LA HISTORIA NO PREDICE EL PRESENTE CON EXACTITUD, PERO AYUDA A HACERLO EN CIERTA MEDIDA

Sanchuelo y el fín del Califato de Córdoba

Hace un milenio, saltaba por los aires el poder hegemónico del momento en la Península Ibérica -el andalusí-, a consecuencia de ineptitudes de sus gobernantes, ambiciones personales, enfrentamientos crónicos y falta de visión de estado

La Mezquita Catedral de Córdoba
La Mezquita Catedral de Córdoba. PD

En el otoño del año que los reinos cristianos del norte de la Península Ibérica contabilizaban como 1046 de la Era Hispánica, y los andalusíes del Califato de Córdoba como 386 de la Hégira, es decir, el 1008 d.C del calendario gregoriano actual, Abd al-Rahmán ibn Sanchul, hijo de Almanzor, llegaba al cargo de hayib, siendo Califa Hisham II. Esta posición era la de una especie de Chambelán que solía ostentar mando de tropas, como habían hecho su padre –fallecido en Medinaceli en 1002-, y su medio hermano Abd al-Malik, que había sucedido a éste, convenientemente eliminado en el citado 1008. Los tres formaron una especie de “dinastía amirí” -por la denominación de la familia- que fue la que ostentó el poder real desde que Almanzor se impusiera a diferentes facciones internas a inicios del último cuarto del siglo X, coincidiendo con la llegada al califato del susodicho Hisham II, un niño por aquel entonces.

El nuevo hayib, era conocido entre los cristianos como “Sanchuelo”, por su enorme parecido con Sancho Garcés II de Pamplona. No en vano era su nieto por línea materna. En el momento que nos ocupa rondaría los 25 años, y una presunta etapa de esplendor se extendía en su horizonte. Si vivía tanto como su padre, tendría unas cuatro décadas por delante para ejercer el poder, aunque no tenía el carisma de su progenitor. En el otro lado de la horquilla, Abd al-Malik había sido “obligado a fallecer” por discrepancias internas cuando solo había alcanzado a cumplir algo más de los treinta años. Gavilán o paloma, esa era la cuestión para Sanchuelo.

Ya en el poder, y desde su base de la ciudad-palacio de Madinat al-Zahira (“ciudad resplandeciente”), que Almanzor había mandado construir en la parte este de Córdoba para rivalizar con Madinat al-Zahra, levantada por Abd al-Rahmán III a partir de 936, disfrutaba de una administración paralela a la califal, a la que había recluido en el Alcázar de Córdoba. En resumen, para 1008 Hisham II mandaba poco o nada y el todo estaba representado por Sanchuelo.

Éste comenzó fuerte, auto concediéndose dos títulos honoríficos propios de los califas como al-Nasir al-Dawla (defensor de la dinastía) y al-Mamun (el fidedigno). También hizo redactar un documento que le aseguraba la cesión del Califato, y acuñaba monedas en las que aparecía como el sucesor. El “partido legitimista” pro Omeya, que ya se había opuesto a Abd al-Malik en su momento, estallaba ante las provocaciones de Sanchuelo que, no contento con lo anterior, nombró como chambelán a su hijo.

A los seguidores de los omeyas, se añadían las posiciones discrepantes de los bereberes, que ya se habían manifestado en toda su fuerza en la rebelión de 740-741 d.C, teniendo como resultado, entre otros, el abandono del cuadrante noroeste de la península, lo que propició el avance del reino astur-leonés. Y las de los “eslavos”, y las de los repobladores de origen sirio, y las tensiones por deseos de independencia de los que luego serían los denominados ”reinos de taifas”. Todo un cóctel que ya había estallado a caballo entre los siglos IX y X en la primera fitna, un periodo de desorden, turbulencias y guerras internas que había sido superado con grandes esfuerzos precisamente por Abd al-Rahman III, proclamado Califa en 929. Por si faltaba poco, a esta altura de 1008, ya llevaba unos años en el poder Sancho Garcés III de Pamplona, apodado el Mayor o el Grande, uno de los reyes más importantes de la historia de España. Muy negros los nubarrones que se formaban sobre Al Andalus.

