Cuando uno se sumerge en su lectura diaria de las columnas en la prensa de papel, a uno a veces le da la impresión de haber entrado en un bucle. Hay temas que ocupan una proporción alta del espacio opinativo jornada tras jornada. Destacan últimamente en este papel el nacionalismo catalán y el descontento creciente de la población con los políticos.
También, por supuesto, está la crisis y las diferentes maneras de enfocarla. Vamos, que los artículistas opinan sobre lo que ocupa los espacios de información y no se arriesgan a ser originales. Lo que si encontramos esté 9 de octubre de 2012 que muestra una osadía fuera de lo común para meterse en ‘fregados’ cuando menos un tanto sorprendentes.
Cuando alguien se ha ganado gran parte de su fama como reportero de programas humorísticos como ‘CQC’, conduciendo un programa de entrevistas donde hay que demostrar ante el invitado y el público que uno es ‘graciosete’ y monologista de humor en cine y televisión, debe resultar complicado que los demás le tomen en serio cuando asume otro papel. Y en la búsqueda de ese reconocimiento como analista fino, el riesgo de sobrepasarse de solemnidad y dogmatismo está ahí.
Tal vez es lo que le pase a Manel Fuentes, al menos si se lee su columna de El Periódico de Catalunya titulada Contradicciones socialistas.
Sostiene este articulista que Europa y el socialismo comparten la misma «principal contradicción», «la existencia real de fronteras», y que sin «una fiscalidad común ni unas condiciones laborales compartidas» una y otro irán de crisis en crisis. A continuación se pone solemne, casi tanto como si hubiera terminado de leer el último número de la edición española de ‘Le Monde Diplomatique’ y afirma:
La desigualdad estructural es la base del capitalismo, lo que le da sentido y negocio, y el socialismo hace demasiados años que ha desaparecido en combate ante la imposibilidad de defender a ultranza y con éxito un modelo alternativo.
Ni Ignacio Ramonet lo hubiera dicho mejor, ni habría estado más equivocado. Al menos en lo que respecta a la primera parte del sesudo y dogmático análisis. Ni la «desigualdad estructural» es la base del capitalismo ni lo que «le da sentido y negocio». La base del capitalismo, lo que le da sentido, es la libertad de cada persona, la iniciativa privada, el orden espontáneo surgido de la sociedad y no de los experimentos de ingeniería social de los políticos.
Por cierto, si Fuentes quiere ver ejemplos de desigualdad estructural tan sólo tiene que visitar cualquier de los pocos sistemas comunistas puros que quedan en pie, donde unos dirigentes de los partidos gobernantes viven con toda clase de lujos, aislados de unas sociedades pauperizadas.
Dice de los socialistas españoles:
Y aquí en muchos casos se ha hecho lo contrario. De vez en cuando habla de federalismo, pero nunca lo lleva a término en España. Prefiere seguir mirando de reojo al PP y seguirle a rueda. La idea de España es del PP y el PSOE, disfrazándola, la asume rezagado.
Vamos, que antes de que se fundara el PP no había, se ve tal cosa llamada España o al menos una idea de ella. «La nación española es la reunión de los españoles de ambos hemisferios», decía el artículo 1 de la Constitución de Cádiz. El redactor del mismo debía de ser militante del PP. O no, hasta donde sabe este humilde lector de columnas, en aquella época no había sido fundado el partido de Mariano Rajoy.
Y dado que el artículo trata de contradicciones, qué mejor que sea una contradicción en sí mismo. Si defiende para el conjunto de Europa una fiscalizad común, eso no se aplica dentro de España. En opinión de Fuentes, la España federal debería ser aquella en que cada autonomía «fuera responsable de sus ingresos y sus gastos, y la solidaridad fuera voluntaria al gusto del que da y no solo del que recibe».
Uno debe de ser muy cortito, porque para que una administración sea responsable de sus ingresos es necesario que tenga su propia fiscalidad. En caso contrario es, como mucho, un mero ejecutor de la fiscalidad común.
