La entrevista es de Laura Fàbregas y aparece en ‘Crónica Global’ este 19 de mayo de 2015.
En su libro cita dos concepciones de España: como «intratable pueblo de cabreros» (Gil de Biedma) y un «país primitivo» (Hemingway). ¿Qué hay de cierto en ello?
Todos los tópicos contienen algo de verdad y todas las verdades contienen algo de tópico. Estamos hablando de los años 30 y, España, para un americano, podía parecerle un poco primitivo pero por otro lado, obviamente, le gustaba. En el caso de Jaime Gil de Biedma tenía otra lectura. Hemingway lo decía en un sentido positivo, le gustaba el primitivismo español: la aventura, el erotismo, y las cosas que en otras latitudes ya se han perdido. En cambio, Gil de Biedma lo dice inequívocamente en negativo, como un pueblo que renuncia a las luces y se hunde en la ignorancia. Yo creo que España es un país temperamental, un país reinventado, mal resuelto, con muchas cosas pendientes. Con más cualidades que defectos, pero con algunas cualidades difíciles de sobrellevar. Si España fuera un novio, sería un novio fascinante pero difícil de llevar.
Le he escuchado decir un par de veces que los listos se van de Cataluña. Si Cataluña continúa por esa senda, ¿va a ser Cataluña también «un país de cabreros»?
A Cataluña le empieza a pasar como a Cuba con Miami. Todo aquel que es listo se va.
También explica un viaje a Burgos de la época en la que usted trabajaba para El Punt Avui en Madrid y en el que ejemplifica cómo los medios de comunicación están más interesados en mostrar aquello que nos separa. ¿Esto sucede en una doble dirección?
En estos temas todos tendemos a ver más «la paja en el ojo propio que la viga en el ajeno», lo digo deliberadamente mal. Si hubiera nacido en Burgos sería más crítica con los excesos del lado español, y al haber nacido donde he nacido, y haber sufrido lo que he sufrido, soy más crítica con lo mío. Soy como el niño de casa buena que se hace comunista. Hay una saludable tendencia a ser más severa con la crítica a lo propio. Diría que, ahora mismo, en el lado catalanista hay más acomplejamiento. Hay toda esta efervescencia simbólico-patriótica de marcar paquete, el paquete de 1714, pero solo responde a un complejo de inferioridad.
¿Complejo de inferioridad?
Ahora mismo, por el lado español, no veo complejo de inferioridad. Sí que lo hubo en el pasado. Ahora lo que veo es asqueo y aburrimiento. Si antes éramos repelentes pero fascinantes, ahora solo somos repelentes. Poco a poco, el conjunto de España se ha ido poniendo a la par y ya no hay ese abismo. El resto de España ha cogido empuje y Barcelona lo ha perdido. Esa posición de liderazgo, de locomotora económica y cultural ya no la tiene. Y yo creo que eso jode. El catalán tiene una difusa sensación de haber pasado del maillot amarillo al pelotón de los torpes, y eso no le gusta.
¿En Cataluña vivimos de una imagen que ya no es real?
Creo que sí. Todo el mundo tiene tendencia a hacer esto. Pero lo malo no es hacer esto, sino no saber que lo haces y hacerlo en grado sumo. En estos momentos, la brecha entre la autorrepresentación mental de lo catalán y la propia realidad catalana es tan grande que te tienes que ir al retrato de Dorian Gray para encontrar equivalencia. Además, no saber que te estás autoengañando es peligroso.