbarie de los desesperados enloquecidos ahogue el ideal de los trabajadores sanos de espíritu”.

“Dentro de pocos años parecerá tan ridícula la idea que hoy se tiene de un socialista como ridícula nos parece la que hace sesenta años se tenía en España de un liberal”.

“Yo también tengo mis tendencias místicas, pero éstas van encarnando en el ideal socialista, tal cual lo abrigo. Sueño con que el socialismo sea una verdadera reforma religiosa cuando se marchite el dogmatismo marxiano y se vea algo más que lo puramente económico. ¡Qué tristeza el ver lo que se llama socialismo! ¡Qué falta de fe en el progreso, y qué falta de ‘humanidad’!”.

¡Ojalá muchos socialistas de hoy en día tuvieran tan clara la esencia socialista como la tenía San Unamuno! ¡Ojalá los simplones carcatólicos de la hora actual leyeran a San Unamuno antes de sentenciar que son radicalmente incompatibles cristianismo y socialismo! El genio español hizo la única excepción en su vida (él, que siempre estuvo por encima de partidos y etiquetas) y, durante dos años, permaneció vinculado oficialmente al socialismo. Pero, ¿a qué socialismo? ¡Al suyo, evidentemente! Unamuno (perdón, San Unamuno) siempre fue un liberal en el sentido literal de la palabra: demócrata, tolerante, crítico, comprometido en la búsqueda de la justicia social y amante de la libertad por encima de todas las cosas. Más allá de dogmas economicistas y ortodoxias de acción inquisitorial, veía en la doctrina que entonces nacía el modo en que la fe cristiana podía encarnarse en la sociedad de su época. Recordemos, en la sociedad del caciquismo, el parlamentarismo “comprado”, el latifundismo bestial y abrasivo que condenaba a la esclavitud a la masa campesina, el obrerismo sin derechos atado a los dictados del patrón… En ese tiempo se hizo San Unamuno socialista.

Y lo hizo apostando por valores sensatos y coherentes, hoy aceptados por todos: cada uno ha de percibir lo justo por su trabajo, las relaciones sociales han de estar marcadas por los lazos de la hermandad, la equitatividad y la solidaridad, el hombre ha de ser libre y no tener amo en la tierra. Ése era el socialismo, ¡tan cristiano!, de San Unamuno. Un socialismo espiritual, que tenía una misión cuasi salvífica, culminante de la historia de la humanidad. Lo demás no le interesaba. Y eso, en los años en que ser socialista podía equipararse a ser un violento antisistema (de ahí su insistencia en que era una sana doctrina que, con el tiempo, sería aceptada con normalidad), le alejaba completamente de cualquier apoyo a una revolución que condujera mediante la fuerza a la “dictadura del proletariado”.

Insisto, las palabra de San Unamuno permanecen muy vivas. Rezo al santo porque su testimonio ilumine hoy a los socialistas despistados y aprovechados y haga reflexionar a los carcatólicos para que tomen conciencia de que el socialismo, como muchas otras ideologías, tiene gotas de esencia que lo acercan a los valores cristianos más sociales: justicia, solidaridad, igualdad, libertad. Aclaro: por su pura concepción, terrenal, creo que el socialismo jamás rozará siquiera las altas cotas que sólo pueden alcanzar los entresijos del Misterio y la trascendecia. Obviamente, se queda en lo de aquí. Como todas las ideologías políticas. Como la Ciencia. Como todo lo demás. Salvo Dios.

Pero no demonicemos ni hagamos herejes a quienes, en conciencia, buscan compaginar en su vida cristianismo y socialismo. Lo dejó dicho un hombre de puentes. Un hombre auténtico, complejo, contradictorio, coherente, agónico, santo.

Amén.

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA

PD. Los textos son recogidos del magnífico libro ‘Miguel de Unamuno. Biografía’, obra de los hispanistas franceses Colette y Jean-Claude Rabaté.

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Autor

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

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