Este humilde lector de columnas casi llora de alegría al leer la defensa de que la solidaridad sea «voluntaria al gusto del que da y no solo del que recibe» (claro que cuando no es así, por mucho que nos digan los políticos, no es solidaridad). Pero pronto nos hemos dado cuenta de un pequeño detalle, Fuentes debe referirse con «el que da» a las administraciones autonómicas. Y si eso es lógico para un lector de ‘Le Monde Doplomatique’ o de Stéphane Hesel, no se corresponde con la realidad. El que da no es otro que el ciudadano que paga sus impuestos. Algo me dice que al ex CQC no le haría gracia que otros pudiéramos elegir cuánto pagar.
En fin, que después de leer este artículo uno se queda con la duda de si Manel Fuentes sigue en su papel de humorista o trataba de dar solemnidad a su faceta de periodista.
Y puesto que en Barcelona estamos, en Barcelona nos quedamos un rato más para echar una mirada a La Vanguardia. Lluís Foix escribe un artículo interesante, La culpa es del otro, donde, entre otras cosas, critica el permanente victimismo de muchos nacionalistas catalanes (entre los que se incluyen, por cierto, muchos de sus compañeros de periódico):
Se buscan culpables y no se encuentran. Si aparecen personas, gobiernos o instituciones que supuestamente han sido los responsables de la crisis, se les deja en paz. A diferencia de Islandia, nadie aquí es responsable de nada. Todo parece que haya ocurrido por las fuerzas desatadas de la naturaleza.
Aquí nadie ha sido responsable de nada. Eso sí, se buscan responsables que están lejos, son los demás o simplemente son los otros que no piensan como nosotros. «Roma ladrona», era el eslogan de la Liga Norte de Bossi para reclamar para la Padania lombarda lo que no les llegaba desde Roma. España nos roba, es una expresión que leo en muchos pueblos y barrios de ciudades catalanas. Son los extranjeros, los musulmanes especialmente, dice la extrema derecha francesa.
Asumiendo, eso sí, parte del discurso oficial de Cataluña, es muy crítico con el mismo:
Tienen toda justificación las reivindicaciones catalanas de recibir un trato económico justo desde España. Lo que se llega a decir sobre Catalunya por escrito, en radios y televisiones con sede en Madrid es indigno y muchas veces falso. Pero también habría que ver qué cosas se han hecho o se hacen mal desde Catalunya intentando construir un discurso único, populista, que no responde a la realidad social y política de la pluralidad del país.
La conclusión es digna de enmarcar:
Los demás, el otro, pueden tener tanta responsabilidad como se quiera. Pero nosotros también. No conozco un solo pueblo ni persona perfectos. El infierno son los otros, decía Sartre. La crisis también la han perpetrado los demás. Yo no he sido.
Pilar Rahola no defraudó y escribió, como desde aquí mismo le pedimos varias veces unos días antes –aunque, sinceramente, creemos que esos ruegos no hayan influido en absoluto en ella–, sobre la decisión de Ikea en Arabia Saudí de borrar a todas las mujeres de su catálogo. De ‘El Jueves’ a Ikea es, como siempre que Rahola escribe sobre estas cuestiones, brillante. No es su artículo de esta jornada, lo publicó el fin de semana, pero al menos queríamos dejar constancia de él.
Este martes 9 de octubre escribe un texto titulado La mala imagen, de esos donde ella se sumerge de lleno en el discurso nacionalista y ve la culpa de todos los males –¿recuerda, estimado lector, el artículo de Foix?– más allá del Ebro. Eso sí, hay que compartir con ella la crítica a un Gobierno al que le falta un sentido crítico con sus propias acciones.
Arranca Rahola:
El señor Margallo, ministro de Exteriores del Reino de España, está preocupado por la mala imagen del susodicho urbi et orbi. Sin embargo, su preocupación no es la lógica de un ministro que ve como cada día España sale mal parada en los papeles.
Tras presentar un largo listado de cosas que deberían, en su opinión a Margallo, añade:
No, al señor Margallo sólo le preocupa que en un partido de fútbol, los catalanes saquen a pasear su bandera estelar, en lugar de callar su cansancio, sus derechos y sus reivindicaciones. Es decir, el problema no es lo rematadamente mal que lo hace España, sino que los catalanes son tan malos y tan insolidarios que no esconden sus quejas en el cuarto oscuro.
