El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Epístola a Jesús, un epígono de Otramotro (XII)

EPÍSTOLA A JESÚS, UN EPÍGONO DE OTRAMOTRO (XII) 

   Dilecto Jesús (ese que yo sé), epígono de este aprendiz de ruiseñor:
 
   Abundo contigo en todo lo concerniente a la reflexión que acabas de hacer (y dejar constancia de ello) en mi bitácora de Periodista Digital sobre el engaño. No nos debe molestar el tal, si no hubo mala intención por parte de quien lo formuló o el propósito de quien echó mano de él no fue otro que, amén de enseñarnos algo, divertirnos.
 
   Por tu escueto escolio, con “cronopio”, aunque no hayas leído los relatos sobre los tales, los famas y las esperanzas que trenzó Julio Cortázar, colijo, sin hesitación posible (ni aun probable), que ya sabes a qué me refiero.
 
   No te falta razón en lo que tiene que ver con tu criterio acerca del opio de Karl Marx y en que uso muchísimo “sobremanera”. Por cierto, deduzco y tengo para mí que idéntica, parecida o similar crítica me harías si usara sobremanera “muchísimo”.
 
   Ya sabes que me gusta en extremo la cinta que lleva el título de “El club de los emperadores” (2002), dirigida por Michael Hoffman: “A modo de consejo, como escribió el gran Aristófanes y traducido grosso modo: ‘la juventud pasa, la inmadurez se supera, la ignorancia se cura con la educación y la embriaguez con sobriedad, pero la estupidez… dura para siempre’”.
 
   Que Sara Montiel, nombre artístico de María Antonia Abad Fernández, y cuantas personas hayan fallecido hoy hallen la paz perpetua.
 
   Hace muchos años, tuve una compañera de trabajo que se volvía, respondía o atendía al escuchar ese nombre, Belén. Como coincidió que hicimos alguna vez el camino de ida a la “mina” en alegre compaña y muchas veces, tras cumplir nuestro horario laboral, el de vuelta a casa juntos y a pie, el azar nos brindó a ambos la oportunidad de mantener conversaciones variopintas, sin cuento, y a conocernos. Llegó el día en el que reparé que era una verdad como un templo, irrefutable, ese dicho que dice que “el roce hace el cariño”, y otra, del mismo jaez, que me había enamorado completa y totalmente de Belén, pero, como ella tenía entonces pareja (salía con otro varón, más joven e infinitamente más apuesto que yo), juzgué que era, además de una grosería, un sinsentido confesarle los sentimientos que habían nacido en mí con la vocación de expresárselos, porque acaso no fueran, ni de lejos, complementarios o correspondidos por los que habían brotado en ella.
 
   Un día, acompañada de Irene (nombre apócrifo), otra amiga común, acudió a Pamplona para hacerme una visita en la habitación del hospital donde, a la sazón, yo estaba ingresado, recuperándome de la enésima intervención quirúrgica. Allí decidí que su nombre de pila, mientras no me emparejara o casase, sería el que utilizaría con alguna frecuencia en mis urdiduras (o “urdiblandas”) para aglutinar, concentrar o resumir las gracias de todas las mujeres que a lo largo de mi vida había amado.
 
   Cuando a ella, en concreto, la echo de menos o añoro a alguna/s de las no mentadas, tengo una sensación extraña, como si ya hubiera/n muerto, pero, paradójicamente, aún siguiera/n guiando mis pasos.
 
   Espera haberte sido de alguna ayuda quien te saluda, aprecia y abraza,
 
Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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