El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

La causa es de la causa de un buen gesto

LA CAUSA ES DE LA CAUSA DE UN BUEN GESTO

CUANDO A UN GUSTO LE SIGUEN MIL DISGUSTOS

Conjeturo (por lo que he asimilado al estudiar a conciencia el pasado; los indicios al respecto son abrumadores) que, mientras el mundo siga siendo como fue y es, (in)mundo (somos los seres humanos, básicamente, los que hacemos, de forma consciente y voluntaria o inconsciente e involuntaria, que sea así el tal, aunque ha habido impactos de meteoritos que no se nos pueden achacar), y el hombre siga poblando la faz del planeta Tierra, este continuará siendo capaz de coleccionar lo mejor y lo peor de la especie humana, por la consabida y sencilla razón de peso de que nada de cuanto le atañe al ser humano le es ajeno, ni aquello que lo ensalza y deviene en beato o santo, ni aquello que lo ensucia y convierte en un desalmado, en un tiranuelo. Y es que nadie osará negar lo apodíctico, que todos los hombres (ellas y ellos) somos ángeles y/o demonios. Si alguien nos conoce el peor día de nuestra vida y no tiene más conocimiento de nosotros, ni anterior ni posterior a dicha fecha, nos catalogará como un ogro (y no marrará, seguramente); si sucede lo contrario, ocurrirá lo opuesto.

A quien haya reflexionado concienzudamente sobre la complejidad del hombre le basta con fijarse exhaustivamente en un solo espécimen, él mismo, en su propia persona, para discurrir a propósito. Si es honesto y ecuánime, verá en la silueta de su arquetipo, prototipo o modelo un abanico abierto de doce varillas que, visto por la parte interna, puede estar representado por un ángel y, visto por la parte externa, puede estar decorado con un demonio, sea este un íncubo o un súcubo, o una mezcla de ambos, que la hay y es más frecuente de lo que se cree. Como es público y notorio, los ángeles carecen de sexo y, por ende, no lo tienen entre ellos; sus antónimos, sin embargo, sí lo tienen y, como hermafroditas que son muchos de ellos, más de la mitad, usan uno y/u otro sexo a su antojo, incluso entre ellos, sí, y a solas.

Hoy, sin ir más lejos, durante los proverbiales veinte minutos que suele durar mi siesta diaria, en uno de los sueños que he tenido y recuerdo con fidelidad, le he preguntado a un amigo, que conoceré en el futuro, seguramente, porque su rostro no se parecía a ninguno de los que conozco (aunque no descarto que pudiera llevar careta y eso me haya conseguido despistar, pero su voz, o es un excelente fingidor o ventrílocuo o… ¿?), cuándo se ha sentido como un ángel y cuándo como un demonio; y enseguida ha procedido a contestarme a ambas preguntas, de esta guisa: “—Sin duda, me sentí un ángel el mismo día que me sentí un demonio (aunque el grueso de los sucesos referidos a este último caso, acaso acaeciera ya al día siguiente). Por la mañana fui a la facultad para cerciorarme de que habían salido las notas del examen final de Literatura Española del Siglo XVIII, al que más de un centenar de alumnos habíamos elegido presentarnos por tribunal. Comprobé que las dos notas más altas eran sendos ochos y uno de los tales me lo habían asignado a mí (seguramente, me lo había ganado a pulso; ¡gracias, muchas gracias, hispanista británico Nigel Glendinning!, pues su manual de la colección Ariel me lo había aprendido casi casi de memoria). Eufórico, di un salto y el esperado sí a mi matrimonio con la vida. Abandoné el recinto universitario por la zaragozana Plaza San Francisco y, en la calle Goya un pordiosero, pues me pidió una limosna por amor a/de Dios, me dijo que tenía hambre. Le propuse que entráramos en el bar más cercano y allí lo invité a tomar café y la pasta que ya se había comido previamente con los ojos. Le pagué al camarero, le deseé que le aprovechara el almuerzo al que tenía las trazas de no haber desayunado y le di también las gracias (si la causa de la causa es causa del bien causado, a él le debía, sin duda mi buena acción o gesto del día). Esa misma noche conocí en un pub de Algaso, el ‘Chaplin’, a una joven que tenía los ojos preciosos, verdes. Me dijo que se llamaba Paula y que estaba desolada, porque la había dejado su novio, Rafa. Le recité el madrigal de Gutierre de Cetina ‘Ojos claros, serenos’, para animarla. Al final, nos fuimos a un hotel y allí hicimos ‘ñaca-ñaca’ (algún muelle del colchón estaba suelto), sin ponerme eso, el preceptivo y pertinente preservativo. Me contagió una ITS, una infección de transmisión sexual por idiota (no ella, yo). Aquel polvo, que eché a gusto, me deparó un montón de disgustos. Si a la diosa Ocasión la pintan calva, protégete y no seas insensato”.

   Ángel Sáez García

   [email protected]

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

Lo más leído