Luego presenta una larga lista de «cositas que hacen daño a la imagen de España», entre las que no falta «la red de alta velocidad más completa del mundo, mientras que no se puede pagar el desdoblamiento de una simple carretera». Este humilde lector de columnas comparte esta crítica, pero debería recordar Doña Pilar que el AVE que conectara Barcelona y otras localidades catalanas con Madrid y la frontera francesa fue una reivindicación irrenunciable del nacionalismo. ¿También esa parte de la red ferroviaria es una de esas «cositas»?
Incluye también «estrujar las entrañas de territorios como el catalán», como si los estrujados no fueran los ciudadanos de todos los puntos de España y no las múltiples y sobredimensionadas administraciones que sufren, o «permitir las voces de ultratumba que hablan de guardias civiles y burletes cuando un pueblo quiere ir a las urnas». ¿Acaso es papel del Gobierno recortar la libertad de expresión? Quienes se han expresado hablando de uniformados no tienen capacidad alguna de enviarlos.
El catálogo de los disparates es tan grande que sólo cabe decirle al ministro que, si quiere culpables de la mala imagen, mire en su propia casa. Porque lo de Catalunya no es la causa sino la consecuencia de las miserias de España. ¿Cómo era aquello de la paja y la viga en el ojo? Pues eso, que se miren la viga…
La culpa siempre es de otros, que dice también en La Vanguardia Lluís Foix.
Para no salir de la cuestión de la imagen de España en el exterior, arrancamos el aterrizaje en Madrid con la lectura en El Mundo de Marca averiada, artículo de Lucía Méndez. Arranca recordando que el ministro de Exteriores dijo que para que los demás confíen en España hay que recuperar la confianza «en nosotros mismos». Añade Méndez al respecto:
Lo que debe aclarar ahora el titular de Exteriores es qué tratamiento va a aplicar para conseguir que España recupere la autoestima perdida, como consecuencia de la depresión que diagnostica el barómetro del CIS. No sólo estamos entre mal y muy mal, sino que la mayoría de los españoles piensa que el año que viene estaremos peor.
El Gobierno quiere convencernos, a base de eslóganes voluntariosos, de que la Marca España no está tan mal como dicen. Un eslogan en estos tiempos oscuros viene a ser como hacer taichi o escribir 100 veces «soy estupendo» para salir de casa relajado por las mañanas. Después vendrá la realidad a triturar el eslogan.
Concluye con algo que, por un lado, alegrará a Rahola y, por otro, encierra mucho de verdad:
Ni la visita del Rey al New York Times, ni la de Rajoy al Wall Street Journal han surtido efecto. Siguen percutiendo sobre nuestras miserias. Con la particularidad, especialmente sangrante para el Gobierno, de que Artur Mas está recibiendo en la prensa internacional un tratamiento de estadista, mientras que a Rajoy le llaman el hombre «misterioso» y «enigmático», que no se sabe de dónde viene ni a dónde va. A lo mejor es porque no logran entender su discurso, mientras que el del presidente catalán está tan claro como el agua clara.
Y ahora vamos con un artículo realmente llamativo. Manel Fuentes no es el único que se pone solemne este 9 de octubre. El otrora director de periódicos Luis María Anson ha encontrado la solución a los males de España, en especial a los políticos e institucionales. Si el presentador catalán parece poseído por el espíritu de ‘Le Monde Diplomatique’, el de la Real Academia Española aparenta estarlo por el de… Ni los expertos que acuden al programa de Iker Jiménez podrían llegar a descubrir de qué espíritu se trata.
Firma Anson un artículo con el título de Aznar, González, Rajoy y Rubalcaba. Sentencia:
El régimen está agotado. Es necesario renovarlo, al margen de los catastrofismos de algunos y de los propósitos de escombrera de otros. Hay que embridar las Autonomías, no destruirlas. Hay que regenerar los partidos políticos, no destruirlos. Hay que reformar los sindicatos, no destruirlos.