El camino más corto para imponer su “legitimidad interna” pasaba para Sanchuelo por retomar las aceifas contra los territorios cristianos que habían llevado a cabo, no solo los dos anteriores amiríes, sino la mayoría de los gobernantes andalusíes desde finales del siglo VIII, de manera que, con elevada frecuencia, se devastaban los campos de los reinos del norte, se quemaban aldeas, monasterios, se talaban campos, y se quemaban cosechas, produciéndose hambrunas, muerte y desolación. Acciones que hoy no gusta recordar, posiblemente con la intención clara de dejar una especie de falso rastro que nos permita creer que la imposición de Al Andalus se hizo poco menos que mediante pactos y partidas de ajedrez. Claro que hubo algún pacto, como el de Tudmir de 713 que afectaba al sureste peninsular, pero partidas de ajedrez, ninguna. En el caso de Almanzor, había repetido las aceifas, una tras otra, desde 977 hasta 1002 con la metodología apuntada, de manera que en Santiago, en Salamanca, en Zamora, en Barcelona, en el monasterio de Suso,… aún le recuerdan. Este “asesino en serie” tiene calles y algún que otro busto en la España actual.

Pero, volvamos a Sanchuelo. Poco después de salir de Córdoba camino del norte, estallaba la revolución en la ciudad promovida por un descendiente de Abd al-Rahman III, perteneciente a una de las líneas de sucesión con acceso al poder, postergadas en su momento mediante amable conversación. Ahora se suele oscurecer a los rivales políticos a través de lo que se denomina de manera rabiosamente moderna “asesinato civil”. En aquel tiempo se hacía mediante la separación de cabeza y tronco, lo que limaba asperezas, dominaba voluntades y producía acuerdos. Y ese fue el fin de Sanchuelo, abandonado por los suyos conforme se acercaba a Córdoba, una vez que constataron que no era caballo ganador. Fue derrotado por sus oponentes ya en las inmediaciones de la ciudad, pasando a ocupar puesto en la lista de los que asumían sus errores. Esto ocurría a principios de marzo de 1009 –su mandato no llegaba ni al medio año-, lo que indica que Sanchuelo ostentó el poder un escaso margen de tiempo en comparación con los propósitos iniciales, siquiera en su rama más corta. Sic transit gloria mundi. La maravillosa Al Zahira, símbolo del poder amirí, fue arrasada, y ni siquiera hoy existe consenso sobre su situación exacta.

Esta es la historia de Sanchuelo. Por su parte, el Califato de Córdoba pasaría a partir de ese momento por idas y venidas de califas de aquí y de allá, desencadenándose una segunda fitna que desembocaría en la primera generación de reinos de taifas fagocitándose entre sí – justo como se podría adivinar el devenir de los cantones de la Primera República de no ser por Don Emilio -. Hoy, existe una gran consenso en señalar al año 1031 como el del fin del Califato de Córdoba, aunque algún historiador lo retrase un poco. La cuestión es que Alfonso VI tomaba Toledo en 1085 y los andalusíes terminaban llamando a los almorávides. Sagrajas en 1086, Al Mutamid –el rey poeta de la taifa de Sevilla, héroe de esa batalla- que muere desterrado en África, toma almorávide de las taifas, Uclés en 1108 con centenares de cabezas de cristianos formando elevaciones artificiales…

El resto de la historia hasta 1492 no cabe en estas páginas. Aquí lo que importa ahora es recordar cómo una civilización floreciente del siglo X, ubicada en la Península Ibérica, desaparecía a inicios de la centuria siguiente. A quien esto escribe, le parece absurdo indicar en qué momento exacto se produjo el cataclismo. Lo que sí es seguro es determinar el conjunto de conductas personales que determinaron el colapso. Están indicadas en el subtítulo.

Respecto a si lo aquí desarrollado puede repetirse al pié de la letra, informo al lector que no creo en eso de que “los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla”. Es solo una frase que podría poner en la rampa de admisión un cierto “determinismo” de la Historia. No es lo que parece desprenderse de un estudio empírico serio de múltiples casos. Pero lo que sí me parece claro es que ignorar hechos históricos muy parecidos a los que suceden en un momento dado es en extremo peligroso. Sin conocimiento de la Historia se anda por la vida como un navegante sin brújula. Posiblemente esa sea una de las razones por las que se quiera ahora negar su conocimiento a las nuevas generaciones. Que vayan sin brújula y no sepan de dónde vienen ni adónde van. Es simple.

Hace algunos años que se produjo el primer milenio del triste fin de Sanchuelo y sus ambiciones personales. Faltan algunos años para que lleguemos al milenio del fin del Califato de Córdoba. Una cifra redonda. Personalmente, me importa menos que muy poco el ejemplo que nos proporciona el paraje expuesto respecto de las personas y de las organizaciones políticas o clientelares a las que pertenecen o dirigen. No ocurre lo mismo con una hipotética extrapolación del fin del Califato a un estallido de España. Ahí, estaríamos del lado de Don Emilio. Carpe diem.

Jacinto Romero Peña

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