Se pone en plan ‘Cuéntame’ y le entra nostalgia de aquella época en la que dirigía EFE y era una persona mucho más influyente que en la actualidad:
Con el mismo espíritu de concordia y conciliación que presidió la época dorada de la Transición hay que esforzarse en integrar a las nuevas generaciones, incluso a los sectores más indignados de la juventud desencantada. Si la reforma constitucional significa una operación de fondo que regenere la vida política española, el sistema prolongará su vida tres o cuatro décadas más.
¿Y quienes deben liderar la reforma constitucional que salvará la democracia? Pues ni más ni menos que ¡Felipe González y José María Aznar!
Deben encargar [Rajoy y Rubalcaba] a José María Aznar y a Felipe González que piloten la operación, para la que es necesario contar, aparte de la participación de los diversos sectores políticos y sociales, con los mejores constitucionalistas españoles. Se trata de una vasta operación de Estado y los dos expresidentes han demostrado sentido y capacidad para adentrarse en las espesura y desbrozar los caminos hoy cegados antes de que el temporal que se avecina se lleve por delante aquel esfuerzo admirable e ilusionante que significó la Transición y que ha proporcionado a España más de treinta años de libertad y prosperidad. Pero que está ya agotado.
Resulta muy probable que tanto a González como a Aznar les guste que se piense en ellos como salvadores de la patria y la democria, pero ponemos en duda que se les proponga serlo en compañía uno del otro. Y, sobre todo, resulta más que dudoso que la mayor parte de los españoles aceptara esa vía. Casi todo el mundo en España siente un profundo rechazo por uno o por otro, y algunos por los dos. Pero Anson se entretiene jugando a reformador de España.
Y cerramos el día con La Gaceta. Resulta sorprendente leer en este diario, de gentes serias, leer un artículo titulado ‘Homenaje a Estopa’, firmado por Xavier Horcajo. Y lo mejor es que no se trata de una broma, sino de una sincera loa a los dos hermanos de Cornellá que forman dicho grupo musical:
Son buena gente, los Estopa, pero con Camarón, ni una broma. Después de dedicarles docenas de letras a la cadena de montaje de la lejana Seat y más críticas a los maderos que el juez Santiago Pedraz, hoy son la única voz clara y contundente que sale de Cataluña contra la independencia. «¡Qué bonito es el valor y tanta pena!», se diría en lenguaje estopeño.
Ya sabemos que los empresarios mariconean en tablas. Que a Mas no le da nadie respuesta. Pero cuando a dos catalanes, de raíces españolas, se les «amontona la sangre» y deciden dejar de ser un «caraja y un despiste», ahí tenemos un cambio. Puede ser un signo de que la mayoría silente, amable y respetuosa de catalanes-españoles, quiere dejar de serlo.
Concluye con una llamada de atención a los políticos y a la Casa Real:
Que en nuestro mundo de referentes, diga Estopa lo que calla el Rey, Rajoy o Felipe, crea un problema. Sobre todo para los que no han sabido liderar el concierto y conciliar lo legal, lo constitucional, con las amenazas; vengan de donde vengan.
Maite Nolla firma ‘En continua ebullición’ que trata también sobre la situación en Cataluña:
Pese a lo que diga el periódico La Vanguardia, ninguna prueba tenemos de que hoy haya más independentistas que hace un mes o un año. Los primeros que huyen de un eventual referéndum son los nacionalistas, no fuera a ser que lo pierdan, aunque no dejen de hablar de ello y no nos dejen a los demás hablar de otra cosa.
Sotiene que las manifestaciones, mosaicos y elecciones son «una enorme cortina de humo» de Artur Mas para no hablar de recortes o de una Generalitat catalana que al mismo tiempo engorda.
Finaliza:
La izquierda, que siempre había utilizado al nacionalismo contra la derecha, siente ahora la necesidad de dejar bien claro que no es independentista. Y es que uno de los efectos que ha tenido el aldabonazo de Mas ha sido el de romper la tradicional alianza de nacionalismo e izquierda. Sin perjuicio de que se haya roto también la comprensión de parte de la derecha tontuna con el nacionalismo catalán. Se desconfía ya hasta de Duran, ejemplo por antonomasia de la doblez.